La casa de los padres de Seren estaba llena de luz y aromas hogareños. El comedor, preparado con manteles de lino blanco y vajilla de porcelana, parecía más elegante de lo habitual. Era la primera cena oficial con ambas familias desde que regresaron de París, y aunque Jareth había intentado convencer a Seren de esperar unos días más antes de contar nada, ella insistió en que era el momento.
La conversación fluía con naturalidad: anécdotas del viaje, chistes sobre el jet lag, alguna que otra broma sobre el clima de París. Jareth sentía el anillo guardado en el bolsillo de su chaqueta, como si pesara más de lo normal. Seren le dio un codazo suave bajo la mesa, señal de que había llegado el momento.
Se levantó, alisándose el vestido con una sonrisa nerviosa. —Bueno… hay algo que queremos compartir con todos ustedes.
Todas las miradas se giraron hacia ella y Jareth, que ahora se encontraba de pie a su lado. Él entrelazó sus dedos con los de Seren.
—En París pasó algo mágico… —continuó ella—, Jareth me pidió que me casara con él… y yo le dije que sí.
Hubo un instante de silencio absoluto. Luego, la madre de Seren soltó un grito ahogado y se cubrió la boca con las manos. La madre de Jareth se levantó de golpe para abrazarlos, seguida del padre de Seren, que no paraba de sonreír.
Mateo, el hermano de Seren, rompió el momento con su habitual humor: —¿Y yo me entero así? ¡En una cena! Pensé que al menos me llamarías, traidora.
—No se lo conté a nadie —replicó Seren, divertida—. Ni siquiera a mamá.
—Menos mal —intervino el padre de Seren, con voz emocionada—. Así todos nos sorprendemos juntos.
Los aplausos llenaron la mesa, junto con brindis improvisados y comentarios cómplices. —Ya era hora —dijo la madre de Jareth, guiñándole un ojo a su hijo.
Entre risas, las bromas comenzaron a volar. Uno de los hermanos de Jareth dijo que seguro Seren había aceptado por el anillo y no por él; Jake insinuó que Jareth tardó tanto en pedirle matrimonio que en cualquier momento ella podría haber cambiado de idea.
Jareth se lo tomó con humor, aunque cada palabra reforzaba en su interior una sensación cálida: la de pertenecer, la de ser parte de algo más grande que ellos dos.
Cuando la cena terminó y salieron a la noche fresca, Seren le apretó la mano. —¿Ves? No fue tan terrible. —No… pero creo que tus hermanos no van a dejar de molestarme en años. —Es su forma de quererte —dijo ella, riendo—. Ahora eres oficialmente parte de la familia.
…
El edificio de la empresa del padre de Seren se alzaba imponente en el centro financiero de la ciudad. Fachada de cristal, reflejando la luz de la mañana, puertas automáticas y un vestíbulo donde el eco de los pasos se mezclaba con el murmullo de empleados apurados.
Seren caminaba a su lado con paso seguro, acostumbrada a aquel entorno desde niña. Jareth, en cambio, sentía cada mirada curiosa que se posaba sobre ellos. No era solo “el prometido de la hija del jefe”, ahora también sería parte activa de la compañía.
—Relájate —murmuró Seren mientras subían en el ascensor—. No te van a morder. —Eso no me preocupa… lo que me preocupa es que me comparen contigo. Ella sonrió con malicia. —Eso sí va a pasar. Y probablemente pierdas.
El ascensor se abrió en el último piso, revelando una oficina amplia, de ventanales que dejaban entrar toda la luz de la ciudad. El padre de Seren los esperaba, impecablemente vestido, con esa presencia que llenaba la habitación sin necesidad de alzar la voz.
—Llegaron a tiempo. Me gusta —dijo, estrechando la mano de Jareth con firmeza antes de besar la mejilla de su hija.
Se sentaron frente a él, y sobre la mesa ya había dos carpetas preparadas. —Seren, continuarás en el departamento de desarrollo internacional, como habíamos hablado. Jareth… —abrió la segunda carpeta— empezarás en marketing estratégico. Quiero que aprendas desde abajo, que conozcas los cimientos antes de tocar las decisiones grandes.
Jareth asintió, consciente de que aquel era un voto de confianza… y una prueba.
Cuando salieron de la oficina, un asistente los guió a sus respectivos espacios de trabajo. Seren, desde su despacho acristalado, podía verlo en el suyo, más modesto, rodeado de un equipo que lo miraba con una mezcla de curiosidad y cautela.
Al mediodía, Seren apareció en su puerta. —Hora de almorzar, futuro esposo. Él se levantó, aliviado de la intensidad de la mañana. —Por favor, dime que no vamos a comer en la cafetería. —Claro que sí —contestó ella con una sonrisa pícara—, si quieres ganarte el respeto de la gente, tienes que sentarte con ellos.
Mientras bajaban, Jareth se dio cuenta de que ese primer día no solo era el inicio de su carrera allí, sino el comienzo de un nuevo capítulo en su vida con Seren. Uno en el que el trabajo, la familia y el amor se entrelazaban peligrosamente… y él tendría que aprender a equilibrarlos.
…
La mesa estaba llena, como siempre que las dos familias se reunían. El aroma del asado recién salido del horno se mezclaba con el del vino tinto que circulaba de mano en mano. Seren y Jareth se habían sentado juntos, pero eso no los protegía de las miradas inquisitivas que iban y venían desde cada extremo de la mesa.
—Entonces… —comenzó la madre de Seren con tono casual, que de casual no tenía nada—, ¿ya pensaron en una fecha para la boda? Jareth tragó un bocado demasiado grande. Seren, sin perder la compostura, le pasó la servilleta y le dio un sorbo de agua. —Estamos… hablando de eso —dijo él, apenas recuperando la voz.
—Hablando no es decidiendo —replicó su suegro, levantando una ceja. —Ni comprometiéndose de verdad —añadió la madre de Jareth con una sonrisa traviesa—. Los anillos se ven preciosos, pero los calendarios también quieren participar.
Jake, el hermano de Seren, no perdió la oportunidad: —Por cómo va, seguro nos invitan a la boda cuando ya tengan dos hijos. Las risas rodearon la mesa. Jareth rodó los ojos, pero su oreja izquierda se sonrojó, lo que delató su incomodidad.