Los días se tornaban cada vez más pesados para Jareth. Cada mañana, al llegar a la escuela, ya no buscaba simplemente a Seren para compartir una sonrisa o un saludo; ahora sus ojos se clavaban en cada movimiento a su alrededor, en cada persona que se acercaba a ella con una excusa cualquiera, pero que, él sabía, no era casualidad. Los regalos seguían llegando, y con ellos, una corriente constante de celos y frustración que amenazaba con estallar.
El detalle que encontró aquel día en el asiento de Seren fue un perfume francés que ni siquiera conocía, pero cuyo nombre resonaba con lujo y exclusividad. Lo vio con desprecio, un objeto más en la lista interminable de cosas que no podía ofrecerle. Su corazón palpitaba con fuerza, mezcla de rabia y un dolor sordo que le punzaba en el pecho.
Cuando Serena apareció con ese aroma sutilmente envolviéndola, la sonrisa que le dedicó a quien le había regalado el perfume se le clavó como una daga. Jareth sintió que se le hacía un nudo en la garganta. No pudo contenerse más.
—¿De verdad tienes que aceptar todo eso? —le soltó en voz baja mientras caminaban por el pasillo—. No tienes que ser amable con ellos siempre.
Seren lo miró con sorpresa, pero también con esa calma que acostumbraba a tener en situaciones tensas.
—Jareth, no es tan sencillo —respondió, apretando su mano con suavidad—. Si rechazo sus regalos, la cosa se vuelve un problema. Prefiero que piensen que no me afectan.
Él tragó saliva, sabiendo que ella tenía razón, pero sin poder controlar ese fuego que ardía en su interior.
Las siguientes horas fueron una tortura. En cada clase, Jareth sentía que las miradas de aquellos que habían sido parte del pasado de Seren se posaban en él, evaluándolo, desafiándolo. Y cada vez que alguno de ellos se acercaba con un regalo o un mensaje para Seren, él sentía que perdía un poco más el control.
En el almuerzo, mientras todos se sentaban en la mesa habitual, un paquete con un collar de oro apareció en manos de Leo. Seren lo tomó, admirando su delicadeza, y sonrió con ese brillo que hacía que Jareth sintiera que estaba perdiendo la cabeza.
—¿No piensas decirles nada? —preguntó Jessie, claramente al tanto del malestar de Jareth.
Él miró a sus amigos y negó con la cabeza.
—No quiero parecer un idiota celoso —respondió con un tono bajo, casi para sí mismo—, pero a veces siento que no puedo más.
Paul, siempre pragmático, le dio una palmada en la espalda.
—Si de verdad quieres a Seren, tienes que confiar en ella —dijo—. Nadie va a quitarte lo que es tuyo.
—Eso parece fácil para tí decirlo —replicó Jareth, apretando la mandíbula—. No todos tienen la seguridad de que la persona que quieren no va a caer en las tentaciones.
La conversación se fue disolviendo en murmullos, mientras Jareth se hundía en sus pensamientos. Sabía que tenía que manejar esos sentimientos antes de que dañaran lo que tenían.
Pero la paciencia tenía un límite.
Fue durante la clase de matemáticas cuando Jareth perdió el control. Elías, uno de los exnovios, apareció con una caja de bombones artesanales, de esos que cuestan una fortuna. Seren lo recibió con una sonrisa genuina y un “gracias, Elías, son deliciosos”. Eso fue suficiente para que Jareth se levantara bruscamente y se acercara a la mesa, con el ceño fruncido y la voz firme.
—¿Puedes dejar de molestarla ya? —le dijo a Elías en voz alta, sin importarle las miradas que se volcaron hacia ellos—. ¿No entiendes que está conmigo?
Elías sonrió con sorna y se encogió de hombros.
—Solo le estoy mostrando cariño —respondió—. No tienes por qué ponerte así.
Seren puso una mano sobre el brazo de Jareth, intentando calmarlo.
—Jareth, no es necesario que hagas esto —le susurró—. Puedo manejarlo.
Pero él estaba demasiado irritado para escuchar razones.
—No es solo eso —contestó con voz baja, tensa—. Es que cada vez que veo esos regalos, esas sonrisas, siento que me están recordando lo que no puedo darle.
Los ojos de Seren se abrieron con sorpresa, y por primera vez, Jareth vio una mezcla de tristeza y comprensión en su mirada.
—Lo sé —respondió con voz suave—. No tienes que compararte con ellos.
—Pero lo hago —replicó él, sin poder evitarlo—. Porque no es solo eso, Seren. Es que... te quiero tanto que me da miedo perderte.
La tensión entre los dos se volvió palpable. El murmullo de los compañeros se hizo más fuerte, pero ellos estaban en su propio mundo.
Después de un largo suspiro, Seren le tomó la cara con ambas manos y lo besó con ternura.
—Estoy aquí —le dijo al separarse—. Nadie más importa.
Jareth sintió que el peso en su pecho disminuía un poco, pero sabía que la batalla contra sus celos apenas comenzaba.
Los días siguientes, aunque intentó controlar sus impulsos, las escenas se repetían: cada regalo, cada gesto, cada sonrisa que Seren dirigía a sus exnovios era una provocación involuntaria que hacía que sus celos estallaran en pequeños arrebatos.
Una tarde, en el pasillo, cuando Bratt se acercó con una rosa roja, Jareth no pudo más y le plantó una mano firme en el hombro.
—Déjala en paz —le advirtió con voz baja pero firme.
Bratt, desconcertado, retrocedió, y Seren observó la escena con una mezcla de sorpresa y una leve sonrisa.
—¿Eso fue necesario? —preguntó, alzando una ceja.
—Sí —respondió él, sin dudar—. Porque no voy a quedarme callado mientras alguien más intenta robarte.
Ella suspiró y lo abrazó con fuerza.
—Lo sé —le dijo—. Y eso también me gusta de tí.
Jareth, con el corazón latiendo fuerte, supo que aunque los celos eran una lucha constante, también eran parte de su manera imperfecta de amar.
…
La noche estaba fresca, y el restaurante de la ciudad tenía ese ambiente íntimo y exclusivo que Seren había elegido para la cita con Jareth. Mesas bien separadas, luces tenues y una carta con platos que prometían sabores exquisitos. Para Seren, cada detalle contaba, y ese lugar era perfecto para alejarse del ruido de la escuela y de los regalos no deseados.