_”En el bullicio de la noche, entre luces y sombras, una chispa inesperada puede encender el fuego de un nuevo destino.”_
El último lugar en el que me apetecía estar esa noche era exactamente en el que me encontraba. Las personas se apretujaban unas contra otras sin dejar espacio para que alguien más pudiera pasar entre ellas. Incluso pasar un alfiler habría sido todo un desafío entre la multitud de la discoteca Electric Vibes. Los últimos diez minutos me los había pasado buscando a mi hermano Ryan, pero entre tanto bullicio me había sido imposible siquiera ver su llamativa sudadera verde limón con la inscripción: “Ahora soy Arquitecto”.
En cierto momento creí verlo, pero entonces choqué con un chico que estaba bailando una canción que para mí era aturdidora y desagradable. El tipo, de unos treinta años, pelo oscuro y ojos vidriosos por el alcohol, no perdió el tiempo en pedirme que bailara con él. Me negué rotundamente, pero él siguió insistiendo.
—Vamos, solo una canción—dijo, tratando de parecer encantador.
—No, gracias—repliqué firmemente. —Deberías dejar de beber. A este paso, vas a terminar pidiéndole para bailar hasta al guardia de seguridad—dije, intentando disuadirlo con un toque de humor.
El chico no lo tomó bien y, sin previo aviso, agarró mi mano con fuerza para obligarme a bailar con él. Intenté zafarme, pero su agarre era demasiado fuerte. Justo cuando la situación parecía desbordarse, un hombre alto, de cabello castaño claro y extremadamente atractivo, se chocó intencionadamente contra él, haciendo que me soltara.
—Perdona, amigo—dijo el hombre, fingiendo disculparse.
—¡Desaparece de mi vista! Estoy intentando bailar con mi chica—espetó el borracho, furioso.
El hombre se rio y lo miró desafiante por un segundo antes de pasar su brazo con cuidado sobre mis hombros.
—Hasta donde yo sé, ella es mi novia—dijo con un tono calmado pero firme—. Y si vuelves a ponerle un dedo encima, te quedarás sin dedos para señalar a nadie.
El chico chasqueó la lengua, visiblemente molesto, y murmurando algo como “Ya que, ni que estuviera tan buena”, se retiró tambaleándose.
En cuanto el imbécil desapareció entre la multitud, el hombre quitó su brazo de mis hombros y me miró de reojo, aunque sus ojos seguían fijos en el camino por el que se había ido el borracho.
—Disculpa —comenzó a decir sin volverse a verme—, sé que no debí decir eso, y mucho menos intervenir, pero es que estaba cerca y escuché la discusión…
—No, claro que no —lo interrumpí sin pensarlo—, no tienes nada por lo que disculparte. Al contrario, yo debo agradecerte; de no ser por tu ingenio, yo no me habría librado de ese borracho.
Él se rió, visiblemente divertido, y yo no comprendía el motivo. Lo único que mi cerebro lograba registrar en ese momento era lo atractiva que era su risa y, más aún, su voz.
—No sé por qué, pero tengo la extraña certeza de que aunque yo no hubiera intervenido, tú te habrías encargado de ese patán dándole una lección —comentó él, con un tono serio, aunque sus ojos aún no se apartaban del camino por el que había desaparecido el chico.
—Aunque debo decir que ese joven tiene un serio problema y debería ir al oculista —dijo de repente, un poco serio.
—¿Y eso por qué? —pregunté inocentemente, rezando para que no dijera que no era su tipo.
—Por su último comentario —dijo volviéndose a verme al fin—. Estoy en completo desacuerdo con él. Tendría suerte si algún día en su existencia vuelve a cruzarse con una mujer tan bella como tú. Y más que suerte si ella decide bailar con él por su propia voluntad —su risa acompañó las últimas palabras, pero no dejaba de ser un cumplido.
—Gracias —le respondí, sintiéndome tonta mientras me estrujaba los dedos.
El atractivo de este desconocido había logrado convertir mi cerebro en gelatina y las ideas se habían tomado un sabático. De pronto, y para mi horror, me percaté de que en mi rostro había una gran sonrisa de dientes; de esas que solo haces cuando estás imitando una propaganda de pasta dental blanqueadora y que absolutamente nadie debe ver. Tan pronto como lo noté, puse la expresión más neutra que logré, aunque no estaba segura de poder hacer algo con el sonrojo. Siempre podía culpar al calor del lugar.
—Y, ¿estás aquí sola? —preguntó de la nada, tratando de sacar un tema de conversación.
—No —le respondí a secas por la vergüenza.
—¿Entonces, con quién viniste? —insistió él—, ¿Con una amiga?
—No, en realidad.
Él se rio y se apartó del camino de una joven que pasaba frente a nosotros y que no apartó los ojos de él hasta que no tuvo más remedio. Hasta creí que haría el exorcista.
—¿Me vas a hacer suplicar para que tengamos una plática agradable? —preguntó de forma divertida, fijando sus ojos en los míos.
No estaba segura, pero podía jurar que tenía ojos claros; me era imposible verlos con exactitud por las impertinentes luces de colores del lugar.
—¡Claro que no! —le grité en respuesta—. ¿Pero jamás has escuchado que no se debe hablar con extraños?
Él me miró contrariado, tratando de comprender si le estaba hablando en serio o si solo era una broma. La tensión se instaló en su rostro hasta que ya no pude contener la risa.
—¡Ay, por Dios! Deberías de haber visto tu cara —le dije aún entre risas.
—Por un momento creí que hablabas en serio. Es decir, un segundo estabas agradeciéndome y al siguiente prácticamente me corrías.
—Solo bromeaba, para aligerar el ambiente. Estaba buscando a Ryan cuando ese tipo se cruzó en mi camino —le expliqué mientras buscaba con los ojos la barra de bebidas.
—Ryan. ¿Él es tu novio? —su pregunta fue con un tono desinteresado, pero sus ojos me decían otra cosa.
—¿¡Ryan, mi novio!? ¡Dios, no! —grité exageradamente, pero la sola idea me revolvió el estómago—. Sí, debo admitir que él es un joven muy apuesto, inteligente, caballeroso, servicial y se acaba de graduar de arquitecto. De hecho, él es la razón de que esté en este antro, pero a pesar de todas esas cualidades, Ryan no es mi tipo.
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Editado: 22.02.2025