Era una noche clara, tibia y silenciosa, de esas que parecen hechas a medida para los momentos perfectos. La ciudad brillaba tenue entre luces y sombras, y el aire olía a verano tardío, fresco y dulce.
Seren había elegido ese día con una intención precisa: marcar un hito en su relación con Jareth, una fecha que los dos guardarían como un secreto preciado, el primer día que sus vidas se entrelazaron para siempre.
Desde temprano, en su casa, Seren se preparaba con una mezcla de nervios y emoción que le hacía latir el pecho con fuerza.
El vestido rosa que había escogido colgaba con cuidado en su armario secreto, esa pequeña trampa donde guardaba prendas especiales, lejos de las miradas cotidianas.
Era un vestido que parecía una obra de arte: ajustado en el torso para destacar sus curvas, con un escote en forma de corazón que mostraba generosamente su piel y hacía que sus pechos parecieran coronas dignas de admiración. La falda caía suelta, con un vuelo ligero que dejaba al descubierto sus largas piernas torneadas. Era sensual sin ser vulgar, una declaración silenciosa de su feminidad y poder.
Se miró en el espejo una y otra vez, jugando con diferentes peinados hasta decidirse por un recogido sutil que dejaba caer mechones sueltos a los costados, enmarcando su rostro y haciendo que sus rizos brillaran con cada movimiento.
Su maquillaje era delicado, resaltando sus ojos y la curva de sus labios, con un toque de brillo que hacía que toda su expresión pareciera un misterio irresistible.
Mientras terminaba de prepararse, un golpe fuerte en la puerta la sobresaltó. Era Jareth. Sin pensarlo dos veces, Seren bajó corriendo las escaleras, tropezando casi al llegar a la entrada, y con una sonrisa nerviosa abrió la puerta justo cuando él sonreía con esa mezcla de nervios y ternura.
Ella le regaló una sonrisa amplia y salió de su casa, lo tomó de la mano mientras se dirigían hacia el deportivo rojo que Seren había dejado estacionado.
El trayecto hasta el restaurante fue breve, pero suficiente para que los silencios dijeran más que cualquier conversación.
Jareth robaba miradas furtivas a Seren, a su cuello desnudo, al leve movimiento del vestido con cada curva, y sentía un hormigueo que le hacía difícil mantenerse concentrado en la conducción.
Seren, por su parte, jugaba con los dedos de Jareth entrelazados con los suyos, disfrutando de ese contacto que parecía darle vida.
Mientras el auto avanzaba suavemente por las calles iluminadas, Seren miró a Jareth con una sonrisa dulce y un brillo travieso en los ojos.
—¿Sabes qué? —le dijo con voz suave—. Hoy es nuestro aniversario.
Jareth la miró sorprendido, como si eso le hubiese pasado por completo desapercibido.
—Sé que en esta fecha, hace un año atrás, nos conocimos… Pero nunca te he pedido que seas mi novia…
Seren se acercó un poco más, rozando su mano contra la de él, y con una sonrisa tranquila y segura le susurró:
—Desde ese día fui tuya.
Jareth sonrió, con esa mezcla de ternura y asombro, y apretó su mano, sintiendo que el mundo entero se había detenido solo para ellos dos.
Llegaron al restaurante: un espacio íntimo, con luces bajas y velas que proyectaban sombras danzantes en las paredes de ladrillo expuesto. La música era suave, un jazz sutil que se colaba entre las palabras y los suspiros. La anfitriona los condujo a una mesa apartada, justo en un rincón con vista a la ciudad iluminada.
Se sentaron frente a frente, y por un momento el mundo entero pareció detenerse. Jareth no pudo evitar decir lo que sentía, la ansiedad que lo carcomía desde hacía días.
—Seren… esto es perfecto. No puedo creer que hayamos llegado hasta aquí —su voz era ronca, cargada de emoción.
Ella le sonrió, la mezcla de dulzura y orgullo brillando en sus ojos.
—Es nuestro aniversario, Jareth. Quería que fuera especial. Que recordemos que todo comenzó ese día, y que nada nos separe, pase lo que pase.
Él asintió, con la mirada fija en sus labios, deseando que fueran suyos para siempre.
—Entonces… ¿Quieres ser mi novia? —le preguntó.
Seren se rió y asintió con la cabeza, mientras Jareth tomaba sus manos y las besaba.
Pidieron vino, y la conversación fluyó con naturalidad, entre risas y recuerdos. Rememoraron ese primer día de clases, cómo se habían cruzado sus vidas sin imaginar lo que vendría, cómo las miradas furtivas y las palabras en susurros habían ido construyendo un puente invisible entre ellos.
A medida que avanzaba la cena, la tensión entre ellos se volvió casi palpable. Seren jugaba con un mechón de cabello, lanzando miradas que Jareth descifraba con claridad: era la invitación muda para acercarse, para romper la distancia.
Él, conteniendo un suspiro, se inclinó un poco más cerca, dejando que su mano rozara la de ella sobre la mesa. El contacto fue eléctrico, una corriente que atravesó ambos cuerpos y aceleró sus corazones.
Seren lo miró con una sonrisa cómplice y dijo:
—Te tengo un regalo.
Jareth bajó la mirada, un poco incómodo, y murmuró:
—Yo no preparé nada... debería haber hecho algo.
Ella le acarició la mano con ternura y respondió:
—No te preocupes, no es algo material. Mi regalo es que… voy a ir a la misma universidad que tú.
Los ojos de Jareth se abrieron de par en par, una mezcla de sorpresa y alivio llenó su rostro. Sin decir más, apretó la mano de Seren con fuerza, como agradeciendo ese regalo que significaba mucho más que cualquier objeto.
—¿Sabes lo mucho que te amo? —susurró Jareth, con una sinceridad que helaba y quemaba al mismo tiempo.
Seren asintió, con una sonrisa que iluminó su rostro.
—Yo también, Jareth. Más de lo que puedo expresar.
Cuando el postre llegó, lo comieron a medias, sin prisas, saboreando cada bocado y cada segundo compartido. Después, al salir del restaurante, la noche los envolvió en un abrazo fresco.