_“No hay oscuridad más grande que la de nuestros propios miedos. Pero quien se atreve a enfrentarlos, encuentra la luz en su propio coraje.”_
La despedida con Liam fue breve pero llena de esa conexión latente que todavía vibraba en mi piel. Antes de salir de la oficina, me indicó que tenía una reunión con un colega y que habían quedado para almorzar. Me dijo que podía ir a casa y que mi auto ya me esperaba en el estacionamiento.
Asentí con una sonrisa ligera, aunque en mi interior aún ardía el recuerdo de nuestros últimos momentos juntos.
Cuando finalmente salí de la oficina, decidí detenerme en el baño antes de marcharme. Necesitaba verificar que mi cabello no fuera un desastre después de todo lo que había pasado.
Pero en cuanto entré, me golpeó un olor fuerte y poco agradable que me hizo fruncir el ceño de inmediato.
Desde uno de los cubículos, un sonido inconfundible dejó claro que alguien estaba librando una batalla nada digna.
—Ahhh… —un gemido de sufrimiento se filtró entre las paredes de los baños—. Dios, ¿cuándo va a parar esto?
Reconocí la voz al instante.
Priscila.
Tuve que apretar los labios con fuerza para evitar soltar una carcajada, aunque mis hombros temblaban por la risa contenida.
Me acerqué al espejo, fingiendo que nada ocurría, y mientras me acomodaba el cabello, un pensamiento cruzó mi mente.
Tal vez Charlotte puso demasiado laxante en el café…
La idea me hizo sonreír con algo de satisfacción. Pero, honestamente, me daba igual. Después de todas las que Priscila me había hecho pasar, lo veía como un ajuste de cuentas cósmico.
Cuando finalmente consideré que mi cabello estaba en un estado decente, salí del baño, todavía con una sonrisa juguetona en los labios.
Al caminar por el pasillo, me encontré con dos empleados que hablaban en voz baja y parecían demasiado absortos en su conversación como para notar mi presencia.
—No puedo creer que Patrick Sullivan haya sido despedido —murmuró uno, con tono alarmado.
—Lo sé. Dicen que vino esta mañana a recoger sus cosas, pero no quiso hablar con nadie —respondió el otro, con un suspiro.
Me detuve por un momento, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.
¿Despedido?
La noticia me tomó completamente por sorpresa. Sullivan había sido problemático, sí, pero nunca imaginé que las cosas llegaran a este punto.
Mi mente regresó al malentendido que hubo entre nosotros, aquel que había generado una serie de tensiones innecesarias. ¿Había tenido algo que ver con su despido?
Un peso incómodo se instaló en mi pecho mientras continuaba caminando. No podía evitar preguntarme si aquella discusión entre nosotros había sido la gota que colmó el vaso.
Pero ahora, lo único que podía hacer era averiguar más.
El camino hacia mi oficina se sintió más largo de lo habitual. Quizás porque sabía que, después de todo lo que había ocurrido hoy, el peso de la realidad me estaba alcanzando. Había sido una mañana intensa, llena de emociones y revelaciones, y ahora solo quería recoger mis cosas e irme a casa.
Cuando llegué a las escaleras, me detuve. Mi mirada se dirigió instintivamente hacia las puertas del ascensor, brillantes y metálicas, reflejando la tenue luz del pasillo.
Mi corazón dio un pequeño salto.
Lugares cerrados.
El solo pensamiento hizo que mi piel se erizara. Sentí la presión familiar en el pecho, esa opresión irracional que me acompañaba desde siempre. Pero no podía seguir evitándolo. No podía seguir permitiendo que el miedo dictara mis movimientos.
Respiré hondo y me obligué a quedarme de pie frente a las puertas del ascensor, intentando convencerme a mí misma.
No va a pasar nada. Es solo un ascensor.
Los minutos se sintieron eternos, pero finalmente, después de inhalar profundamente y cerrar los ojos por un segundo, levanté la mano y presioné el botón de llamada.
Un pequeño pitido resonó y las puertas se deslizaron suavemente, revelando el interior del ascensor.
Mis pies dudaron antes de moverse, pero finalmente crucé el umbral y me adentré.
Las puertas se cerraron con un suave "clic" detrás de mí, y el sonido hizo que mi respiración se acelerara. Me apoyé contra la pared metálica, sintiendo el frío a través de mi ropa, mientras mis dedos se apretaban alrededor de la correa de mi bolso.
El ascensor comenzó su descenso.
El pequeño espacio se sintió más estrecho de lo normal. La leve vibración del mecanismo retumbaba en mis huesos, y el aire dentro del cubículo me parecía más denso de lo habitual. Intenté distraerme con los números iluminados sobre la puerta, observando cómo descendían uno a uno.
Solo unos segundos más.
Cerré los ojos e inhalé lentamente, contando mentalmente cada respiro.
Diez segundos.
Cinco.
Uno.
Entonces, con un suave campanazo, las puertas se deslizaron nuevamente y el estacionamiento apareció frente a mí.
Lo primero que noté fue la oscuridad.
Las luces fluorescentes iluminaban puntos estratégicos del lugar, pero el resto estaba sumido en sombras. Los autos estacionados parecían figuras inmóviles en la penumbra, sus contornos apenas perceptibles bajo la tenue iluminación.
El aire estaba más frío, cargado de un silencio inquietante que hacía que cada pequeño sonido resonara más fuerte.
Mis pasos sobre el suelo de concreto se sintieron huecos, como si la inmensidad del espacio los absorbiera. La sensación en mi pecho cambió; el miedo al encierro se transformó en una extraña sensación de vulnerabilidad.
De repente, tuve la impresión de que estaba sola. Pero no del todo.
Como si el estacionamiento, con sus rincones oscuros y su vacío inquietante, observara cada uno de mis movimientos.
Sacudí la cabeza, negándome a dejar que la paranoia se instalara en mi mente.
Mi auto estaba cerca. Solo tenía que llegar hasta él, abrir la puerta y salir de ahí.
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Editado: 18.07.2025