El salón de eventos del colegio había sido transformado para la ocasión. Guirnaldas de luces colgaban como constelaciones a baja altura, reflejándose en las copas y en el suelo pulido donde pronto resonarían los pasos del vals inaugural. El aire estaba impregnado de perfumes distintos, mezclándose con el aroma dulce de los arreglos florales que adornaban cada mesa.
Seren llegó temprano, no por impaciencia —o al menos eso se repetía a sí misma—, sino porque quería asegurarse de que todo estuviera en su lugar. Llevaba un vestido que parecía absorber la luz, confeccionado con una tela suave que se movía con ella como si respirara. Su cabello caía en ondas cuidadosamente trabajadas, y cada hebra parecía brillar con su propio reflejo.
Durante las últimas dos semanas, había recibido más invitaciones de las que podía haber imaginado. Viejas historias, noviazgos breves o intensos, rostros que en su momento le habían arrancado sonrisas y discusiones. Algunos llegaron en persona, con flores o chocolates. Otros enviaron mensajes formales, incluso cartas escritas a mano. Más de diez proposiciones en total.
A todas dijo que no.
Su negativa era cortés, pero firme. No importaba cuánto insistieran o si intentaban convencerla recordándole viejos momentos. Había aprendido a decir “no” sin temblar, aunque por dentro ardiera la impaciencia. Cada vez que rechazaba una invitación, era como cerrar una puerta para abrir otra que aún no existía.
Porque ella estaba esperando.
No cualquier invitación. No cualquier mano extendida para cruzar el salón. Estaba esperando que fuera Jareth quien la buscara, que su voz rompiera la distancia que todavía existía entre ellos desde hacía meses.
A lo largo de la tarde, lo había visto de reojo. Al principio, conversando con sus amigos cerca de la mesa de bebidas. Luego, arreglando el lazo de su corbata frente a un espejo improvisado cerca del lugar en donde se tomaban las imagines en 360º. Finalmente, caminando entre las mesas, saludando, como si buscara a alguien.
Seren fingía distraerse con una conversación aquí y allá, pero sus ojos lo seguían en secreto. Cada vez que él se acercaba un par de pasos, su corazón aceleraba. Cada vez que giraba hacia otra dirección, sentía un pequeño hundimiento en el estómago.
Uno a uno, los últimos rezagados que no habían encontrado pareja para el vals se rendían o se unían entre sí. Seren permanecía junto a su mesa, con una copa en la mano, sonriendo por cortesía a quienes la saludaban, pero siempre guardando un rincón de su atención para el momento que esperaba.
El presentador anunció que en unos minutos darían inicio al baile. Un murmullo de emoción recorrió el salón, mezclado con risas y el sonido de copas chocando. Seren respiró hondo, conteniendo la urgencia de mirar directamente a Jareth… hasta que sintió que su propia calma empezaba a romperse.
¿Vendría? ¿O iba a verla bailar con alguien más y no decir nada?
Sus dedos apretaron con suavidad el tallo de la copa. Afuera, más allá de las cortinas, la noche estaba despejada y la luna bañaba de plata la entrada del salón. Dentro, las luces cálidas creaban un contraste casi irreal, como si todo lo que ocurriera aquí estuviera suspendido en un tiempo que no pertenecía a la vida real.
Jareth todavía no había dado el paso, pero Seren no había perdido la esperanza. Aún quedaban unos minutos. Y ella seguiría esperando.
…
El murmullo en el salón se volvió más nítido cuando la orquesta comenzó a afinar los instrumentos. Las primeras notas de prueba hicieron que muchas miradas se dirigieran hacia la pista de baile, que brillaba bajo el reflejo de los candelabros suspendidos en lo alto.
Seren seguía de pie, con la copa en la mano, aunque ya casi no la había tocado. El borde frío del cristal estaba tibio por el calor de sus dedos. Intentó sonreír cuando una de sus amigas pasó junto a ella para ir hacia la pista, tomada del brazo de su pareja, pero en cuanto se quedó sola, su sonrisa se desvaneció.
A lo lejos, Jareth hablaba con uno de los profesores, sosteniendo un sobre que parecía contener algún documento importante. Su postura era recta, la mirada atenta, pero Seren notaba algo en la forma en que su pie derecho marcaba un leve compás contra el suelo: un indicio de inquietud.
El presentador tomó el micrófono y anunció con voz solemne:
—En un par de minutos, comenzaremos el vals de graduación. Si aún no han encontrado a su pareja, este es el momento.
Ese “este es el momento” resonó en la cabeza de Seren como un campanazo. Sintió cómo su respiración se volvía más corta. Sus ojos buscaron a Jareth de inmediato… y lo encontraron. Él ya no estaba hablando con el profesor. Ahora, sus pasos lo llevaban lentamente hacia el centro del salón, y con cada metro que avanzaba, la multitud parecía abrirse como si le cediera el paso.
Seren tragó saliva, intentando que su rostro no delatara la mezcla de nervios y esperanza que se arremolinaba en su interior.
Apenas quedaban unos metros entre ellos cuando algo interrumpió la línea invisible que los unía. Un grupo de compañeros se acercó a Jareth, palmoteándole el hombro y bromeando en voz alta. Él sonrió con cortesía, pero no se detuvo mucho tiempo; aun así, ese breve intercambio bastó para que la música comenzara a deslizar sus primeras notas.
Seren sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El inicio del vals estaba ahí, y él todavía no había llegado.
Un par de chicos se le acercaron para invitarla, casi al mismo tiempo. Ella negó con una amabilidad que ya había practicado más de diez veces esa noche. Sus ojos, sin embargo, estaban clavados en una sola figura.
Finalmente, Jareth se desprendió del grupo. Sus pasos eran más decididos ahora. No miraba a nadie más. Solo a ella.
El corazón de Seren golpeó con fuerza en su pecho cuando él se detuvo frente a ella. Por un segundo, ninguno dijo nada. Las palabras parecían innecesarias, y aun así, cargadas de todo lo que no habían dicho en meses.