El aula estaba llena de vida, pero para Seren, todo parecía lejano, como si observara desde detrás de un vidrio empañado. Las voces de sus compañeros se mezclaban en un murmullo confuso, sin sentido. No podía concentrarse, aunque sabía que debía hacerlo.
Sus ojos se posaban en las hojas del cuaderno, pero las palabras escritas no lograban llegar a su mente. El lápiz se movía solo, sin que ella pudiera controlar el trazo. Cada vez que levantaba la mirada, la luz del sol que entraba por la ventana le recordaba lo mucho que le pesaba estar ahí, en medio de todos, sintiéndose tan sola.
Un nudo apretaba su garganta y una tristeza silenciosa se anidaba en el pecho. La pelea con Jareth todavía la golpeaba con fuerza. No era solo la ausencia física, era esa distancia invisible que parecía crecer entre ellos, haciendo que cada momento compartido se sintiera ahora como un recuerdo lejano y doloroso.
Quería que las lágrimas brotaran, pero las contenía con esfuerzo, porque sabía que si las dejaba salir, no podría detenerlas. Su sonrisa, antes fácil y contagiosa, se había convertido en una máscara que se rompía solo cuando estaba sola.
En el fondo, se reprochaba por todo. Por las palabras que dijo y las que no dijo. Por sus miedos y esa lucha interna que hacía que a veces desapareciera en sí misma. No podía evitar sentirse rota, incompleta.
Mientras el profesor hablaba, su voz parecía alejarse cada vez más, convirtiéndose en un eco lejano que no podía alcanzar. El deseo de ser arquitecta, que antes la llenaba de entusiasmo, ahora parecía una meta distante, casi irreal.
El timbre que anunciaba el cambio de clase fue un alivio, aunque solo momentáneo. Recogió sus cosas sin prisa, como si cada movimiento le costara un esfuerzo enorme. Sus compañeros se despedían, reían, pero ella apenas respondía.
Al caminar hacia el laboratorio, su lugar seguro, sintió el peso de la soledad aplastándola. Allí, entre los frascos y tubos de ensayo, encontraba un poco de orden en su mente caótica. Pero ni siquiera eso alcanzaba para disipar la tristeza que le envolvía.
Pensó en Jareth, en su última mirada, en el silencio que los había separado. La pena se volvió más profunda, como un pozo sin fondo donde se hundía sin poder salir. Y sin embargo, en ese abismo, una pequeña chispa de esperanza insistía en brillar, recordándole que quizás, algún día, todo podría volver a ser como antes.
…
En el aula, Jareth parecía estar presente, pero su mente vagaba lejos. Los rostros de sus compañeros se confundían en un fondo borroso mientras su mirada se perdía en la ventana, observando sin realmente ver.
El silencio entre él y Seren había creado un vacío insoportable, uno que crecía con cada día que pasaba sin respuesta ni contacto. No era solo la distancia física, sino esa sensación agobiante de que algo importante se estaba desmoronando y él no sabía cómo detenerlo.
Sentía una mezcla de culpa y rabia contenida, un torbellino de emociones que le revolvía el pecho. Recordaba sus palabras duras, sus peleas, y cómo todo se había ido alejando lentamente, como si las grietas invisibles se volvieran cada vez más profundas.
La tristeza que le invadía era silenciosa, pero profunda, tan real como la que él intuía en Seren. Se preguntaba si ella también estaba sufriendo, si le dolía tanto como a él, o si simplemente había decidido olvidarlo y seguir adelante sin mirar atrás.
Jareth luchaba contra sus propios demonios: su orgullo que le impedía dar el primer paso, su miedo a ser rechazado, y ese deseo desesperado de recuperar lo que sentía que estaba perdiendo. El amor que tenía por Seren no era algo que pudiera simplemente apagar o ignorar.
Mientras el profesor continuaba con la clase, Jareth sentía el peso de cada segundo, cada instante sin ella, como una pequeña herida que se abría una y otra vez. Quería gritar, quería correr hacia ella, explicarle todo, pedirle perdón, pero se quedaba atrapado en su propio silencio.
El timbre que anunciaba el fin de la clase fue un alivio amargo. Se levantó con lentitud, cargando con la mezcla de emociones que lo paralizaban. Sabía que necesitaba encontrarla, hablar con ella, pero también temía lo que podría descubrir.
Caminó hacia la biblioteca, su refugio, esperando que el lugar le ofreciera algo de paz, aunque en el fondo sabía que la verdadera paz solo la tendría cuando Seren estuviera a su lado de nuevo.
En ese instante, solo quedaba en él la esperanza de que, a pesar del dolor y la distancia, el vínculo que los unía no se rompería del todo.
…
La biblioteca era un refugio de calma, un espacio donde el murmullo apagado de las páginas y el roce suave de las hojas creaban un ambiente casi sagrado. Seren estaba sentada en una mesa apartada, con la capucha baja cubriendo su rostro, intentando hacer invisible el peso que cargaba.
No esperaba verlo entrar.
Pero allí estaba Jareth, moviéndose con esa mezcla de duda y determinación que tantas veces le había resultado familiar. Sus pasos se hicieron más lentos cuando sus ojos se encontraron, y por un instante, el tiempo pareció congelarse.
No dijeron nada.
Solo se miraron, con una intensidad que gritaba más que cualquier palabra.
Jareth se acercó, sus movimientos pausados, como temiendo romper algo frágil. Seren no levantó la mirada, pero sintió el latido acelerado de su pecho, la electricidad sutil que brotaba de la cercanía.
No necesitaban hablar.
Sus ojos lo decían todo: el dolor, la ausencia, la esperanza, el miedo. Cada uno llevaba guardadas palabras que no sabían cómo pronunciar sin romper lo poco que quedaba entre ellos.
Él se sentó frente a ella, dejando espacio pero sin alejarse. Ella permaneció quieta, respirando con dificultad, intentando ordenar el torbellino de emociones.
La distancia entre ellos era pequeña, pero el abismo que sentían era inmenso.
Un suspiro escapó de sus labios, un intento silencioso de acercarse sin invadir, de decir sin usar voz.