Seren se quedó en el umbral de la puerta, el corazón latiéndole con fuerza. La casa de Jareth, un modesto departamento alquilado a pocas cuadras del colegio, parecía ahora un refugio cerrado, hostil. Golpeó la puerta con la mano, suave al principio, luego con algo más de impaciencia.
—Jareth, soy yo —llamó, esperando que él la reconociera. Pero nadie respondió.
El silencio le dio la bienvenida, frío, como una señal de lo que venía. Seren apretó los puños y se llevó la mano a la boca para evitar que temblara. No quería admitirlo, pero una punzada de miedo se le coló por el pecho. ¿Había sido tan grave la pelea? ¿Estaba él realmente enfadado, dispuesto a romper con todo?
Intentó llamar a su celular. Su llamada fue rechazada.
Era viernes por la tarde. El fin de semana se presentaba largo y vacío sin Jareth. Seren dio media vuelta y se fue, sin querer aceptar que la brecha entre ellos ya era un abismo.
Pasaron las horas, y el sábado fue un día gris, lleno de mensajes no respondidos y miradas vacías al teléfono. Seren se sentía perdida, como si el mundo le negara el calor que antes le brindaba la presencia de Jareth.
Finalmente, decidió ir a buscarlo a su casa, la de su madre, a las afueras de la ciudad, un lugar humilde pero lleno de vida y risas familiares. Seren había estado allí antes, y aunque sentía cierta inseguridad, la necesidad de verlo y arreglar las cosas la empujó.
Al llegar, fue recibida por la madre de Jareth, una mujer de mirada cálida, que la invitó a pasar sin preguntas. El aroma a comida casera y el ruido de las voces de sus hermanos mayores le dieron una extraña sensación de hogar, ajena pero acogedora.
—¿Jareth está? —preguntó Seren, tratando de ocultar la ansiedad en su voz.
—Está en su habitación —respondió la madre con una sonrisa triste—. Ha estado callado desde lo de la pelea.
Seren caminó hacia la puerta del joven. Tocó, pero no hubo respuesta. Llamó por su nombre, suavemente al principio, y luego con más desesperación. Nada.
Entonces, empujó la puerta apenas y entró.
Jareth estaba sentado en su cama, con la mirada fija en un punto invisible. Sus ojos cafés parecían opacos, cansados, como si toda la fuerza que solía tener se le hubiera escapado.
—Jareth —dijo Seren, acercándose lentamente—. Necesitamos hablar.
Él no respondió. No la miraba.
—No quiero perderte —continuó ella, la voz quebrada—. No quiero seguir así, en este silencio.
Finalmente, él la miró, con ojos que quemaban más que cualquier palabra. Se levantó, enfrentándola con una mezcla de rabia y tristeza.
—¿Por qué viniste aquí? —le preguntó, la voz tensa—. ¿No te das cuenta de que esto está roto? ¿Que no quiero seguir fingiendo que todo está bien?
Seren sintió un nudo en la garganta, pero su determinación fue más fuerte.
—No voy a rendirme contigo, Jareth. Pero tampoco puedo estar con alguien que me rechaza.
—¿Rechazarte? —se rió amargamente—. ¿Sabes lo que es vivir con la sombra constante de tu pasado? ¿Lo que significa tener que luchar todos los días para no ser menos que los demás? Y tú… tú me das regalos que ni siquiera sé usar, intentas salvarme, me defiendes de mis propios demonios, pero no sabes cómo estar conmigo de verdad.
Seren tragó saliva, intentando comprender la profundidad de sus palabras.
—Nunca fue por lastimarte —dijo, con suavidad—. Solo quería ayudarte a sentir que no estabas solo.
—Pero me ahogas —interrumpió él—. Quiero ser yo mismo, con todos mis defectos y errores. No un proyecto que debas arreglar.
La tensión crecía en la habitación, y finalmente, Jareth dio un paso atrás, alejándose lentamente.
—Tal vez esto no funcione —susurró—. Tal vez sea mejor que terminemos.
Seren sintió cómo su mundo se desmoronaba en un instante. Luchó por hablar, por salvar lo que quedaba, pero las palabras se le negaron.
—Si esto es un adiós —dijo finalmente—, quiero que sepas que te amo con todo lo que tengo.
Él la miró por última vez, una mezcla de dolor y gratitud en sus ojos, y luego salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con un portazo seco.
Seren quedó sola, con el eco de sus propios latidos y la certeza de que ese fin de semana marcaría el antes y el después de su historia.
…
Seren se quedó en la habitación vacía, con el eco de la puerta cerrándose retumbando en su pecho como un golpe seco. La luz que entraba por la ventana parecía más tenue, como si el día también entendiera la tristeza que la embargaba.
Sus manos temblaban ligeramente, y sus ojos brillaban con lágrimas que se negaban a caer, aferrándose a la rabia y al dolor en vez de dejarse fluir. Sentía que algo dentro de ella se desgarraba, un vacío profundo que la asustaba.
Se dejó caer en el borde de la cama, abrazándose las piernas, buscando consuelo en sí misma. “¿Cómo pudo llegar hasta aquí?” se preguntaba una y otra vez. La relación que durante meses la había llenado de alegría, con sus risas compartidas y sus pequeños secretos, ahora parecía una distancia insalvable.
Recordó la sonrisa de Jareth, la manera en que la miraba cuando creía que nadie los veía, cómo sus manos temblaban cuando estaban juntos, como si temiera romper ese delicado equilibrio. Y también el enojo, esa tormenta contenida que lo hacía cerrar las puertas a su mundo.
Seren sabía que detrás de su fortaleza, había inseguridades y heridas profundas que nadie había logrado sanar, ni siquiera ella misma. Y sin embargo, la idea de perderlo le dolía tanto que le cortaba la respiración.
Se puso de pie lentamente y caminó hasta la ventana. Afuera, la ciudad seguía su ritmo indiferente, con luces que parpadeaban y gente que pasaba sin notar su pequeño drama. Quiso gritar, romper el silencio, pero solo pudo suspirar.
De repente, sus pensamientos la llevaron a ese momento en que Jareth la había abrazado sin decir palabra, cuando vio en sus ojos café algo que la había confundido y emocionado al mismo tiempo. Quiso entenderlo, pero también respetar su espacio.