Entre Planos y Corazones

25

Jareth abrió su casillero como cada mañana. El pasillo estaba lleno de estudiantes que entraban corriendo a clases, bufandas al viento, mochilas tambaleantes, risas dispersas. Él, en cambio, se movía en silencio, con esa cadencia sigilosa que había aprendido de chico para no hacer ruido en casas pequeñas donde los muros todo lo escuchan.

Entre sus libros y cuadernos, sobresalía algo que no había dejado allí: un sobre blanco, sin remitente. Solo su nombre escrito a mano con tinta negra.

Lo sostuvo un segundo antes de abrirlo. El papel tembló un poco entre sus dedos.

“¿Crees que no lo sabemos? Ella se burla de ti. Todos lo hacen. Una princesa no ama a un obrero. Pregúntale cómo te llama cuando no estás cerca.”

No había firma. Nada más.

Jareth leyó la nota tres veces. Al principio, no la creyó. Luego, no pudo dejar de pensarla.

Se guardó el papel en el bolsillo, con el corazón latiéndole en las sienes.

Seren también encontró algo inesperado. Lo halló dentro de su cuaderno de Ética, entre la página 42 y 43.

Era un sobre dorado, más fino que los usados comúnmente en el colegio. También sin remitente. También con su nombre escrito a mano.

“Tu padre estaría orgulloso. Has hecho tu buena obra del año: salvaste a un pobrecito. Pero ya cumpliste. ¿Hasta cuándo vas a fingir que es algo más?”

La rabia fue inmediata, pero le costó diferenciar si era por lo que decía… o por lo que insinuaba.

No le dijo nada a Jareth ese día. Lo miró desde lejos, con una sonrisa que temblaba un poco. Él la saludó con un gesto breve, casi cortante. Algo pasaba. Pero ninguno dio el primer paso.

Durante la siguiente semana, las notas siguieron apareciendo.

A Jareth le llegaron dos más: una doblada y deslizada dentro de su mochila, otra pegada con cinta por dentro de su casillero.

“¿Te gustó el reloj? Valía más que todo lo que hay en tu casa. Agradece mientras dure. Después vendrá otro.”

“¿Sabes por qué nunca te presenta como su novio? Porque no lo eres. Eres su acto de caridad.”

A Seren le llegó una nota durante el ensayo de teatro, en una flor de papel dentro del camerino.

“La diferencia de mundos siempre rompe. El amor no basta. Elige bien qué perderás primero: tu apellido o tu libertad.”

“¿Ya notaste que se aleja? No es orgullo. Es que está conociendo a alguien más. Alguien que no le recuerda que es pobre.”

Las notas estaban bien escritas, con tinta negra o azul, siempre a mano, como si quien las redactara los conociera. Como si hubiera estado ahí. Observando.

La desconfianza fue silenciosa. Una grieta que no se ve, pero se siente cuando caminas sobre ella.

Jareth empezó a rechazar las invitaciones de Seren. Ya no subía al auto deportivo con el mismo entusiasmo. Ya no aceptaba los regalos. Guardaba silencio cuando ella se acercaba demasiado.

Seren, por su parte, se volvió más impaciente, más cortante. Le hablaba con suavidad en público, pero cuando estaban a solas, sus palabras tenían filo.

—¿Hay algo que no me estás diciendo, Jareth? —preguntó una tarde, mientras él hojeaba un libro en la biblioteca.

—¿Y tú? —respondió sin mirarla.

El silencio entre ellos fue más denso que cualquier explicación.

Una noche, Seren lo llamó.

—¿Te llegan cartas?

—¿Qué?

—Eso. Notas. Sobre… nosotros.

Hubo una pausa.

—Sí.

—¿Y tú?

—También.

La línea quedó muda. Solo se oía su respiración.

—¿Por qué no me dijiste? —preguntó ella.

—¿Por qué no lo hiciste tú?

Ninguno respondió. Porque la verdad era simple y cruel: no lo hicieron porque, en el fondo, una parte de ellos quiso creer lo que decían. Aunque doliera. Aunque no fuera cierto. Aunque los destruyera.

Esa semana dejaron de sentarse juntos. No fue una pelea. No fue un adiós. Fue un paso atrás.

Alguien estaba jugando con ellos. Y ambos, sin querer, estaban dejando que ganara.

El segundo semestre avanzaba como una cuerda tensa. Los ensayos, los campeonatos, las clases en bloque… todo parecía exigir más de todos. Seren y Jareth se seguían viendo cada tarde: estudiaban, se reían, a veces discutían por quién resolvía mejor los ejercicios, pero siempre terminaban con alguna broma compartida. Una cercanía de esas que se construyen sin que uno lo note. Pero también de esas que se pueden perder sin aviso.

Fue un martes cuando lo vió por primera vez. Elías. Mismo grado, otro curso. Ex de Seren. El que duró más.

—¿Es tu amigo? —preguntó Jareth, viendo cómo ella lo saludaba con una sonrisa distinta.

—Estuvo conmigo… el año pasado —respondió ella, encogiéndose de hombros.

No dijo más. Pero la pausa quedó flotando.

Comenzaron con saludos. Después, con conversaciones al salir del laboratorio. Luego, con cafés en el pasillo de máquinas. Pequeños gestos. Pequeños pasos hacia algo que no parecía peligroso. Pero lo era.

Jareth no decía nada, pero observaba todo. Y eso le dolía más que si se lo hubiera gritado.

Veía cómo Seren se reía de forma más suelta. Cómo le compartía sus audífonos. Cómo Elías conocía sus horarios, sus canciones, su letra. Todo lo que él apenas comenzaba a descubrir.

Una tarde, Jareth la esperó en la sala común para repasar física. Habían quedado en verse a las seis. Seren llegó a las seis y media. Con Elías.

—Perdón, me lo encontré y nos pusimos a hablar —dijo, como si nada.

—No importa —murmuró Jareth, cerrando su cuaderno—. Ya terminé.

Mentía.

Pero no se iba a quedar a ser el tercero.

Esa noche, no se escribieron.

Y al día siguiente, Seren lo buscó en la biblioteca.

—¿Estás enojado?

—¿Por qué lo estaría?

—No sé… desde ayer estás extraño.

—Tú también —respondió él, sin levantar la mirada de su libro.

Ella suspiró.

—No quiero que malinterpretes las cosas. Con Elías solo hablamos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.