Entre Planos y Corazones

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La mañana amaneció clara y fría, el aire fresco se colaba por las ventanas entreabiertas del departamento de Seren. En la habitación, las paredes de tonos suaves y detalles plateados reflejaban la luz que, poco a poco, iba inundando el espacio. Sobre la cama, cuidadosamente extendido, estaba su vestido de novia: un diseño de corte princesa con delicados bordados plateados y un escote corazón que resaltaba su figura sin perder la elegancia que siempre la había caracterizado. Los pliegues de la falda caían con gracia, terminando en una cola larga que parecía una cascada de seda y tul.

Seren se miró en el espejo, sintiendo una mezcla profunda de nervios, emoción y una calma casi sobrenatural.

Había esperado ese día durante años, desde que con Jareth planearon juntos cada detalle, desde la elección del vestido hasta la paleta de flores que armonizaban con los colores de sus trajes.

La delicadeza del vestido, con sus bordados y la caída perfecta, la hacía sentir como una princesa en un cuento moderno, no la adolescente insegura que había sido alguna vez.

El maquillaje era natural, resaltando su piel tersa y sus ojos turquesa, acentuados con sombras suaves en tonos celestes y rosa pálido. Los labios llevaban un brillo sutil, apenas perceptible, que le daba un aire fresco y juvenil.

El cabello, cortado en rizos que caían con volumen, estaba parcialmente recogido con horquillas plateadas adornadas con pequeñas perlas, dejando algunos mechones libres para enmarcar su rostro.

En la otra habitación, los preparativos seguían su curso: sus padres ayudaban a los últimos detalles, mientras que su madre colocaba con delicadeza un collar de plata con un pequeño dije en forma de corazón que Seren usaría como amuleto. Sus hermanos, ya vestidos para la ocasión, se movían entre risas y bromas para aliviar la tensión que sentían todos, conscientes de la importancia de ese día.

Cuando escuchó un suave golpecito en la puerta, supo que era el momento. Su madre entró con una sonrisa radiante y un brillo de lágrimas contenidas en los ojos.

—Estás hermosa, hija —susurró, abrazándola con fuerza—. Jareth tiene mucha suerte.

Seren asintió, tomando aire profundo, como para anclar ese instante en su memoria.

El trayecto hacia la iglesia fue tranquilo, acompañado de música suave que Seren apenas escuchaba, inmersa en sus pensamientos y en las emociones que bullían en su interior. Al llegar, el espectáculo de la construcción antigua y majestuosa la dejó sin aliento: la piedra tallada, las vidrieras coloridas que filtraban la luz creando destellos mágicos en el interior, la gran puerta de madera esperando abrirse para sellar un momento único.

Ya en la antesala, el murmullo de las voces, las flores frescas dispuestas en grandes jarrones, y la música del órgano creaban una atmósfera solemne y al mismo tiempo cargada de expectativa. Seren sintió que su corazón latía con fuerza, un tambor resonando en el pecho que parecía anunciar la llegada de un nuevo capítulo en su vida.

Cuando llegó el momento de entrar, tomó la mano de su madre y comenzó a caminar lentamente por el pasillo central, los ojos de todos los invitados posándose en ella.

Los pétalos de rosa que se habían esparcido por el camino crujían bajo sus pasos mientras sus ojos buscaban a Jareth, quien la esperaba al frente, vestido impecablemente con el traje blanco y plata que habían elegido juntos. Sus ojos negros brillaban con una mezcla de nervios y amor intenso, y cuando sus miradas se encontraron, Seren sintió que el mundo desaparecía a su alrededor.

Cada paso era un acto de voluntad y de entrega, un ritual sagrado que la acercaba a su futuro esposo. El susurro de la música, los flashes de las cámaras, y el eco de sus pasos parecían conjurar un momento suspendido en el tiempo. Al llegar junto a Jareth, soltó la mano de su madre para entrelazar la suya con la de él, sintiendo el calor que emanaba de sus dedos y la seguridad que le transmitía.

El sacerdote comenzó la ceremonia, y Seren dejó que cada palabra, cada promesa, cada símbolo, calara en su alma, fortaleciendo ese compromiso que habían decidido asumir. En sus ojos brillaba la certeza de un amor que había crecido a través de años de complicidad, de lucha, de ternura y pasión.

Parte 2: Seren y Jareth saliendo de la iglesia

El eco de las palabras finales de la ceremonia aún resonaba en la antigua iglesia cuando Seren y Jareth se miraron a los ojos con una intensidad que parecía traspasar el tiempo y el espacio. Los votos se habían pronunciado con voz firme, llena de emoción contenida, y el anillo ya descansaba en el dedo anular de cada uno, símbolo inquebrantable de ese compromiso.

Cuando el sacerdote anunció que ya eran marido y mujer, un murmullo de alegría se elevó entre los asistentes y un aplauso espontáneo inundó el recinto, casi como una ola que arrastraba toda la tensión contenida hacia el exterior. Seren sintió que su pecho se expandía con una mezcla de felicidad y alivio. No era solo un ritual, sino la confirmación de un amor que había sido probado y fortalecido en el tiempo.

Tomados de la mano, comenzaron a avanzar por el pasillo, esta vez con paso más ligero y confiado, conscientes de la multitud que los esperaba para celebrar su unión. Los rostros de sus familiares y amigos eran un mosaico de sonrisas y lágrimas, reflejos de las emociones compartidas. Las cámaras no paraban de capturar cada instante, cada gesto cómplice, cada mirada que decía más que mil palabras.

Afuera, el sol brillaba con un resplandor cálido, bañando la fachada de la iglesia y proyectando largas sombras sobre el empedrado. Un viento suave acariciaba las hojas de los árboles, y en el aire flotaba el dulce aroma de las flores que decoraban el lugar.

Los invitados se agrupaban en dos filas a ambos lados del camino, y en sus manos sostenían pequeños conos llenos de pétalos de rosa, que comenzaron a lanzar al paso de los recién casados. Seren rió con suavidad mientras las pequeñas flores rozaban su cabello y su vestido, creando una lluvia colorida que parecía bendecirlos.




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