Entre rejas y libertad

¿Qué planea Persy?

Llamó a una de sus empleadas; por la hora, ya se encontraba en su habitación. Le pidió que preparara una pieza para la señorita Persy. La joven se mostró un tanto sorprendida al notar la indiferencia y el cambio en Beyamin.

—Cariño... extraño tu aroma —dijo ella con voz temblorosa—. ¿Acaso ya me olvidaste?

Él la miró con un gesto poco amable.
—La abogada... —respondió con frialdad—. Ella te está controlando.

Persy lo observó en silencio. En su mirada había más dolor que sorpresa.
—Así que es eso… —susurró—. No se trata de control, ni de sospechas. Se trata de ella.

Beyamin apretó la mandíbula, evitando su mirada.
—No hagas esto más difícil, Persy.

—¿Difícil? —ella soltó una risa amarga—. Me usaste, me hiciste creer que todavía quedaba algo entre nosotros, y ahora pretendes que finja que no pasa nada.

El viento se coló por la ventana, moviendo las cortinas como si la noche misma quisiera escapar del peso de aquellas palabras.

—Ella no tiene nada que ver con esto —murmuró Beyamin—. Lo nuestro ya estaba roto desde antes.

—¿Roto? —repitió Persy, avanzando un paso—. No digas que fue el tiempo, ni las diferencias. Fue ella. Esa abogada que vino con sus modales finos y su sonrisa de ciudad.

Él alzó la voz, cansado de las acusaciones.
—¡Basta, Persy! No voy a permitir que hables así de ella.

El eco de su grito se perdió entre las paredes gruesas de la hacienda. Persy lo miró, los ojos brillantes, pero no de lágrimas, sino de orgullo herido.

Beyamin la observó mientras se alejaba, y algo dentro de él se quebró.
—No te atrevas a hablarme de pérdidas, Persy —dijo con voz grave—. Si hoy estoy enredado en problemas legales, si tengo que esconderme en un país que ni siquiera es el mío, es por ti.

Ella se detuvo en seco. Lentamente giró hacia él, con la mirada encendida.
—¿Por mí? —repitió con una risa amarga—. No me culpes de tus decisiones, Beyamin. Tú sabías en lo que te metías. Nadie te obligó a correr ni a apostar.

—¡Tú me arrastraste a eso! —respondió él, alzando la voz—. Con tus contactos, tus juegos sucios, tus carreras clandestinas… Fuiste tú quien me enseñó que la adrenalina era más fuerte que la razón.

Persy dio un paso hacia él, tan cerca que pudo sentir el peso de su respiración.
—No te hagas la víctima. Lo disfrutabas tanto como yo. —Su voz se volvió un susurro helado—. Si te metiste en esos negocios, fue porque querías sentirte vivo. Lo que nunca entendiste, Beyamin, es que no se puede correr eternamente sin pagar el precio.

Por un momento, el silencio se apoderó del cuarto. Afuera, los caballos inquietos golpeaban el suelo del establo, como si presintieran la tormenta que se avecinaba.

—Y ahora vienes a culparme —continuó ella, conteniendo las lágrimas—, cuando la única razón por la que sigues libre… es porque yo me callé lo que hicimos.

Beyamin la miró, tenso, con el rostro endurecido.
—No sé si eso fue un favor, Persy… o una condena más.

Persy se cruzó de brazos, respirando hondo. La ira le temblaba en las manos, pero su voz sonó serena, casi calculada.
—Tal vez ya no tenga motivos para seguir callando, Beyamin.

Él la miró fijamente, con una mezcla de incredulidad y miedo.
—No sabes lo que estás diciendo.

—¿Ah, no? —replicó ella, dando un paso hacia él—. ¿Crees que la abogada te protegerá cuando todo salga a la luz? Cuando sepan de dónde salió el dinero para tus apuestas, quién arreglaba los permisos, quién movía los contactos.

—Persy, basta —gruñó él, con la voz rasposa—. No me amenaces.

Ella sonrió con tristeza, aunque en sus ojos había un brillo peligroso.
—No te estoy amenazando, Beyamin. Solo te estoy recordando que, si caes, lo haras solo

Un silencio espeso se adueñó de la habitación. La lámpara del pasillo titiló, y el sonido de una puerta que se cerraba a lo lejos pareció sellar sus palabras.

Beyamin apretó los puños.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó, casi en un susurro.

Persy lo miró largo rato antes de responder.
—Eso dependerá de ti… y de cuánto realmente signifique esa mujer para ti.

Luego se dio la vuelta y salió, dejando tras de sí el eco de sus tacones sobre el piso de madera y el aroma de un pasado que todavía ardía entre ellos.

.

El silencio de la hacienda se quebró con el sonido del teléfono.
Beyamin, aún con el pulso acelerado por la discusión, dudó antes de contestar. En la pantalla, el nombre Victoria brillaba como una advertencia.

—¿Sí? —respondió, intentando controlar el tono.

Del otro lado, la voz de la abogada sonó firme, con ese acento que siempre usaba cuando quería demostrar que sabía más de lo que decía.
—Veo que tu noche fue movida —dijo ella con calma—. ¿Cómo está Persy?

Beyamin tragó saliva.
—¿Cómo sabes que vino?

Una breve pausa. Luego, la respuesta llegó, fría y precisa:
—Digamos que tengo mis formas. Y también tengo mis razones para preocuparme. Sabes que la investigación está en una etapa delicada, y la última persona con la que deberías hablar… es ella.

Él se frotó la frente, frustrado.
—No te metas en esto, Victoria. Solo fue una conversación.

—¿Una conversación? —repitió ella, casi divertida—. Beyamin, Persy no da pasos sin calcular a quién puede arrastrar con ella. Si la fiscalía llega a tocar su nombre, todo puede volverse en tu contra… y, por extensión, en contra mía.

El silencio volvió a hacerse pesado. Afuera, el viento azotó las contraventanas como si la hacienda también escuchara.

—Victoria, no digas nada todavía —pidió él, con la voz quebrada—. Puedo manejarlo.

—No, amor —replicó ella, bajando el tono, con un matiz helado que le erizó la piel—. Esta vez lo voy a manejar yo. Y si Persy intenta arrastrarte, te prometo que no será ella quien quede destruida primero.

La llamada se cortó.
Beyamin se quedó mirando el teléfono, inmóvil, sintiendo cómo la tensión se apretaba en su pecho. Sabía que Victoria cumplía sus promesas… y que Persy acababa de despertar a la mujer más peligrosa que podía tener en su contra.



#5269 en Novela romántica

En el texto hay: libertad, amor, amor intriga

Editado: 05.11.2025

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