Eleanor
Me enviaron a Escocia como si fuera un paquete mal etiquetado.
Sin despedidas. Sin explicaciones. Solo un coche negro con vidrios polarizados y la mirada gélida de mi madre, que no me habló durante todo el viaje de cinco horas.
La finca de los Spencer en los Highlands era tan fría como el silencio entre nosotras. Piedra gris, techos altos y retratos de ancestros que me juzgaban desde las paredes.
—Aquí te quedarás —dijo mi madre al fin, dejando mi maleta en el suelo del vestíbulo—. Hasta que esto se olvide.
—¿Y cuánto tiempo será eso? —pregunté, tocando el collar con la W que aún llevaba escondido bajo mi suéter.
No respondió. Solo cerró la puerta de mi habitación con un golpe seco.
***
El mundo exterior se volvió un eco lejano.
Sin teléfono. Sin internet. Solo un televisor antiguo en la biblioteca, donde cada canal hablaba del escándalo.
"La familia real emite un comunicado: el príncipe Alexander fue víctima de un engaño"
"Eleanor Spencer, la prima problemática que sedujo al heredero"
"¿Incesto real? Expertos debaten las implicaciones"
Apagué el televisor con manos temblorosas.
Me convertí en el monstruo de su cuento. La tentadora. La culpable.
Y lo peor era que ni siquiera podía defenderme.
***
Fue en la tercera noche, mientras hojeaba un libro viejo de poesía victoriana, cuando encontré la carta.
Un papel doblado dentro de las páginas de Sonetos del portugués, con una caligrafía que reconocería en cualquier parte:
"Eleanor,
Elegí el escándalo. Ahora te elijo a ti.
Espérame.
A."
Lo presioné contra mi pecho, sintiendo por primera vez en días que aún podía respirar.