Entre Planos y Corazones

20

Cuando Jareth entrelazó sus dedos con los míos antes de cruzar el patio techado, sentí que el corazón me temblaba como una rama en plena tormenta.

No por él.

Por mí.

Por lo que significaba caminar así, a plena luz del día, frente a nuestros amigos, frente a los pasillos del colegio que conocían todos nuestros silencios, risas, y... todas esas miradas que fingíamos no ver.

Era viernes. El sol colgaba perezoso entre las nubes. Y el recreo largo de mediodía se extendía como un escenario donde íbamos a dejar caer por fin la cortina.

Él no aflojó su agarre. Eso me mantuvo firme.

Ellos estaban donde siempre: junto al muro norte, donde el pavimento se agrieta un poco y el sol cae directo sobre las mochilas esparcidas. Paul reía a carcajadas de algo que Gustav decía —seguramente una de sus comparaciones absurdas con películas de acción—. Jessie tenía un cuaderno abierto sobre las piernas, como si realmente estudiara. Aisling masticaba algo, concentrada en el celular. Y Frank estaba abrazando a Laura por detrás, ambos riendo bajito, como si compartieran un chiste privado.

Hasta que Paul nos vio.

O mejor dicho, vio nuestras manos.

—¿Qué carajos...? —se le escapó entre dientes, y con eso, todos los demás levantaron la vista.

La reacción fue inmediata, como si alguien hubiese lanzado una granada en medio del grupo.

—¡¿QUÉ?! —soltó Jessie, dejando caer el cuaderno—. ¿Estoy soñando o acaban de venir tomados de la mano?

—¿En serio? —dijo Aisling con una ceja alzada, tragando antes de hablar—. ¿Jareth y Seren? ¡Pero si apenas hablaban hace unos meses!

—¡Tú me debes dinero! —le gritó Gustav a Paul de inmediato, dándole un codazo en las costillas—. ¡Te dije que estos dos tenían química desde ese día en clase de filosofía!

—¿Están saliendo? —preguntó Laura, soltando a Frank con una sonrisa curiosa. Él solo se echó hacia atrás, cruzado de brazos, observándonos como quien mira el final de una telenovela.

Yo asentí. No podía parar de sonreír. Ni de temblar por dentro.

—Sí. Estamos juntos —dije. Mi voz sonó más firme de lo que me sentía—. Desde hace dos meses.

—¡DOS MESES! —repitieron todos casi al unísono, como si lo hubieran ensayado.

—Y recién ahora lo dicen —murmuró Jessie, dramatizando el escándalo como si hubiésemos cometido traición—. ¡Lo mantuvieron en secreto! ¡Nos vieron la cara!

—Es que queríamos asegurarnos de que... funcionara —explicó Jareth, y aunque su voz era suave, cargaba convicción.

Nadie respondió de inmediato. Solo nos miraban, entre risas, gestos de sorpresa y ese silencio que a veces es puro cariño disfrazado.

Entonces Frank rompió la tensión con un aplauso.

—¡Se veía venir! Vamos, no sean falsos. Todos lo presentíamos. Solo que no pensábamos que iban a tener la audacia de salir así, como si fueran protagonistas de comedia romántica.

—A mí me encanta —dijo Laura, acercándose para abrazarme—. Los hacen ver más humanos. Más... ¿felices?

—Felices —repetí, como probando la palabra. Porque sí, eso era. Aunque me temblaran las piernas, aunque sintiera el estómago como una bola de fuego, era felicidad. No de la histérica, sino de la calma. De esa que llega cuando dejas de esconder lo que amas.

—Pero bueno, ahora prepárense —dijo Paul con tono de dictador escolar—. Porque ser la “pareja oficial” del grupo trae consecuencias. Las bromas irán en aumento. Las apuestas están activas. Las preguntas indiscretas, también.

—¿Desde cuándo se besaron por primera vez? —saltó Gustav—. ¿Quién dio el primer paso? ¿Se dijeron “te quiero” ya?

—¡Gustav! —reclamó Aisling, aunque se reía—. Déjalos respirar, están recién “salidos del horno”.

Jareth me miró de reojo. Yo estaba sonrojada hasta las orejas, pero aún así, no solté su mano. Él sonrió. Pequeño, casi imperceptible. Pero era para mí.

—Nos queremos —dije yo.

—¿Cómo? —preguntó Jessie.

—Dijo que nos queremos —repitió Gustav, escandalizado como si hubiera escuchado la confesión de un crimen.

—¡Lo dijiste tú, Seren! ¡No Jareth! —bromeó Paul.

—Yo también la quiero —dijo él, sin dudar, sin mirar a nadie más que a mí.

Y ahí se callaron todos.

Por primera vez en meses, el grupo entero quedó en silencio. No era incómodo. Era algo más cálido. Más respetuoso.

Fue Frank quien lo selló con una sonrisa.

—Bueno, pues... Bienvenidos al club de los que se tienen. Nosotros con Laura, ahora ustedes dos. ¿Quién sigue?

—Aisling y Jessie, obvio —dijo Gustav, haciendo que ambas lo empujaran al mismo tiempo.

Nos reímos todos.

El recreo siguió, pero distinto. Como si algo se hubiera ordenado sin romper nada. Como si ahora que estábamos juntos a la vista de todos, todo encajara un poco más.

Me senté en el suelo, aún con la mano de Jareth entrelazada con la mía, mientras el resto hablaba de cosas sin sentido. Sentí que el aire pesaba menos. Que mi pecho ya no tenía que esconder lo que sentía.

Y cuando Jareth, sin que nadie viera, me rozó el pulgar con el suyo, supe que todo el miedo que sentí antes… valió la pena.

Nos habíamos elegido. Y ahora, lo sabían todos.

Dos meses.

Dos meses llevaba sin esconderme.

Dos meses sin capucha, sin negro, sin lentillas color café, sin tener que camuflarme entre sombras para que el mundo no me alcanzara.

Desde que Jareth llegó a mi vida, eso... cambió. Se hizo más fácil respirar. Más fácil ser. No mejor —no me gusta esa palabra, como si lo anterior estuviera mal—, pero sí más liviano.

Hasta hoy.

Me levanté con el pecho hundido, como si me hubieran vaciado el aire mientras dormía. Nada en particular había pasado. No hubo pesadilla, ni pelea, ni señal clara. Pero ahí estaba: el peso, el ruido, el caos invisible.

Mi ropa clara me miró desde el perchero como si fuera ajena. No pude tocarla.

Me puse negro. Camiseta amplia, buzo con capucha. Lentes de contacto café que escondían mis ojos. Pasos suaves. Silencio automático.




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