Entre Planos y Corazones

29

El laboratorio de ciencias estaba lleno de murmullos y ruidos de teclados cuando Jareth entró con paso firme. Al ver a Seren, radiante y concentrada en su pantalla, sintió esa mezcla de orgullo y protección que ya conocía demasiado bien. Llevaban mas de tres meses siendo pareja oficial, seis si contábamos el tiempo en que no reconocíamos lo nuestro al público y, aunque la confianza entre ellos crecía, algo en el aire nunca cambiaba del todo.

Jareth se acercó a la mesa donde Serena estaba sentada, y justo entonces entró uno de los chicos del mismo curso, Leo, con esa sonrisa encantadora que había aprendido a no subestimar. A su lado, Elías y André, también exnovios de Seren, lo miraban con la misma mezcla de sorpresa y una pizca de molestia apenas contenida.

—¿Ya tres meses, en serio? —susurró Leo sin mucha disimulación, mirando a Jareth con una mezcla de curiosidad y desafío.

Jareth frunció el ceño, sintiendo cómo el estómago se le encogía por dentro. No era solo celos, era algo más profundo, un instinto que se negaba a dejar ir a Seren tan fácilmente. Consciente de sus ojos fijos en él, intentó responder con calma, aunque su voz cargaba esa tensión contenida:

—Sí, tres meses. Y no pienso dejar que cambie nada.

André soltó una risa baja, burlona, con ese aire altanero que Jareth ya conocía bien.

—No te emociones demasiado —dijo—. No es tan sencillo ganarnos a nosotros.

En ese momento, la puerta se abrió y apareció Bratt, aunque no era de su curso. Alto, musculoso, con esa expresión de seguridad casi arrogante, se plantó junto a Seren con una sonrisa tensa.

—¿Creen que pueden quedarse con ella tan fácil? —dijo, dejando claro que su presencia no era casual.

Jareth apretó los puños y cruzó la mirada con Bratt, un desafío silencioso que no pasó desapercibido.

Seren, con esa sonrisa pícara que lo volvía loco, puso una mano en el brazo de Jareth.

—Tranquilos, chicos. Este juego ya tiene ganador —dijo con tono despreocupado—. Ustedes solo miran desde afuera.

Leo soltó una carcajada, mientras Elías y André intercambiaban miradas cómplices.

—¿Ganador? —murmuró Elías—. Eso está por verse.

Jareth sintió cómo una oleada de rabia y celos se mezclaban con el deseo de demostrar que nadie podía arrebatarle a Seren. Aunque intentó mantener la compostura, su voz se hizo firme.

—Ella está conmigo ahora. Y eso es lo que importa.

Bratt soltó una sonrisa torcida y se retiró, sin perder de vista a Seren. Los otros chicos también se alejaron un poco, pero Jareth sabía que la batalla aún no había terminado.

Mientras la clase comenzaba, Jareth mantuvo la mano de Serena bajo la mesa, un gesto sencillo pero cargado de significado. Ella le devolvió la mirada, segura, y en ese instante supo que, pase lo que pase, nadie iba a quitarle lo que era suyo.

Los días siguientes se convirtieron en una prueba constante para Jareth. Los exnovios de Seren no solo se limitaron a intercambiar miradas desafiantes; comenzaron a usar todo tipo de detalles para intentar llamar la atención de ella, como si quisieran recordarle lo que habían tenido.

El lunes, mientras Jareth esperaba en el pasillo frente al laboratorio, vio a Leo acercarse con una caja pequeña envuelta en papel rosa y una tarjeta con letra cuidadosa. Se la entregó a Seren con una sonrisa encantadora.

—Esto es para ti, solo porque sé que te gustan las cosas simples —le dijo Leo, y Seren lo recibió con una mezcla de sorpresa y cortesía.

Al día siguiente, Elías apareció durante el recreo con un ramo de flores silvestres, no el tipo de flores clásicas ni demasiado arregladas, sino algo más natural, como un intento de mostrar sinceridad. Las colocó sobre la mesa donde Seren estudiaba, con una nota que decía “Para quien me enseñó a querer”.

No pasó mucho para que André subiera la apuesta. Un viernes por la tarde, después de clase, apareció en la entrada con una caja de chocolates artesanales, los mejores de la ciudad, según presumió en voz baja para que Jareth lo escuchara. Seren aceptó el detalle con una sonrisa educada, mientras Jareth sentía que un nudo le apretaba el estómago.

Un martes, Bratt, aunque no era del mismo curso, sorprendió a todos con un peluche enorme de oso color marrón que colocó en la silla junto a Seren durante la clase de literatura, como un regalo para “aliviar su soledad”. Jareth se mordió el labio, apretando la mano que tenía libre, con ganas de tirarlo lejos.

El miércoles siguiente, durante la hora de almuerzo, Leo volvió a aparecer, esta vez con un pequeño libro de poemas. Se acercó a Seren y le leyó un fragmento en voz baja, solo para ella, mientras Jareth se esforzaba por no mirar con odio.

Por último, un jueves lluvioso, André le dejó una carta anónima en el casillero de Seren. La nota estaba llena de frases enigmáticas y promesas vagas, dejando claro que no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente.

Jareth sentía que cada uno de esos gestos era como un golpe silencioso dirigido a su orgullo, a su inseguridad. Sin embargo, también veía la forma en que Seren los recibía: con tranquilidad, con una confianza que solo él había logrado despertar en ella.

En cada ocasión, Jareth apretaba los puños, luchando contra el impulso de interrumpir y reclamarla. Pero al mismo tiempo, algo dentro de él se fortalecía; sabía que debía ser paciente, que esta guerra de detalles no era más que un ruido de fondo.

Los días siguieron transcurriendo, y los exnovios no bajaban la guardia. Cada pequeño gesto hacía que la paciencia de Jareth se fuera agotando, y la tensión se volvía casi insoportable.

El lunes, durante la clase de arte, Leo apareció con una pulsera de cuero trenzado, con un pequeño dije en forma de luna, el símbolo que decía que era especial entre ellos. La deslizó con calma sobre la muñeca de Seren, con una sonrisa segura, y esta la aceptó sin rechistar.

El martes, André no se quedó atrás y le regaló un collar con un colgante de cristal que capturaba la luz de manera hipnótica. Lo puso suavemente sobre el escritorio, junto a una nota que decía: “Para que recuerdes que no estás sola”.




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