Entre Planos y Corazones

16

La botella giró una vez más, y el fuego del centro proyectó sombras que se estiraban como brazos queriendo alcanzar algo que ya no estaba.

Risas, gritos. Ese calor artificial de la adolescencia que se disfraza de coraje.

Un chico cualquiera besó a una chica cualquiera.

Jareth se había quedado sentado, y Arabelle se acurrucó a su lado como si fueran piezas del mismo rompecabezas. Él le pasó un brazo por los hombros, y ella apoyó la cabeza en su pecho.

Yo lo vi todo.

Sus dedos acariciaban su brazo. Pequeños gestos. Íntimos. Insignificantes para los demás. Devastadores para mí.

—¡Te toca, Seren! —gritó Jessie, sonriendo, como si no notara que cada músculo en mi cara luchaba por mantenerse firme.

Tomé la botella. La giré.

Y el universo decidió reírse otra vez.

Leo.

Él alzó una ceja, confiado, seguro. Como si le hubieran dado una segunda oportunidad que no pensaba desperdiciar. Se inclinó hacia mí sin disimulo. Me miró directo a los ojos, como siempre Lo había hecho antes de besarme.

Yo no retrocedí.

Nuestros labios se encontraron. No fue un roce rápido. No fue decorativo.

Nos besamos como dos personas que sabían lo que hacían. Que se conocían. Que habían compartido historia. Y aunque no había pasión, lo prolongamos más de lo necesario. Tal vez para provocar. Tal vez por orgullo. Tal vez porque yo necesitaba una excusa para mirar de reojo a Jareth.

Quería que lo viera. Quería que le doliera. Quería que sacara el brazo de encima de Arabelle.

Leo trató de abrazarme.

Yo lo detuve con suavidad, pero con firmeza.

—No, Leo —susurré, sin mirarlo.

Él no insistió. Solo me sonrió, como quien entiende que está jugando un papel que no le corresponde.

Volvió a girar la botella.

Una pareja más. Risas. Otro beso. Aplausos. Nada que valiera la pena recordar.

Giró de nuevo.

Y entonces…

Jessie. Mi mejor amiga. Y yo.

Nos miramos, sin saber cómo reaccionar.

—¡Vamos, vamos! —gritaban los demás, empujando, alentando—. ¡Que sea con lengua!

Jessie me miró con una mezcla de nervios y complicidad.

—¿Vamos? —preguntó, divertida.

—Vamos.

Nos besamos rápido. Sin lengua. Apenas un roce, pero firme. No era incómodo. Era absurdo.

El grupo estalló en abucheos y risas.

—¡Eso no fue un beso!

—¡No se vale!

—¡Cobardes!

—¡Más pasión!

Yo me reí, con los ojos encendidos de malicia.

—No somos lesbianas —dije, con voz clara—. Al menos, no por ahora.

Eso los hizo gritar más fuerte. Jessie me empujó el hombro, divertida. Yo le sonreí, pero el nudo seguía en mi estómago.

La botella giró de nuevo.

Le tocó a Laura. A Frank.

No esperábamos nada. Hasta que se besaron.

Lento. Largo. Con una mano en la mejilla. Con la otra en la cintura.

No fue de amigos.

No fue de juego.

Cuando se separaron, Frank, silenciosamente, fue a sentarse a su lado. Le tomó la mano como si ya lo hubieran hablado antes, como si se hubieran estado esperando.

—¡Nueva pareja! —gritaron—. ¡Al fin!

Todos chillaban, encantados por el espectáculo.

Y entonces…

—¡Otra vez te toca, Seren!

—¡Está arreglado este juego!

—¡El destino quiere verte besar a todos!

Rieron. Yo también.

Giré de nuevo la botella, esta vez sin esperar nada.

Y le tocó.

A él.

Jareth.

Todo el círculo guardó silencio.

Arabelle se puso tensa a su lado, como si le acabaran de arrebatar algo.

Yo lo miré directo a los ojos.

Me incliné hacia él, sin preguntar, sin pedir permiso, sin titubear.

Lo besé.

Nuestros labios se tocaron.

Pero él no se movió. No respondió. No me besó de vuelta.

No me rechazó, tampoco. Solo… permaneció quieto. Como una piedra. Como si yo no significara nada. Como si el fuego no fuera suficiente para calentarle el pecho.

Me separé despacio.

Vi en sus ojos una sombra que no quise entender.

Y supe que había perdido. O que él ya se había ido.

Sin decir una palabra, volví a sentarme en mi lugar.

...

No dije nada.

Nadie lo hizo.

Después de ese beso —o mejor dicho, de ese gesto humillante disfrazado de beso—, el juego pareció perder su ritmo. Alguien se rió nervioso. Otro tomó una cerveza como si eso pudiera rellenar el silencio espeso que nos había envuelto por un instante.

Yo me senté, en el mismo lugar donde había estado toda el juego, pero sentía que ya no pertenecía al círculo. Mis piernas tocaban la arena caliente, pero el resto de mí flotaba en otro sitio. Más frío. Más oscuro.

Él no me había rechazado con palabras. Había hecho algo peor.

Me ignoró.

Y justo cuando creí que esa era la peor forma de morir frente a todos, ocurrió lo siguiente.

Arabelle. Sin decir nada. Sin mirar a nadie.

Se inclinó hacia él. Y lo besó.

Sin girar la botella. Sin pedir turno. Sin vergüenza. Sin juego.

Un beso decidido. Seguro. De esos que no preguntan si pueden existir.

Y lo peor fue que Jareth no se apartó, no se sorprendió.

Simplemente... se dejó besar.

Cerré los puños contra mis muslos.

No me atreví a parpadear. No me di permiso para girar el rostro. No quería perder ni un segundo del dolor, como si al observarlo pudiera hacer que doliera menos. No funcionó.

El murmullo del grupo se volvió denso. Algunos se rieron bajo la voz. Otros fingieron que no habían visto nada.

Jessie me miró de reojo. Buscó mi rostro con una pregunta muda, pero yo no le ofrecí respuestas. Solo apreté la mandíbula, manteniendo todo en su lugar. Por dentro, algo ya se estaba rompiendo.

Cuando Arabelle se separó de él, sonrió. No de triunfo. No de burla. Sonrió como quien se siente segura, como quien sabe que puede.

Jareth no dijo nada. No hizo nada. Solo bajó la mirada un instante, como si no supiera qué hacer con lo que acababa de pasar.




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