La escuela seguía su ritmo implacable, pero para Jareth, cada día era un peso insoportable. La ausencia de Seren se sentía como un vacío que no lograba llenar, una falta constante que calaba profundo. A pesar de la fachada que mantenía en clase —concentrado, sarcástico, casi indiferente—, en el fondo sus pensamientos se consumían en mil preguntas sin respuesta.
Pasadas un par de semanas desde la ruptura, Jareth tomó una decisión. Para no hundirse en la desesperación, necesitaba ocuparse, apartar la mente del dolor que lo devoraba por dentro. Así fue como consiguió un trabajo a tiempo parcial, justo después de las clases, en una pequeña cafetería cercana al colegio. No era mucho, pero cada peso ganado con esfuerzo le daba algo de independencia y un respiro emocional.
Las tardes en la cafetería le servían para desconectarse. El aroma del café recién hecho, el bullicio calmado de clientes habituales, y la rutina sencilla de tomar pedidos y preparar bebidas le daban un refugio temporal. Allí, aunque no podía borrar el recuerdo de Seren, lograba que sus pensamientos se dispersaran, reemplazando la angustia por el cansancio físico y mental.
Sin embargo, el trabajo también le recordaba cuán distinta era su realidad respecto a la de Seren. Mientras ella vivía en un mundo de privilegios y comodidades, él debía luchar por cada centavo, cuidando sus gastos, evitando pedir ayuda a su madre y hermanos. Esa diferencia de clases sociales pesaba sobre su orgullo y alimentaba su resentimiento, no solo contra la vida sino también contra sí mismo por sentirse inferior.
Las noches en la habitación alquilada eran largas y solitarias. Después del trabajo y las tareas escolares, Jareth solo quería descansar, pero la mente no se lo permitía. Repasaba mentalmente cada discusión, cada momento de felicidad, las miradas y caricias que ya parecían lejanas. La nostalgia le dolía como una herida abierta.
Por su parte, Seren seguía manteniendo la imagen fuerte y segura ante sus amigos y familia, pero también sentía el impacto del distanciamiento. Sus días estaban llenos de actividades, sus estudios, la compañía de sus hermanos menores y sus padres, pero al caer la noche la soledad la envolvía y la hacía cuestionar todo.
El grupo de amigos de ambos intentaba apoyar en lo que podían, aunque no podían obligar a que Jareth y Seren se entendieran o se reconciliaran. Las miradas cómplices, los mensajes indirectos y las bromas a veces aliviaban la tensión, pero también evidenciaban cuánto echaban de menos la pareja que antes era inseparable.
Jareth seguía enfrentando celos y frustraciones cuando veía que los exnovios de Seren aparecían con regalos, flores y cartas, y que ella los aceptaba con la amabilidad que siempre la caracterizaba. El dolor de no poder protegerla, ni siquiera en esa distancia, lo consumía.
Pero en medio de todo, el trabajo en la cafetería le dio un poco de esperanza. Le permitió soñar con un futuro mejor, con poder darle a Seren algo más que sonrisas y palabras. Aunque sabía que aún le quedaba mucho por crecer, esa pequeña independencia lo hacía sentir menos vulnerable.
Los tres meses fueron una lucha constante entre la tristeza y el esfuerzo por salir adelante. Ambos aprendieron que a veces el amor no basta para mantener una relación, y que la distancia puede ser tanto una condena como una oportunidad para reflexionar y sanar.
…
Jareth está en la cafetería, secando una taza mientras su teléfono vibra con un mensaje de Seren. Lo mira con cautela, sin abrirlo de inmediato. Finalmente, desliza la pantalla y lee:
“¿Estás bien?”
No responde al instante. El dolor lo detiene. Después de unos minutos, escribe:
“Aquí, sobreviviendo. Tú?”
El mensaje queda a la espera. Seren lo lee y suspira. No sabe qué decirle para no abrir heridas.
…
En los pasillos del colegio, Jareth y Seren se cruzan rápido. Se miran, la sorpresa y nostalgia los paralizan un instante. Ninguno dice palabra. Seren sigue su camino con la cabeza alta, Jareth baja la mirada, el corazón latiendo con fuerza. Es un encuentro que no dice nada, pero lo dice todo.
…
Una noche, Jareth está en su habitación cansado después del trabajo. Suena el teléfono. Es Seren.
—¿Hola? —dice él, con voz ronca.
—Solo quería saber cómo estabas —responde ella.
La conversación es corta, nerviosa, llena de silencios incómodos. Pero antes de colgar, Seren dice:
—Espero que puedas dormir bien esta noche.
Jareth cierra los ojos y murmura:
—Gracias.
…
Seren entra a la cafetería por un café. Ve a Jareth trabajando. Él la ve también, pero finge no reconocerla y no la saluda. Seren se acerca, paga y se va sin decir nada. Por dentro, ambos están destrozados, pero ninguno puede romper el muro.
…
Seren escribe mensajes largos explicando cómo se siente, sus dudas, sus arrepentimientos. Pero Jareth no responde, o responde con monosílabos. La distancia crece y el dolor también.
…
Deciden verse para hablar. Jareth llega al parque, Seren aparece después. Intentan conversar, pero cada palabra es una batalla. Los reproches salen a flote y terminan distanciándose aún más, sin cerrar heridas.
…
Un día, Jareth le deja un libro en la taquilla de Seren con una nota: “Para que no olvides que alguien piensa en ti”. Ella sonríe al verlo, lo lee y guarda el libro con cuidado.
…
Después de semanas, Seren aparece en la cafetería donde trabaja Jareth. Esta vez lo saluda con un abrazo tímido. Él titubea, pero corresponde. Hay un brillo en sus ojos que sugiere que quizá no todo está perdido.
…
Estar cerca de ella y a la vez tan lejos era una tortura constante que no sabía cómo manejar. Cada vez que recibía uno de sus mensajes, sentía que el corazón se le encogía, pero también se llenaba de miedo. ¿Responder y abrir una puerta que quizá debería dejar cerrada? ¿O ignorar y protegerme del dolor?