Entre Planos y Corazones

23

Las semanas se habían transformado en meses, y aquella conversación tensa entre Jareth y Seren había dejado de ser una herida abierta para convertirse en una cicatriz que los unía, silenciosa pero resistente.

El ritmo de las clases no se detenía, pero ellos habían encontrado una manera de sostenerse en medio del caos estudiantil: con citas improvisadas, paseos nocturnos, desafíos académicos y momentos de pura cotidianidad que, de alguna forma, se volvían extraordinarios solo por el hecho de compartirlos.

En la biblioteca, solían sentarse juntos en la mesa más cercana a la ventana. Seren prefería los libros físicos, con márgenes que podía rayar, mientras que Jareth era más de tablet y auriculares. Discutían por eso a menudo.

—No entiendo cómo puedes estudiar con música en los oídos —le decía ella, sin levantar la vista de su cuaderno.

—Y yo no entiendo cómo puedes vivir sin banda sonora —respondía él, con una sonrisa torcida.

Se desafiaban con preguntas de la materia, apostando quién sacaría mejor nota en la próxima prueba.

Las apuestas no eran dinero: eran postres, favores o el derecho a elegir la película del viernes por la noche. Ninguno quería perder, y sus discusiones académicas se volvieron famosas entre sus compañeros.

En las clases de ciencias, sus competencias alcanzaban un nuevo nivel. Se inscribieron como dupla para el proyecto anual del curso, una maqueta funcional de un ecosistema cerrado.

Seren propuso usar musgo y microbios anaeróbicos. Jareth quería hacerlo con sensores y automatización. Terminaron combinando ambas ideas y su proyecto fue expuesto como modelo en la feria escolar.

Pero también había desacuerdos reales. Días en que Seren llegaba sin hablar, o Jareth se mostraba huraño.

Momentos en que el pasado de cada uno aparecía sin invitación.

Seren a veces se encerraba en sí misma, y Jareth, sin entender del todo lo que le pasaba, se quedaba a su lado, en silencio, hasta que ella decidiera hablar.

Una de sus citas favoritas era visitar una librería antigua en el centro. Seren podía pasar horas entre estantes, mientras Jareth hojeaba revistas de arquitectura.

Luego caminaban de regreso bajo las luces de la ciudad, compartiendo un café caliente y el tipo de conversación que sólo ocurre cuando el ruido del mundo se apaga.

En la academia, la competencia por las mejores calificaciones seguía latente. A Jareth no le gustaba ser superado, y Seren había recuperado completamente su confianza intelectual.

A veces, ella sacaba décimas por encima de él. En otras, era él quien le explicaba con paciencia fórmulas que no terminaban de cuadrarle. Lo importante es que se respetaban.

Una tarde, en una clase de arquitectura avanzada, el profesor los dividió en grupos para diseñar un pabellón multifuncional. A Jareth le tocó liderar el grupo de Seren. Ella frunció el ceño al escuchar su nombre después del suyo. Lo miró, entre divertida y fastidiada.

—¿Me vas a mandar a hacer los renders otra vez? —preguntó con sarcasmo.

—Claro que no —le respondió con la voz seria—. Esta vez te toca hacer la estructura.

Se lanzaron miradas de guerra, pero trabajaron con eficacia. Seren propuso un sistema de cubiertas móviles inspirado en alas de mariposa, y Jareth logró integrarlo en una estructura modular elegante.

Al presentar el proyecto, su profesor los felicitó por el trabajo colaborativo y les pidió permiso para enviar el diseño a un concurso internacional. Lo aceptaron con orgullo.

Jareth se ajustó la chaqueta frente al espejo por tercera vez. No era la misma ropa de lujo que solía rechazar, pero Seren había insistido en que esa noche se vistiera "como él, pero un poco más encantador". No supo si eso era un cumplido o una trampa. Afuera, el cielo comenzaba a ponerse violeta.

La puerta de la casa se abrió antes de que él pudiera tocarla. Seren apareció con una sonrisa tranquila y un brillo nervioso en los ojos.

—Llegaste a tiempo —dijo, con voz suave. Se estiró para besarle la mejilla, y le tomó la mano con decisión.

Jareth respiró hondo mientras entraba. El olor a canela, madera y jazmín lo envolvió de inmediato. El salón estaba lleno de libros apilados, plantas colgantes y fotografías en blanco y negro. Era un hogar. Uno real.

—Mamá, papá —anunció Seren, con ese tono firme que usaba cuando quería que la tomaran en serio—. Este es Jareth.

La madre se levantó primero. Pelo castaño claro con canas suaves, ojos agudos. Lo evaluó sin decir palabra y luego sonrió, amable.

—He oído mucho sobre ti. Seren habla… demasiado. —Le ofreció la mano con firmeza—. Bienvenido.

El padre, más silencioso, apenas inclinó la cabeza desde su asiento. Sostenía un libro en el regazo, pero lo cerró con cuidado.

—¿Te gusta el ajedrez? —preguntó, sin saludar.

Jareth parpadeó. Seren apretó su mano con fuerza.

—Te está desafiando —le susurró—. No le ganes.

—No sé perder —replicó Jareth, medio en broma.

—Eso lo sabremos —contestó el padre, y se levantó por primera vez—. ¿Una partida antes de la cena?

Seren rodó los ojos con una sonrisa resignada. Pero algo en su gesto decía: siéntete en casa. Y por primera vez, Jareth lo hizo.

Después de ese día, los fines de semana se reunían en casa de Seren. Sus padres ya estaban acostumbrados a ver a Jareth rondando, con su mochila y su manera de encorvarse cuando saludaba.

A veces cocinaban juntos. Otras, simplemente se tiraban en el sofá a ver documentales de cosas absurdas. Seren tenía una risa contagiosa que él ya había aprendido a amar. Jareth, por su parte, comenzaba a dejar su armadura. Poco a poco.

—No tienes que demostrarme nada —le dijo ella una noche, cuando él le confesó cuánto le costaba confiar.

—Lo sé. Pero quiero hacerlo —respondió él, mirándola a los ojos.

Con el paso del tiempo, los límites entre lo académico y lo emocional se difuminaron. Ya no competían por las notas con tanto ahínco. A veces, se prestaban tareas. Otras, estudiaban en conjunto para las pruebas.




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