Entre Risas, Amor y Biberones.

22~ Doble latido, Doble amor.

_“En una pantalla donde la vida comienza a dibujarse, el milagro de dos corazones redefine lo que significa el amor y la esperanza.”_

La sala de espera del hospital de Seattle era amplia y luminosa, pero de alguna manera, ese ambiente no lograba calmar mis nervios. Los enormes ventanales dejaban entrar la luz del sol, proyectando reflejos cálidos sobre las paredes blancas y los suelos impecablemente pulidos. En la esquina más cercana, había una pequeña área con revistas perfectamente apiladas sobre una mesa de vidrio, pero sus colores y títulos no lograban captar mi atención. La mayoría de los asientos estaban ocupados por parejas, madres con pequeños niños o mujeres que, al igual que yo, esperaban con incertidumbre ser llamadas por el doctor. Había un suave murmullo flotando en el aire, el sonido de conversaciones bajas y el ocasional clic de teléfonos móviles.

A mi lado estaba Liam, sentado con una postura relajada, aunque sus dedos tamborileaban contra su muslo en un ritmo casi imperceptible. Por mucho que intentara parecer tranquilo, sus gestos lo delataban; él estaba igual de nervioso que yo.

Yo sentía un nudo en el estómago, una mezcla de emoción y ansiedad que parecía imposible de desatar. Mi mirada se perdía en las baldosas del suelo mientras mi mente divagaba entre posibles escenarios y las preguntas que seguramente nos harían. Liam notó mi inquietud y, como siempre, decidió intervenir.

—¿Sabes? —dijo, rompiendo el silencio entre nosotros mientras su mano se deslizaba suavemente sobre la mía—. Lo estás manejando mucho mejor que yo. Aunque no lo parezca.

No pude evitar soltar una pequeña risa nerviosa, girándome hacia él.

—¿De verdad? Porque siento que estoy al borde de desmoronarme —admití, dejándome caer un poco más en mi asiento.

Liam apretó mi mano con fuerza, su mirada fija en la mía.

—Bueno, entonces estamos juntos en esto. Si te desmoronas, yo estaré justo aquí para sostenerte.

La simpleza de sus palabras tuvo un efecto inmediato en mí. Mi pecho se relajó, y aunque los nervios seguían allí, ya no sentía que me consumían completamente. Asentí, agradeciendo silenciosamente su apoyo.

Justo en ese momento, la puerta se abrió y el sonido de un nombre llamó nuestra atención.

—Emily Hartman —dijo el doctor Bernard, un hombre de alrededor de treinta años, con una sonrisa cálida y profesional en su rostro.

Nos levantamos rápidamente y seguimos al doctor por el pasillo, adentrándonos en su oficina. La habitación era cómoda, con paredes blancas decoradas con cuadros de paisajes, y una mesa de madera oscura que estaba impecablemente organizada. Al lado había una camilla con una pantalla de ultrasonido, y los instrumentos médicos estaban perfectamente dispuestos sobre una pequeña bandeja.

—Bienvenidos —dijo el doctor Bernard mientras se sentaba en su silla—. Por favor, tomen asiento.

Liam me ayudó a acomodarme antes de sentarse junto a mí, y su presencia constante seguía siendo un ancla en medio de toda esta experiencia.

—Entonces, Emily —continuó el doctor, su tono amable pero profesional—, veo que estás embarazada de dos meses y unos días. ¿Cómo te has estado sintiendo? ¿Algún síntoma incómodo o preocupante?

—Bueno… —comencé, jugando nerviosamente con mis dedos—. He tenido algo de náuseas y mareos, pero creo que es lo normal, ¿verdad?

—Sí, absolutamente. Es común durante las primeras semanas —respondió, tomando notas—. Ahora vamos a hacer algunos chequeos para asegurarnos de que todo esté bien. Primero, tomaremos tus signos vitales y luego realizaremos la ecografía para verificar el estado del bebé.

El doctor comenzó con lo básico: tomó mi presión arterial, revisó mi frecuencia cardíaca y me hizo algunas preguntas adicionales sobre mi dieta, hábitos de sueño y nivel de actividad física. Liam no dejaba de observar cada movimiento del doctor, como si estuviera asegurándose de que todo estuviera perfectamente bajo control.

—Todo se ve bien hasta ahora —dijo el doctor con una sonrisa tranquilizadora antes de invitarme a recostarme en la camilla para la ecografía.

Mi corazón comenzó a latir más rápido mientras me colocaba en posición. Liam se movió para estar lo más cerca posible, su mano encontrando la mía nuevamente mientras el doctor preparaba el equipo. Cuando el gel frío tocó mi piel, no pude evitar soltar un pequeño jadeo, y Liam apretó mi mano en respuesta.

—¿Lista? —preguntó el doctor.

Asentí, aunque no podía ignorar el temblor en mi voz cuando respondí.

—Sí, lista.

El sonido del ultrasonido llenó la habitación, y pronto apareció una imagen en la pantalla. Mi respiración se detuvo por un momento cuando el doctor señaló un pequeño punto.

—Aquí está el bebé —dijo con una sonrisa.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al verlo, y sentí cómo Liam me apretaba la mano con más fuerza. Su mirada estaba fija en la pantalla, y pude ver la emoción reflejada en sus ojos.

—¿Ese es…? —susurró Liam, incapaz de terminar la frase.

—Sí, ese es tu hijo —respondió el doctor, mirando a ambos.

Mi pecho se llenó de una emoción indescriptible, y Liam apretó mi mano más fuerte, sus ojos fijos en la pantalla, llenos de asombro. Pero antes de que pudiera decir nada, el doctor continuó moviendo el transductor, y entonces, lo vi. Otro pequeño punto apareció en la pantalla, junto al primero.

—Oh… espera un momento —dijo el doctor, deteniéndose mientras ajustaba el ángulo—. Parece que no solo hay uno… sino dos bebés. Felicidades, van a ser padres de gemelos.

El aire salió de mis pulmones como si hubiera olvidado cómo respirar. Miré a Liam, mis ojos llenos de lágrimas, y vi cómo una mezcla de sorpresa y felicidad absoluta cruzaba su rostro.

—¿Dos? —susurró Liam, su voz temblorosa mientras soltaba una risa nerviosa—. ¿En serio? Dos.

Asentí, sin poder contener las lágrimas. Mis emociones estaban por todas partes, pero entre todas ellas destacaba una felicidad tan inmensa que parecía llenar cada rincón de mi ser.




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