Alexander
La foto explotó como una bomba a las seis de la mañana.
"PRÍNCIPE ALEXANDER Y SU PRIMA ELEANOR: EL ESCÁNDALO QUE SACUDE A LA CORONA"
El titular apareció en The Times, The Sun, Daily Mail y todas las redes sociales antes de que yo terminara de vestirme.
La imagen era clara: Eleanor frente al espejo, con mi camisa y el collar con mi inicial, mis labios en su hombro, mis manos en su piel.
Nada podía ser más condenatorio.
***
El internado se convirtió en un infierno en menos de una hora.
—¡Cierra las cortinas! —gritó Charles al entrar en mi habitación, seguido por dos guardias de seguridad—. Hay periodistas en el portón principal.
—¿Quién lo hizo? —pregunté, apretando los puños.
—No importa. Tu padre está en camino.
El aire se me escapó de los pulmones.
Mi padre.
El heredero al trono.
El hombre que había pasado su vida borrando escándalos con cheques y amenazas.
***
La llamada de la Reina llegó a las siete.
—Alexander —dijo su voz al otro lado de la línea, fría como el mármol de su despacho—. Niega todo.
—No puedo.
—No es una petición.
Colgó sin esperar respuesta.
***
Mi padre llegó al mediodía, con tres asesores legales y una carpeta llena de documentos.
—Firmarás esto —dijo, arrojando los papeles sobre la mesa—. Una declaración pública diciendo que la foto es falsa, que Eleanor te manipuló y que nunca hubo nada entre ustedes.
Lo miré directamente a los ojos.
—No.
Su bofetada me hizo tambalear.
—¡Eres un Windsor! —rugió—. No puedes permitir que una chica sin título arruine siglos de tradición.
Me sequé el labio sangrante y sonreí.
—Demasiado tarde.
Fue entonces cuando entró el segundo comunicado: la foto de nosotros dormidos en la sala de música, publicada por un medio alemán.
Mi padre palideció.
—¿Cuántas más hay?
—No lo sé —respondí—. Pero da igual.
Porque en ese momento, lo entendí.
No importaba cuántas fotos negáramos.
El mundo ya nos había visto.
Y esta vez, no había vuelta atrás.