Entre Planos y Corazones

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La luz tenue de la habitación creaba una atmósfera cálida, casi como un refugio donde el tiempo se diluía y el mundo exterior parecía lejano. Jareth y Seren yacían recostados sobre la cama, los cuerpos cercanos, una distancia apenas tangible que parecía tanto un desafío como una invitación.

Él la miraba con una mezcla de asombro y reverencia, como si estuviera contemplando algo frágil y precioso que debía proteger. La respiración de ambos era pausada, pero cargada de una tensión eléctrica que se colaba por cada poro.

Seren extendió una mano y, con dedos temblorosos, comenzó a trazar suaves círculos sobre el pecho de Jareth, justo por encima de la tela de su camisa. No necesitaba palabras, porque cada caricia hablaba por sí misma, susurrando promesas y anhelos contenidos.

Jareth respondió deslizando una mano hasta la nuca de Seren, sus dedos enredándose en los rizos que ella había dejado caer con naturalidad. El tacto era delicado, como si el contacto físico fuera un lenguaje secreto que ambos recién empezaban a descubrir.

Con cuidado, Jareth bajó la mano, rozando el contorno de su hombro, siguiendo el recorrido hasta la parte superior del brazo. La piel de Seren, al descubierto, se sentía cálida y suave bajo sus dedos. Él sonrió, un poco sorprendido por la sensación, y por la conexión profunda que ese simple contacto le generaba.

Ella, alentada, comenzó a explorar con las yemas de los dedos el cuello de Jareth, bajando lentamente, provocando un pequeño estremecimiento que hizo que él se acercara aún más, buscando el calor de su cuerpo. Los rostros se aproximaron y un aliento compartido rozó sus labios, pero sin besarse todavía, disfrutando del roce, de la proximidad.

—No sabía que podía sentir esto —murmuró Jareth, la voz ronca, apenas un susurro—. Que algo tan simple como tocar puede ser tan... intenso.

Seren soltó una risa suave, cómplice, y le respondió con otra caricia que recorrió la línea de su mandíbula, bajando hasta el borde de su cuello.

—Todo es nuevo para mí también —confesó—. Es como aprender a respirar de nuevo, pero con alguien.

El juego de exploración continuó, las manos y dedos viajando con timidez y deseo, cada gesto una pregunta, una respuesta, un descubrimiento. La tela que cubría sus cuerpos se volvió una frontera tenue, frágil, que ambos deseaban cruzar sin prisa.

Jareth se atrevió a deslizar una mano en el escote de Seren, tocando la piel caliente y tersa. Ella cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación, por la intimidad que esa caricia despertaba. El roce era eléctrico, a la vez suave y profundo.

—¿Te gusta? —preguntó él, buscando en sus ojos una señal, una afirmación.

Ella asintió, sin palabras, inclinándose hacia él para sellar ese momento con un beso suave, lento, que empezó en los labios y fue bajando con delicadeza hacia el cuello, donde Jareth depositó besos húmedos y cálidos que la hicieron estremecer.

Cada gesto se convertía en una danza, una coreografía invisible que sólo ellos dos entendían. No había prisa, ni urgencia, solo la voluntad de conectar, de sentir, de dejar que cada sensación fuera un puente hacia algo más profundo.

Seren respondió acariciando la espalda de Jareth, deslizando las manos bajo la camisa, sintiendo la musculatura firme y cálida. Sus dedos exploraron con ternura, despertando en él un deseo contenido que no necesitaba palabras para expresarse.

La piel contra piel, el roce de sus cuerpos, la mezcla de sus alientos se convirtieron en un lenguaje único, un diálogo sin voces donde cada caricia era una declaración, cada suspiro una confesión.

Jareth deslizó una mano más abajo, rozando el borde del ruedo del vestido de Seren, sintiendo el calor que emanaba de ella. Seren respondió arqueando ligeramente la espalda, buscando la cercanía que el contacto prometía, invitándolo a seguir explorando, a continuar el viaje que ambos habían comenzado.

Pero aún así, había un respeto tácito, un límite invisible que ninguno se atrevía a cruzar con prisa. Era como si en ese espacio se hubiera creado un pacto silencioso para que cada paso fuera consensuado, valorado y deseado.

—Quiero que esto sea solo nuestro —susurró Seren, mirando a Jareth a los ojos—. Un secreto entre nosotros, sin presiones, sin miedos.

Jareth la abrazó con fuerza, hundiendo la cara en sus rizos, sintiendo que ese abrazo contenía todas las palabras que necesitaban.

La noche avanzaba, pero para ellos el tiempo parecía detenerse. Cada toque, cada caricia era una afirmación de lo que sentían, de la confianza que se estaban dando mutuamente.

Entre susurros y besos, fueron descubriendo nuevas formas de expresar su amor y deseo, construyendo un recuerdo indeleble que ninguno de los dos olvidaría jamás.

Las horas parecían fundirse en un murmullo silencioso dentro de aquella habitación que ahora se sentía más como un refugio secreto que un simple cuarto. Seren y Jareth seguían entrelazados, cada vez más cómodos en la vulnerabilidad que estaban compartiendo.

Jareth, que antes había sido reservado y rudo, se encontraba sorprendido de lo natural que le resultaba dejar caer las barreras que lo protegían. Sus dedos recorrían los contornos de Seren con una mezcla de fascinación y ternura, aprendiendo con cada roce cómo responder a los suspiros y pequeñas presiones que ella le ofrecía.

Ella, por su parte, disfrutaba de cada gesto, sintiendo una corriente eléctrica recorrer su cuerpo con la intensidad de cada contacto. No era solo la novedad, sino la sensación de ser vista, aceptada, y deseada sin reservas.

Las caricias iban subiendo de intensidad, aunque sin perder esa suavidad que hacía todo tan especial. Seren deslizó sus manos por la espalda de Jareth, sintiendo la firmeza de sus músculos bajo la camisa, y le dedicó una sonrisa cómplice que parecía decir “esto es solo el comienzo”.

Jareth sonrió también, esa sonrisa que rara vez mostraba, sincera y cálida. Le gustaba cómo Seren le provocaba esa parte de sí mismo que no conocía o que había mantenido oculta durante tanto tiempo.




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