Jareth no solía evitar el departamento de Seren. De hecho, en las semanas que llevaban juntos en aquella ciudad nueva y extraña, había disfrutado más de los momentos en su refugio personal que en cualquier otro lugar.
Pero últimamente algo había cambiado. No era solo que Seren se mostraba más atrevida, más segura de sí misma, sino que esa seguridad despertaba en Jareth una mezcla confusa de deseo y temor que no terminaba de controlar.
Había sido un día especialmente estresante en la universidad. La presión de las últimas entregas, los exámenes parciales y los proyectos en grupo habían colapsado su agenda.
Finalmente, cuando su último compromiso se disolvió en la tarde, se encontró con un silencio extraño y casi incómodo. Por primera vez en semanas, no tenía trabajos urgentes que hacer, ni ensayos que revisar. Un fin de semana libre frente a él. Y sin embargo, algo lo retenía.
No quería ir al departamento de Seren. Sabía que ella le esperaba ahí, como siempre, con esa energía vibrante, con ese fuego en los ojos que lo desarmaba. Pero en lugar de sentir esa calidez, él sentía una sombra de duda. ¿Hasta dónde iría ella esta vez? ¿Lo estaba empujando a un terreno en el que él aún no estaba preparado para adentrarse?
Durante toda la tarde, Jareth decidió postergar la inevitable visita. Se refugió en su habitación, intentando concentrarse en libros y apuntes, pero la mente le jugaba malas pasadas.
Cada mensaje de Seren, cargado de emojis cariñosos y mensajes insinuantes, lo hacía sentir un nudo en la garganta. Quería verla, pero a la vez temía que aquella Seren más audaz fuera una versión desconocida, una desconocida que se acercaba demasiado rápido.
Mientras tanto, en el otro lado de la ciudad, Seren se movía con determinación y una sonrisa traviesa. Ella había estado preparando la velada durante días, escogiendo cada detalle con mimo, eligiendo la música, la iluminación y hasta el menú con un propósito claro: sorprender a Jareth y, quizás, abrirle una puerta que él no se atrevía a abrir por sí mismo.
El departamento, normalmente un espacio minimalista pero acogedor, había cambiado completamente. Las luces blancas y frías habían dado paso a un resplandor cálido y dorado. Velas aromáticas dispersaban un perfume sutil a vainilla y sándalo, mezclándose con la brisa ligera que entraba por las ventanas abiertas. En la mesa, una cena sencilla pero elegante esperaba: una ensalada fresca con frutos rojos, una pasta al pesto y un pequeño postre de chocolate oscuro con frambuesas.
Seren se sentía nerviosa, pero también emocionada. Sabía que debía ser paciente con Jareth, darle tiempo para adaptarse a sus nuevas formas de mostrar afecto. Sin embargo, esta noche no estaba dispuesta a dejar que se escapara.
Iba a hacer que él sintiera lo especial que podía ser estar con ella, y quizás, solo quizás, que él aprendiera a perderse un poco en ese fuego que ambos compartían.
Cuando finalmente, cerca de las ocho, Jareth recibió la llamada, sabía que no podía seguir evadiendo.
—Jareth —su voz suave pero firme en el teléfono—, ven ahora. No acepto un no por respuesta.
Un escalofrío recorrió su espalda, una mezcla de anticipación y temor.
—Seren... —intentó protestar, pero ella lo cortó.
—Si no vienes en veinte minutos, voy a buscarte —amenazó con una risa traviesa.
Resignado y sin poder resistirse, Jareth se levantó, se duchó, se cambió rápidamente y salió hacia el departamento que lo esperaba con tantas promesas.
Al llegar, el aroma a velas y la luz cálida lo envolvieron. Seren lo recibió con una sonrisa radiante, una mezcla de orgullo y dulzura. Sin dejar que pudiera siquiera quitarse el abrigo, ella lo llevó de la mano hacia el pequeño comedor, donde la cena esperaba pacientemente.
—No podía dejar que siguieras escapando —dijo ella—. Necesito que estemos aquí, tú y yo, sin excusas.
Jareth la miró, intentando leer entre esos ojos brillantes la mezcla de desafío y amor que contenían. Sentía el latido acelerado en su pecho, y aunque parte de él quería retroceder, otra parte anhelaba ceder, perderse en esa cercanía que tanto necesitaban.
Después de cenar, sin prisa, se acomodaron en el sofá. Seren encendió la música que había elegido especialmente para ellos, una mezcla suave de jazz y baladas contemporáneas. Se sentaron tan cerca que sus piernas se tocaban, y poco a poco, esa distancia invisible comenzó a desvanecerse.
Seren se apoyó en el pecho de Jareth, sintiendo su calor y escuchando su respiración pausada. Él rodeó su cintura con un brazo, un gesto pequeño pero cargado de significado.
—No sabía que podías ser tan insistente —murmuró él con una sonrisa tímida.
—Solo cuando sé que vale la pena —respondió ella, con la voz ronca por la emoción—. Quiero que sepas que no solo es tu cuerpo lo que deseo, sino todo lo que eres.
Jareth la miró, conmovido. Sabía que sus miedos no eran sobre ella, sino sobre sí mismo y las inseguridades que arrastraba desde siempre. Pero con cada palabra, con cada caricia, ese muro interno comenzaba a resquebrajarse.
Sus manos comenzaron a explorar, primero tímidas, recorriendo los bordes de la camisa y el cuello de Seren, luego con más confianza, descubriendo la suavidad de su piel bajo la blusa.
Seren correspondía con una mezcla de dulzura y pasión, deslizando sus dedos entrelazados con los de Jareth, explorando y marcando territorio con pequeños toques que encendían la atmósfera.
Jareth sintió cómo el deseo crecía dentro de él, pero también una extraña necesidad de control, de asegurarse de que cada paso fuera el correcto, el que ambos deseaban.
—Quiero que esto sea nuestro espacio —susurró, acercándose a su oído—, sin presiones, solo nosotros.
Ella asintió, su aliento cálido rozando su piel, y se entregó a ese momento suspendido en el tiempo, donde todo lo demás desaparecía.
El reloj avanzaba lentamente, pero para ellos, el mundo entero parecía reducido a ese departamento, a ese sofá, a ese calor compartido.