Entre Planos y Corazones

27

La noche estaba más fría de lo que esperaba, pero no me importó. Me tomé un minuto para ajustarme a la sensación en mi pecho. Iba a ser una noche importante, lo sabía. El aire helado me abrazaba con cada respiración, pero en lugar de calmarme, me inquietaba aún más. Seren estaba al lado de mí. Ella no lo sabía, pero yo ya estaba enamorado de ella. Había pasado semanas tratando de encontrar las palabras exactas, y ahora, con solo mirarla, sentía que todo lo que había planeado se desvanecía.

Arranqué el auto, el rugir del motor fue lo único que me permitió dejar de pensar un momento. La carretera se extendía frente a nosotros, vacía, silenciosa, solo el ruido de las ruedas sobre el asfalto. Seren estaba sentada a mi lado, tranquila. No era como las veces que habíamos hablado, esas conversaciones ligeras que nunca se sentían pesadas. Esta vez todo parecía más denso. En su rostro no había rastro de la sonrisa juguetona que la definía, sino una calma que contrastaba con mi propio caos.

Miré de reojo, buscando cualquier señal de incomodidad en ella. Nada. La miraba a través del espejo retrovisor, sus ojos brillaban bajo la tenue luz del auto. No sabía si quería que notara que la estaba observando, pero lo hacía. Tenía una forma de moverse, de estar, que no podía dejar de notar. A veces, sus gestos tan espontáneos me volvían loco, y otras veces, como en ese momento, me tranquilizaban.

—¿Todo bien? —preguntó, interrumpiendo mis pensamientos.

El sonido de su voz, suave pero seguro, hizo que mi corazón saltara.

—Sí. Todo bien. Solo… un poco nervioso. —No estaba seguro de por qué había dicho eso. O sí. Sí lo estaba. Estaba nervioso, como nunca antes.

Ella sonrió. Un destello travieso se coló en su mirada, como si supiera lo que pasaba por mi mente, pero no lo mencionó. No lo necesitaba. Seren podía leerme mejor que nadie, y yo… yo no sabía si quería que lo hiciera. Pero en ese momento, me di cuenta de lo mucho que me importaba.

El sonido de los neumáticos contra el asfalto y la luz de los faros iluminando el camino seguían siendo lo único real para mí. Cuando llegamos, estacioné el auto y salí rápidamente, cerrando la puerta tras de mí. Necesitaba estar lejos de la oscuridad del coche, de los pensamientos que me abrumaban. Pero al verla caminar hacia el mirador, con su cabello ondeando ligeramente por la brisa nocturna, algo dentro de mí se calmó.

El viento golpeó nuestra piel de una manera fría, pero al mismo tiempo reconfortante. Seren se acercó a la baranda, apoyando las manos con delicadeza. Su respiración formaba nubes en el aire, pero no parecía importarle el frío. Ella se veía diferente, más tranquila, más… cercana.

Caminamos por el sendero de faroles, que ya estaban encendidos, proyectando un brillo suave sobre las hojas caídas. El aire era frío, pero no incómodo; lo suficiente para que se acurrucara un poco más en su bufanda. Llegamos al mirador y extendí la manta sobre el suelo de madera. Ella se sentó primero, todavía con esa expresión de “quiero saber a dónde vas con esto”, pero sin protestar.

—Chocolate caliente —dije, sacando el termo y dos tazas metálicas. Sus ojos brillaron apenas lo probó. —Ok, punto para ti.

Mientras bebíamos, puse la música desde mi teléfono. Nada fuerte, solo lo suficiente para que llenara el silencio entre nosotros. Canciones lentas, de esas que parecen alargar cada segundo. Seren dejó la taza a un lado y apoyó la cabeza contra la baranda, mirando el reflejo de las luces en el lago.

—Es bonito —dijo, y su voz sonó más suave que antes— No pensé que esto fuera lo que tenías planeado —dijo sin dejar de mirar las luces de la ciudad.

Mi pecho se tensó. Estaba tan cerca de ella, pero a la vez, sentía que aún había una distancia enorme entre nosotros. Si tan solo pudiera encontrar las palabras para decirle todo lo que había estado callando durante semanas.

—A veces lo simple es lo mejor —respondí, acercándome lentamente hacia ella.

El roce de su mano con la mía, tan accidental, pero al mismo tiempo tan deliberado, hizo que mi respiración se detuviera por un momento. Apenas un contacto, pero todo mi cuerpo reaccionó de inmediato. Sentí el calor de su piel, la suavidad de sus dedos que parecían magnetizarme.

Ella me miró, sus ojos brillando con una curiosidad tranquila, como si estuviera esperando algo más. ¿Esperaba que hablara? ¿Que me abriera?

Quería hacerlo. Quería gritarle todo lo que estaba sintiendo, pero no podía. Sentía que si soltaba esas palabras, me perdería por completo. Entonces, tomé una bocanada de aire y me acerqué más, hasta que ya estábamos a centímetros. La tensión en el aire era palpable, como si todo estuviera a punto de estallar en un solo instante.

Ese era mi momento. Podía sentirlo. El tiempo se había ralentizado, y no por la música. Era como si el aire mismo nos envolviera en algo que no se podía romper.

—Seren… —empecé, pero me detuve. No quería sonar como si estuviera leyendo un guion. Ella giró el rostro hacia mí, esperando.

Finalmente, tras un par de segundos que parecieron horas, me decidí. Mi pulso acelerado me recordaba lo que estaba a punto de hacer, pero no podía esperar más. No quería esperar.

Me acerqué lo suficiente como para sentir su respiración. Apenas unos milímetros de distancia y, de repente, todo parecía desaparecer. El mundo, la ciudad, el frío, todo se desvaneció. Solo estábamos nosotros.

Respiré hondo. —Sé que nunca he sido el mejor para decir lo que siento, y que muchas veces parezco guardarme las cosas. Pero contigo es distinto. No importa si estamos hablando de cualquier tontería o si estamos en silencio… siempre siento que es donde tengo que estar. Ella no dijo nada, pero su mirada se suavizó.

—No quiero que pienses que esto es algo que digo a la ligera, porque no lo es. Llevo tiempo sintiéndolo, incluso antes de darme cuenta. Y creo que si no lo digo ahora… me voy a arrepentir.




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