Entre Risas, Amor y Biberones.

7~ Cruces Inesperados.

_“En el intrincado tejido del destino, los encuentros fortuitos revelan secretos que cambian vidas.”_

Liam no había vuelto a mi oficina en el resto del día, y para cuando el reloj me indicó que ya era hora de irme, la ansiedad estaba comiéndome por dentro. Recogí mis cosas y eché un último vistazo al escritorio. Aún tenía mucho trabajo por hacer, pero calculaba que con otro día de ardua labor me pondría al día.

—¿Ya estás lista para irte? —la voz de Liam me sorprendió; creí que ya se había ido, pero él estaba justo en la puerta.

—Sr. Harrington, sí, así es —dije tratando de no sonar tan fría.

—Emily, por favor, me gustaría que dejaras eso de “Sr.” Y me llamaras por mi nombre de pila.

—Pero, ¿no supondrá eso un problema con el resto del personal? —pregunté con curiosidad—. ¿Y qué hay de su prometida? ¿No le molestará eso a ella?

Él suspiró y sujetó el tabique de su nariz en un claro gesto de frustración acumulada.

—No, a ella no le molestará, te lo aseguro. Y el resto, no tienen por qué opinar.

—Muy bien, como digas.

Liam me abrió la puerta y me dejó salir primero. Apenas habíamos salido, una mujer se acercó a Liam. Ella era alta y elegante, con una figura esbelta que se movía con la gracia de una gacela. Su cabello negro caía en ondas perfectas alrededor de su rostro, resaltando sus penetrantes ojos verdes. Vestía de manera impecable, con un traje de dos piezas que realzaba su silueta y le daba un aire sofisticado y profesional.

—Sr. Harrington, hay que corroborar la reunión con los japoneses —dijo la mujer, su tono profesional pero con un sutil matiz de coquetería.

Noté cómo sus ojos brillaban mientras miraba a Liam, y la forma en que se inclinaba ligeramente hacia él. Liam, sin embargo, parecía ignorarla o no darse cuenta de sus intenciones.

—Priscila, seguramente mi nueva asistente ya ha pensado en eso —respondió Liam con una sonrisa.

La mujer se rio ligeramente, con un aire de escepticismo. Me sentí ofendida y no pude evitar interrumpir.

—Por supuesto que sí, Liam. Esa reunión ya está cubierta. Hice una reservación en el restaurante Canlis y la asistente de los señores Tanaka y Yamamoto ya lo confirmó. Todo está coordinado.

Liam me miró con una mezcla de sorpresa y aprobación.

—Buen trabajo, Emily —me felicitó con una sonrisa.

Priscila, en cambio, se enojó, su expresión pasando de la incredulidad a la irritación. Justo en ese momento, el teléfono de Liam sonó y tuvo que atender.

—Emily, ¿podrías adelantarte? Debo tomar esta llamada —dijo, señalándome la dirección del ascensor.

Asentí y empecé a caminar, pero yo iba hacia las escaleras, no pensaba bajar por esa caja metálica. Podía sentir la mirada de Priscila clavada en mi espalda. El sonido de sus tacones resonaba mientras me pisaba los talones, y no pude evitar sentir una mezcla de emoción, tensión y una pizca de orgullo por haber manejado la situación.

—¿Por qué le hablas con tanta familiaridad al jefe? —me preguntó Priscila en cuanto llegué a la cima de las escaleras y antes de que pudiera colocar un pie en ellas—. No llevas ni 24 horas en este edificio y ya lo tuteas y él a ti.

—¿Y qué con eso? —dije, un poco molesta por su acusación.

También me vino a la mente la advertencia que le había hecho a Liam respecto a la opinión del resto del personal si yo lo llamaba por su nombre, pero él lo ignoró.

—¿Cómo que y eso qué? ¿Sabes cuánto tardé en lograr que él me llamara por mi nombre de pila? —ella sonaba realmente ofendida.

Me volví para verla y en sus ojos solo vi hostilidad, sus puños apretados mientras me analizaba con su mirada, como quien observa a un insecto a través de una lupa bajo una gran lámpara.

—Creo que esto no es algo que deba discutir contigo.

—¿Disculpa? —preguntó de manera exagerada mientras daba un paso más hacia mí—. ¿Quién te has creído que eres?

Estaba demasiado cerca para mi gusto, pero aún así siguió acercándose. Esta mujer claramente no sabía lo que era el espacio personal.

—¿Está todo bien por aquí? —la voz de Liam vino de la nada, pero fue como un bálsamo para la fiera que tenía en frente.

—Sí, por supuesto, solo le estaba preguntando a la nueva por qué no usa el ascensor —dijo Priscila, abanicando exageradamente las pestañas, recordándome a una falsa Barbie.

—Eso no es asunto tuyo, Priscila —la frialdad en la respuesta de Liam nos sorprendió a las dos, pero al mismo tiempo se sintió bien.

—Claro, solo tenía curiosidad.

Priscila, evidentemente contrariada, bajó la mirada y murmuró una disculpa antes de desaparecer por el ascensor. La tensión en el aire se disipó un poco cuando nos quedamos solos.

—Siento todo esto, Emily. Esta noche ya no podremos hablar; surgió algo importante con mi familia y debo irme de inmediato —dijo Liam, su tono genuinamente apenado—, pero te prometo que mañana te explicaré todo.

—No hay problema, espero que todo esté bien —respondí, intentando sonar comprensiva.

Él asintió y vaciló entre las escaleras y el ascensor. Comprendí entonces y lo alenté.

—Está bien, Liam, yo puedo bajar las escaleras. Ve por el ascensor, así llegarás más rápido a la planta principal.

Liam me sonrió mientras me agradecía y, acto seguido, sin previo aviso, depositó un beso en la cima de mi cabeza antes de ingresar al ascensor. Me dejó sin habla y sin respiración, incapaz de procesar el torbellino de emociones que sentía. Observé cómo las puertas del ascensor se cerraban, llevándose consigo a Liam y dejándome sola con mis pensamientos y sentimientos encontrados.

Al llegar a casa después de pasar por el supermercado en Issaquah, sentí una mezcla de cansancio y anticipación. Las bolsas de compras en mis manos estaban llenas de frutas frescas, verduras y algunos ingredientes básicos para la semana. El sol ya se había puesto, y la cálida luz de la luna comenzaba a iluminar el sendero hacia nuestra cabaña.




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