Entre Planos y Corazones

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El aroma tostado del café aún les envolvía la lengua cuando salieron a la calle. El cielo de media mañana en la ciudad europea se extendía limpio, con nubes ligeras como pinceladas en un lienzo azul. Seren caminaba junto a Jareth con un paso animado, sujetando la llave del departamento nuevo como si fuera una joya, girándola entre los dedos con una sonrisa satisfecha.

—Vas a ver —dijo, sin mirarlo, pero con esa cadencia en la voz que usaba cuando quería sorprenderlo—. Es perfecto para mí… y para ti cuando te dejes caer por aquí.

El edificio estaba en una calle tranquila, adoquinada, flanqueada por balcones llenos de geranios rojos y cortinas blancas ondeando con el viento. Al entrar al portal, el aire se volvió más fresco, con un aroma tenue a piedra húmeda y madera antigua. El eco de sus pasos en el mármol resonaba como si cada movimiento quedara registrado.

Subieron por el ascensor antiguo, de puertas plegables de hierro forjado. Seren presionó el botón del cuarto piso con un gesto decidido, y en el reducido espacio entre ellos, su perfume dulce y floral parecía expandirse, obligando a Jareth a sentirlo respirar cerca.

La puerta del departamento cedió con un clic suave. Al entrar, lo primero que los recibió fue una ola de luz cálida que se filtraba por amplios ventanales. El suelo de madera clara crujió levemente bajo sus pasos, y una brisa suave, cargada del aroma a pan recién horneado de la panadería de la esquina, se coló desde el balcón.

—Sala de estar —anunció Seren, extendiendo los brazos—. Lo compré con la mayoría de estos muebles.

El sofá de lino beige parecía hundirse apenas uno se sentaba; sobre él, una manta de punto en color marfil estaba doblada con precisión. Frente a la sala, una mesa baja de madera natural sostenía un cuenco de cerámica con limones frescos, detalle que Seren había puesto “solo para dar vida”.

Jareth recorrió el espacio con la mirada. Notó que ella había elegido un estilo entre moderno y acogedor, con paredes en tonos cálidos y pequeños detalles metálicos que captaban la luz.

—Te ves viviendo aquí —comentó, y su voz tenía un matiz que Seren detectó al instante.

Ella sonrió, cruzando hacia el ventanal. Abrió las puertas y dejó que la luz bañara el interior. Afuera, una vista amplia de tejados y chimeneas antiguas, con campanarios a lo lejos.

—Y aquí —dijo, señalando con la mano— es donde desayunaré todas las mañanas. Aunque supongo que tú estarás muy ocupado para venir.

No era un reproche, pero había una pequeña aguja escondida en su frase.

El recorrido continuó hacia la cocina, que estaba separada por una barra de mármol blanco con vetas grises. Los electrodomésticos brillaban, nuevos, aún con el olor a fábrica. Seren abrió un cajón para mostrar cubiertos perfectamente ordenados y una alacena ya llena de tazas y platos.

—Ya lo veo —murmuró Jareth, pasando los dedos por el mármol, frío y liso—. No perdiste el tiempo.

Ella lo observó un segundo de más, como si quisiera leer algo en su expresión, y luego continuó.

El pasillo los llevó a una habitación pequeña, que Seren presentó como “mi rincón de estudio”, con una estantería blanca vacía y un escritorio gigante junto a la ventana. A Jareth le llamó la atención que hubieran dos sillas, mas no dijo nada.

Pero fue en la habitación principal donde la atmósfera cambió.

La cama, amplia y cubierta con ropa de cama blanca, parecía invitarlos. Una lámpara de luz suave colgaba del techo, proyectando sombras cálidas. Seren caminó hasta el borde y se sentó, haciendo que el pantalón se amoldara a sus muslos, cruzando las piernas de forma lenta, deliberada.

—Aquí sí puedo imaginarte —dijo ella, medio en broma, medio en serio.

Jareth, que hasta entonces había mantenido las manos en los bolsillos, sintió que el aire en esa habitación era más espeso. Evitó sentarse, y en cambio se apoyó en el marco de la puerta, intentando mantener un tono neutral.

—Tienes buen gusto.

Seren se dejó caer de espaldas sobre la cama, con los brazos abiertos, mirando el techo. El borde de su blusa se deslizó un poco, dejando ver la piel de su vientre. No lo miró, pero sabía que él estaba ahí, viéndola, sintiendo el tirón invisible que ella siempre lograba.

El resto del recorrido fue más breve: un baño con azulejos color marfil, toallas nuevas y un espejo amplio; un pequeño armario en el pasillo. Pero Jareth, aunque registraba cada detalle, tenía la sensación de que Seren no le estaba mostrando solo un departamento. Le estaba mostrando un escenario cuidadosamente preparado… para algo más que vivir.

Cuando salieron de nuevo al salón, ella se detuvo junto al sofá, girándose hacia él con una media sonrisa.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Te ves viniendo a visitarme?

Jareth sostuvo su mirada un segundo antes de responder.

—Sí… aunque no sé si eso sea bueno o peligroso.

Ella rió suavemente, pero en sus ojos brilló algo que decía que, para ella, ambas cosas podían ser la misma.

La mañana seguía desplegándose sin prisas mientras salían del edificio, el aire fresco de la ciudad europea envolviéndolos con su mezcla de aromas antiguos y nuevos, una mezcla de historia y modernidad que Seren parecía haber adoptado para sí misma.

El destino ahora era otro símbolo tangible del cambio que se avecinaba: el auto nuevo. Seren había insistido en que lo viera, quería que compartieran cada paso de esta nueva etapa, aunque Jareth sabía que no todo en ese viaje era tan sencillo como aparentaba.

Caminando hacia la calle, la silueta del vehículo apareció entre los otros coches estacionados, reluciendo bajo el sol de mediodía. Era un deportivo de líneas agresivas, pintura negra perlada que destellaba tonos azules y plateados, un contraste con el entorno clásico de la ciudad.

Seren se acercó con la confianza de quien conoce su valor. Abrió la puerta con un gesto elegante, invitándolo a subir con la mano.




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