_“El peligro no siempre grita. A veces, solo observa, espera… y sonríe en la penumbra.”_
El estacionamiento subterráneo se sentía más frío de lo normal. La tenue iluminación apenas lograba disipar las sombras que se extendían entre los autos estacionados, y el eco de mis tacones resonaba con una inquietante precisión en el espacio vacío.
Cada paso que daba me hacía sentir más alerta.
Algo no estaba bien.
Los vellos de mi nuca se erizaron, y una sensación de incomodidad se instaló en mi pecho. No estaba sola.
El sudor frío comenzó a formarse en mi piel, y aunque intenté racionalizarlo, mi instinto me decía lo contrario.
Alcanza tu auto. Sal de aquí.
Aceleré el paso, mis ojos recorriendo el estacionamiento en busca de cualquier movimiento extraño.
Cuando estaba a unos metros de mi auto, un sonido me detuvo.
Una voz masculina refunfuñaba algo inentendible.
Fruncí el ceño y avancé unos pasos más, hasta que lo vi.
Patrick Sullivan estaba junto a su auto, golpeando la rueda con frustración mientras se pasaba la mano por la cara en un gesto exasperado.
Me quedé de pie, observándolo por un instante. Su actitud era tensa, su cuerpo rígido, como si estuviera conteniendo algo que amenazaba con desbordarse.
Miré hacia mi auto. Solo tenía que pasar tres autos más para alcanzarlo.
Pero entonces, Sullivan levantó la cabeza y me vio.
Su expresión cambió de inmediato. La frustración en su rostro se transformó en una sonrisa poco amable, una que no transmitía ninguna clase de calidez.
El aire se volvió más pesado.
Me sentí incómoda, pero decidí no darle importancia. Simplemente le saludé con un leve movimiento de cabeza y continué mi camino.
Pero él no me dejó ir.
Se interpuso en mi camino con una postura relajada, pero su mirada tenía algo que me inquietaba.
—¿Ya supiste sobre mi despido? —preguntó, su voz cargada de algo que no pude identificar de inmediato.
Pensé en hacerme la desentendida, en fingir que no sabía nada. Pero una sola mirada a sus ojos me bastó para entender que él sabía que yo sabía.
Suspiré, intentando mantener la calma.
—Acabo de enterarme apenas —respondí con sinceridad—. Lamento lo sucedido.
Sullivan soltó una risa seca, sin humor.
—¿Lo lamentas? —repitió, como si la idea le resultara absurda.
Su mirada se fijó en la mía, y por alguna razón, sentí un miedo irracional recorrer mi cuerpo.
—En realidad, no deberías estar tan sorprendida —continuó, su tono más bajo, más afilado—. Fue tu culpa que me despidieran.
Mi respiración se detuvo por un segundo.
Lo miré, tratando de entenderlo, pero él no me dio oportunidad de responder.
Sin decir nada más, se giró y se dirigió a su auto.
El alivio fue inmediato.
Sin pensarlo dos veces, prácticamente corrí hacia mi auto, sintiendo que cada paso me acercaba a la seguridad.
Cuando finalmente me metí dentro, cerré la puerta con fuerza y exhalé profundamente.
El alivio me envolvió como una manta cálida, y más aún cuando vi, a través del espejo retrovisor, el Nissan negro de Sullivan alejándose del estacionamiento.
Era un Nissan Maxima, su carrocería oscura brillaba bajo la tenue luz del estacionamiento, con sus líneas aerodinámicas y su diseño agresivo. Los faros delanteros se encendieron con un destello frío antes de que el motor rugiera suavemente y el auto se deslizara fuera del lugar.
Lo observé hasta que desapareció.
Solo entonces, me permití cerrar los ojos por un momento y recuperar el aliento.
Pero la sensación de peligro aún latía en mi pecho.
El aire dentro del auto aún se sentía pesado, como si la tensión del encuentro con Sullivan no hubiera desaparecido del todo. Me obligué a respirar hondo, a recuperar la calma antes de salir del estacionamiento.
Antes de arrancar, tomé mi teléfono y le envié un mensaje rápido a Liam:
"Estoy saliendo de la empresa. Voy al supermercado antes de ir a casa para comprar lo necesario para la cena. Nos vemos luego."
No esperaba una respuesta inmediata. Sabía que estaba en una reunión, así que simplemente dejé el teléfono en el asiento del acompañante y puse el auto en marcha.
El trayecto hasta el supermercado fue tranquilo, pero no del todo relajante.
Cada movimiento, cada giro, cada semáforo en rojo me hacía sentir observada.
Miré por el espejo retrovisor varias veces, pero no vi nada fuera de lo normal. Aun así, la sensación persistía, como un peso invisible sobre mis hombros.
Cuando llegué al supermercado, me obligué a ignorar la incomodidad y me concentré en la lista de compras.
Pero incluso dentro del supermercado, la sensación no desapareció.
Cada vez que giraba en un pasillo, sentía que alguien estaba detrás de mí. Cada vez que tomaba un producto de los estantes, tenía la impresión de que unos ojos me seguían.
Me repetí a mí misma que estaba siendo paranoica.
Cuando finalmente salí, coloqué las bolsas en el maletero y, por instinto, miré a mi alrededor.
Bajo la sombra de un gran árbol, un auto negro estaba estacionado.
Me resultó familiar, pero estaba demasiado lejos para distinguirlo con claridad.
Sacudí la cabeza y decidí restarle importancia.
Arranqué el auto y emprendí el camino a casa.
El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y dorados. El tráfico era moderado, y por un momento, me permití disfrutar del silencio dentro del auto.
Pero entonces, los faros de un auto me encandilaron por el espejo retrovisor.
Fruncí el ceño y moví el espejo ligeramente, tratando de evitar el reflejo.
El auto detrás de mí aceleró de repente y comenzó a tocar la bocina insistentemente.
Mi corazón dio un salto.
Intenté hacerme a un lado, pensando que quizás el conductor tenía prisa o necesitaba pasar, pero el auto no me lo permitió.
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Editado: 18.07.2025