Entre Planos y Corazones

EPÍLOGO

Treinta años después…

El sol se filtraba con delicadeza a través de las persianas de aquella espaciosa sala, bañando con luz dorada los muebles clásicos y las paredes decoradas con fotografías enmarcadas que contaban una historia de amor y vida compartida. Seren y Jareth estaban sentados en su viejo sillón de cuero, juntos como siempre, rodeados por un silencio cómodo y lleno de significado.

Los años habían dejado su huella en sus rostros: unas pocas líneas alrededor de los ojos, canas plateando el cabello de Jareth y el dorado de Seren matizado con reflejos de plata. Pero sus ojos seguían brillando con la misma intensidad, aquella chispa que los había unido desde que se encontraron por primera vez tantos años atrás.

Sobre la mesa, descansaba un álbum de fotos abierto, lleno de recuerdos de bodas, viajes, cumpleaños, y momentos cotidianos que juntos habían tejido. Seren pasaba lentamente las páginas con sus dedos, sonriendo al ver a sus hijos y nietos, a la familia que habían construido con tanto amor.

Jareth, apoyado en el respaldo del sillón, la observaba con ternura. Su mano tomó la de ella, entrelazando los dedos con un gesto que parecía no necesitar palabras para expresar lo que sentían.

—¿Te acuerdas de aquel día en la iglesia? —murmuró Jareth con una sonrisa nostálgica—. Cuando salimos entre aplausos y el mundo parecía detenerse.

Seren asintió, apoyando su cabeza en el hombro de Jareth.

—Lo recuerdo como si fuera ayer —respondió con voz suave—. Todo ese nerviosismo, la felicidad… y el amor, tan intenso que aún hoy lo siento igual.

Un leve silencio los envolvió, lleno de complicidad y la paz que solo el tiempo puede traer.

—Hemos recorrido un largo camino juntos —dijo Jareth—, y aunque hubo momentos difíciles, no cambiaría ni un segundo.

Ella apretó su mano con cariño.

—Lo mejor de todo es que seguimos aquí, juntos. —Su mirada encontró la de él—. Seguimos eligiéndonos cada día.

Afuera, el jardín vibraba con la vida: las flores florecían en su máximo esplendor, y el canto de los pájaros acompañaba el paso del tiempo.

Seren y Jareth permanecieron en ese instante, cómplices y agradecidos, conscientes de que su historia no era solo la de dos personas enamoradas, sino la de una vida compartida, un amor que había resistido el paso de los años.




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