_“A veces, las máscaras caen y la verdad emerge, iluminando un camino que solo el corazón puede entender.”_
El interior de “Trattoria Lucca” era acogedor y cálido, un espacio que lograba ser sofisticado sin caer en lo ostentoso. Desde el techo colgaban lámparas de hierro forjado que emitían una luz suave, bañando el lugar en un resplandor dorado que hacía sentir que el tiempo corría más despacio. Las paredes estaban decoradas con fotografías en blanco y negro de paisajes italianos, dando la sensación de estar en una pequeña villa en la Toscana. Las mesas, cubiertas con manteles blancos impecables y servilletas de lino, estaban adornadas con pequeños jarrones de flores frescas, que agregaban un toque de elegancia.
Los comensales eran una mezcla interesante: parejas disfrutando de una cita romántica, grupos de colegas en almuerzos de trabajo, y alguna que otra familia que se veía relajada mientras compartían una comida. La mayoría vestía de manera formal, como si el lugar exigiera cierto nivel de etiqueta, pero nadie parecía incómodamente rígido. El aire estaba impregnado de aromas que revolvían los sentidos: la fragancia del ajo asado, el tomate fresco y la albahaca, mezclada con notas sutiles de queso derretido y pan recién horneado.
Apenas cruzamos la puerta, un joven alto, de cabello oscuro y sonrisa radiante, nos recibió con una familiaridad que me tomó por sorpresa.
—¡Señor Harrington! —exclamó con entusiasmo—. Qué gusto verlo por aquí de nuevo. Es un honor tenerlo. Por favor, permítame llevarlo a la mejor mesa disponible.
Sentí una punzada de curiosidad. La facilidad con la que se dirigía a Liam, la alegría genuina en su voz… era como si Liam fuera algo más que un cliente regular. Mientras el joven nos guiaba por el restaurante, los aromas y la atmósfera me envolvieron, provocando una cálida sensación de bienvenida pero, al mismo tiempo, una inquietante conciencia de que Liam era mucho más conocido y respetado de lo que había imaginado.
La mesa que nos asignaron estaba en el rincón más privilegiado del lugar, junto a una ventana grande que daba al pequeño jardín exterior del restaurante, donde flores vibrantes trepaban por una cerca de madera rústica. La luz natural bañaba la mesa de una manera que hacía que todo pareciera más brillante, más vivo. Sentí una mezcla de nervios y asombro.
Liam, siempre caballeroso, rodeó la mesa y, con un gesto que parecía tan natural como respirar, corrió la silla para que me sentara. Sus ojos se encontraron con los míos por un segundo, y su sonrisa ligera, casi imperceptible, me robó un latido.
—Gracias —dije en un tono apenas audible, sintiéndome un poco más cómoda de lo que esperaba.
El joven, que seguía de pie junto a la mesa, miró a Liam con una leve inclinación de cabeza.
—Señor Harrington, ¿podría tener un momento? No le tomaré mucho tiempo.
Liam miró hacia mí, como si buscara mi aprobación antes de apartarse.
—Adelante, no te preocupes —le dije, asintiendo con una sonrisa para tranquilizarlo.
Liam se alejó un par de pasos con el joven, que bajó la voz casi al susurro. Sin embargo, al estar tan cerca, logré captar parte de la conversación.
—Es una mujer muy atractiva la que lo acompaña hoy, señor —dijo el joven con un tono que parecía tanto admiración como complicidad.
—Lo sé —respondió Liam, bromeando mientras sus labios se curvaban en una sonrisa que podría derretir el hielo—. Pero no te emociones mucho. Mejor no le eches demasiado el ojo.
—No hay problema —rio el joven—, ya tengo a mi propia diosa en casa. Pero, sinceramente, me alegra mucho verlo por fin acompañado y no solo, como suele venir.
Mi corazón dio un pequeño brinco al escuchar esas palabras. ¿Liam siempre venía solo? Por un lado, me alegraba la idea, pero por otro, sentía una punzada de algo que no lograba descifrar. Tal vez era curiosidad, tal vez celos, o quizá solo un extraño alivio al saber que este momento era… diferente.
—Gracias, Michael. Yo también disfruto de un cambio en la rutina —dijo Liam con un tono relajado, pero su mirada parecía volverse más suave por un instante.
El joven llamado Michael continuó, cambiando ligeramente el tema:
—También quería aprovechar para agradecerle nuevamente por la beca que me brindó para estudiar en la Universidad de Washington Bothell. Me está yendo muy bien, y al mismo tiempo puedo seguir ayudando a mi madre. Los profesores dicen que tengo mucho potencial, y algunos creen que tendré varias ofertas cuando me gradúe. Pero ya les dejé claro que mi plan es trabajar para usted, señor Harrington.
Liam esbozó una sonrisa genuina, una que parecía contener algo más profundo que simple orgullo.
—No tienes nada que agradecer, Michael. Todo lo que has logrado es gracias a tu propio esfuerzo, no al mío.
Michael se sonrojó visiblemente, y antes de que pudiera responder, un mesero más mayor lo llamó desde la entrada, apremiándolo para atender a una pareja que acababa de llegar. Michael se disculpó rápidamente y regresó a su puesto con una energía renovada. Liam volvió a la mesa y tomó asiento frente a mí.
—Lamento la interrupción, Emily —dijo con una sonrisa ligera—. Michael es un gran chico.
—No te preocupes. Parece que realmente te admira —dije, sin poder ocultar una sonrisa. La relación que Liam tenía con las personas que lo rodeaban me intrigaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
En ese momento, un mesero se acercó con las cartas del vino y el menú, dejándolas frente a nosotros con una educación impecable. Y con eso, el almuerzo prometía ser no solo delicioso, sino también lleno de matices que apenas comenzaba a comprender.
No necesité mirar la carta del menú; mi elección estaba decidida desde antes de llegar. Pero, aun así, tomé la carta del vino, más por inercia que por otra cosa. En el fondo, no buscaba un vino, sino algo que pudiera disfrutar sin preocuparme por el contenido de alcohol.
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Editado: 28.05.2025