Entre Portales

1- Bienvenido

Una vez más sucedió.

Ante mí se extendía un mundo oscuro y desolado. 

Detuve mis pies descalzos. La burbuja de cristal frente a mi, aprisionaba a la chica que levitaba con los párpados cerrados. 

Su cabello negro se mecía. Podía sentir su deseo de ser libre, pero cada vez que intentaba arrimarme a la esfera, algo me repelía, como si fuéramos imanes de polos opuestos.

Aunque nada de eso me importó cuando abrió sus ojos. 

Empujé con todas mis fuerzas.

Cada empellón era capaz de acercarme, sin embargo, una parte de mi era arrebatada. 

El final no cambiaba.

Logré acariciar la esfera, pero ella no podía verme, porque ya no quedaba nada más de mi.

***

Desperté sofocado buscando oxígeno.

La mitad de la sábana batallaba contra el suelo de madera y reparé en la claridad colándose por la ventana. Sin dudas estaba en mi habitación.

Descansé la palma sobre el pijama, notando la inquietud en los latidos de mi corazón.

Tomé una profunda bocanada de aire y como buen actor, le puse la mejor cara a la mañana.

Hoy era el día, mi último acto escolar y los tambores sonaron al ran rataplán.

Cada golpe en la puerta atronaba en mi oído.

—Ahora bajo —dije sin ánimos.

Manoteé la camiseta naranja encima del aparador. Porrazo tras porrazo. Ese tipo tenía el superpoder de agotar mi paciencia. Tomé el picaporte con la camiseta envolviendo mi cuello. 

—Ya voy… —Mis palabras se quedaron a medias.

—¡Levántate, Libo!

La fuerza de un huracán arrasó el cuarto.

Agrandé mis ojos. Dos centímetros más y mi nariz se mudaba de sitio.

—¡¿Intentas matarme?! 

—Cerdo marino. ¡El desayuno está listo!

Tomé mi segunda bocanada de la mañana, conformándome a lo que el destino me asignó como padre. 

Para “ayudarme”, él se sumerge en el universo de la obra que interpretaré. A veces dura días creyéndose ninja, algún pirata, o en este caso, un guardiacárcel.

¿Lo positivo? 

Hoy es mi graduación. Último acto y se cierra el telón.

—¿Te parece lindo robarle a la gente? —puso su voz más ruda y los brazos en jarra.


—Estoy en contra de esta política... —soltó aire—. Pero hoy tendrás día libre, vístete cara de besugo.

Hoy actuaba de recluso. Decidimos representar la vida que llevan los presos para enseñar a las jóvenes generaciones las consecuencias de ir en contra de la ley.

Endurecí la espalda.

—Ya bajo, señor.

Si íbamos a hacer las cosas, lo haríamos bien.

Me disfracé de prisionero y bajé por las escaleras. El viejo me esperaba con una voluminosa olla. Se apoyaba sobre la encimera con cansancio en sus ojos, sin ganas de trabajar, ahora actuaba de los que sirven la comida en las cárceles.

Delantal negro y un toque del mismo color sobre su cabeza. Me dirigí al flanco de la encimera para coger una fuente metálica. Dentro de la cacerola, sacó un vaso de yogurt skyr y tres panecillos negros.

Accedí a sentarme en el rincón, me estiró sus ojos y soltando un lamento se encaminó hacia su camarín, que en realidad era el baño de abajo.

Nada mejor que un buen skyr por la mañana. Traté de saborearlo lo más rápido posible, un mordisco al pan y se oyó el chirrido de la puerta. Entró en la cocina ataviado con uniforme de recluso y una larga peluca negra tanteando su espalda.

Venía la prueba más fuerte, la pelea entre presos.

En silencio se acomodó a mi lado con una mirada difícil de interpretar. Esperé el pie.

La tensión creció gradualmente sobre el silencio de la encimera.

—¿Cómo estás, precioso? —largó imitando una voz femenina.

¡Eh!

Ondulaba sus negras melenas, una pícara sonrisa y su dedo índice amagando a tocarme la mejilla.

No estaba mentalmente preparado, pero como buen actor, la improvisación era primordial.

—¡Largo de aquí, perra! —Respiré su pomposa nariz.

—Vamos... No seas malito —Me cruzó el brazo por detrás y me levanté golpeando la mesada.

—Lo siento, no soy cerrajero. No daré dos advertencias —susurré. Supuse que un tono bajo daría más dramatismo.

—¿Cerrajero?

Me di vuelta y empecé a caminar hacia la pared, testigo de mi tímida sonrisa. Cuando me detuve, los aplausos se oyeron.

—No entiendo cómo la gente es capaz de ignorarte. Eso fue deslumbrante, Libo.

—Eres exagerado —Advertí sus ojos aguados—. Ya estás viejo.

Me dio un papirotazo en la frente que me hizo sobar.

—Todavía te puedo ganar a las pulseadas —Hizo un silencio y suspiró—. ¿Por qué te tienes tan poca estima? Si las personas no te pescan, es porque eres un marlin azul dentro de un estanque de bacalaos.

—Ya, papá —le blanqueé los ojos—. Siempre dices eso.

—Entonces deja de lamentarte ser un marlin. El mundo es inmenso, ahora que terminas tus estudios, sal de esta isla —Se postró como si fuera un rey—. Yo, como que me llamo Bobjorn, te doy permiso…

Corté el discurso del rey señalando su reloj.

—Llegarás tarde.

—¡Cerdos de mar! —Se empinó de un brinco, agarró su campera gruesa del trabajo y me robó el trozo de pan mordido—. Te amo, hijo.

Dijo desparramandome el cabello y salió despatarrado a la calle.

—¡Quítate la peluca!

No tenía garantías de haberme escuchado. Al menos no sentiría el frío en su pelada. 

Sin más rodeos, me apresuré a terminar el desayuno, y me puse en marcha hacia el teatro.



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En el texto hay: fantasia, aventura, amor

Editado: 22.02.2024

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