Entre Planos y Corazones

26

A veces, creo que lo supe desde el principio. Desde esa primera vez que la vi reír, con los labios pintados de rojo cereza y los ojos arrugados de tanto que sonreía. No fue un momento grandioso ni cinematográfico. Fue pequeño. Íntimo. Apenas un instante perdido en medio del bullicio del colegio, de las voces, las mochilas arrastradas por el suelo y los profesores gritando sobre tareas que nadie escuchaba.

Seren estaba ahí, entre sus amigas, contando algo que no logré escuchar. Pero la forma en que sus manos volaron en el aire, exagerando la historia, y cómo su risa quebró el aire alrededor, fue suficiente. No fue amor a primera vista. Fue curiosidad. Esa especie de intriga absurda que solo alguien tan diferente a mí podía causar.

Ahora, meses después, estoy sentado en una banca del jardín, el sol apenas tocando la piel, rodeado del sonido de otros estudiantes que simplemente... existen. Y yo pienso en ella.

En cómo cambió mi vida.

No fue fácil. Nada de esto lo fue. Ni aceptar que me gustaba alguien como ella —tan distinta a lo que creí necesitar—, ni adaptarme a su mundo lleno de colores, contradicciones y emociones explosivas. Seren no es sencilla. Pero, joder... es hermosa. Y no hablo de su cara, ni de su cuerpo, ni de esa manera en la que gira los ojos cuando se ríe de algo que no le da gracia. Hablo de la forma en que se despierta cada día peleando consigo misma, de cómo carga sus heridas y aún así sonríe.

Yo no sabía lo que significaba el amor hasta que empecé a querer cuidarla.

Lo noté hace un tiempo. En esos silencios que se quedan después de un beso. En los días en que discutimos por cosas pequeñas y aún así me cuesta no mirarla. En el esfuerzo que hago por entenderla incluso cuando no entiendo nada. En el cansancio emocional que me queda después de verla desaparecer con su capucha puesta, y no saber si volverá.

Al principio pensé que era sólo deseo.

Porque, vamos... Seren es atractiva. Camina como si el mundo fuera suyo, incluso cuando por dentro está rota. Tiene ese magnetismo que hace que todos se giren a mirarla. No necesita buscar atención; la atención la busca a ella. Y yo no fui la excepción. Quería conocerla. Quería besarla. Quería descubrir qué había detrás de esa máscara alegre.

Y ahora que lo sé… no hay marcha atrás.

La amo.

Y no se lo he dicho.

Ni una sola vez.

Porque me aterra. Me aterra que no me crea, o peor, que no lo sienta. Que piense que sólo estoy con ella porque es divertida, o distinta, o intensa. Que piense que soy como los otros. Como ese tal Elías, el imbécil que sigue enviando cartas como si eso fuera romántico y no patético. Me aterra perderla. Pero también me aterra no estar a su altura. No poder con todo lo que carga.

Seren no es fácil de amar.

Y eso me fascina.

Pero también me agota.

Pienso en los días buenos. En las veces que me busca con su postre favorito en la mano, y me da bocados como si eso fuera lo más normal del mundo. En los días de paseo, cuando se burla de los demás por sus selfies forzadas. En las noches en que se sienta en mi cama, pone música vieja y me obliga a bailar aunque no quiera. En los días que no quiere hablar, y sólo se recuesta sobre mi pecho, buscando respirar al mismo ritmo.

Y también pienso en los días en que desaparece.

Como si su oscuridad la arrastrara.

Como si volver a ser ese niño que ocultaba su rostro bajo una capucha fuese inevitable.

A veces la pierdo, aunque esté al lado mío.

Y aún así la elijo.

Una y otra vez.

Me pregunto si es eso el amor. Elegir a alguien incluso en sus peores días. Incluso cuando se cae. Incluso cuando te arrastra un poco en la caída.

Yo... quiero quedarme.

Quiero quedarme incluso si nunca me dice que me ama. Incluso si seguimos peleando por quién es más brillante en la clase, o si deja mal cerrada la tapa del shampoo. Incluso si sus silencios duelen más que sus gritos. Incluso si sigue trayéndome ropa sin preguntar, aunque deteste sentirme un proyecto de caridad. Incluso si a veces me hace sentir pobre, aunque nunca lo diga.

La quiero.

No... no es sólo querer.

La amo.

Y eso me da miedo.

Porque el amor cambia las cosas.

Porque ya no puedo imaginarme un mundo en el que no exista ella. No puedo volver a mis días antes de conocer su risa. No puedo mirar a otras sin compararlas con su forma de hablar o de pensar. Ya no busco a nadie más. Ya no necesito nada más.

Me pregunto si ella lo sabe.

Mi teléfono vibra.

Un mensaje.

Seren: ¿Estás ocupado?

No. Siempre estoy disponible para ella, aunque no lo diga. Aunque no quiera parecer desesperado.

Yo: No mucho. ¿Qué pasa?

Seren: ¿Puedes venir al jardín trasero?

Cierro el cuaderno. Me levanto.

Y camino.

Sin pensarlo.

Porque así es con ella. Mi brújula emocional apunta siempre hacia su voz.

Cuando la veo, está sentada bajo el árbol de magnolia, las piernas cruzadas, el cabello desordenado por el viento y una caja de jugo en la mano. Su chaqueta roja está abierta, mostrando la camiseta blanca con dibujos de galaxias. Me sonríe como si nada importara. Como si no hubiera pasado la mañana ignorándome.

—Hola —dice. Como si el mundo no se hubiera detenido en mi pecho.

—Hola.

Me siento a su lado. No pregunto por qué no me escribió antes. No pregunto por qué desapareció el fin de semana. No pregunto por qué a veces me trata como si no supiera si quiero quedarme.

Porque sé que no necesita mis preguntas.

Necesita mi presencia.

Y aquí estoy.

—¿Quieres un poco? —me ofrece su jugo, el mismo de siempre, sabor durazno.

—Sí.

Bebo un sorbo y se lo devuelvo.

No hablamos por un rato. Y está bien.

Su cabeza reposa en mi hombro.

Mi mano encuentra la suya.

Y en ese momento, sin que ella lo sepa, sin que yo diga nada, me doy cuenta de que no necesito más pruebas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.