_“A veces, el consuelo llega envuelto en risas torpes y brazos apretados… justo antes de que el mundo vuelva a exigir justicia.”_
Liam caminaba de un lado a otro de la habitación como un animal enjaulado. Sus pasos eran cortos, tensos, cargados de una energía que no sabía cómo liberar. Murmuraba maldiciones entre dientes, palabras que apenas lograba distinguir, pero que estaban impregnadas de rabia. Llevaba así un largo rato, desde que le puse nombre y rostro al responsable del accidente.
Patrick Sullivan.
Sus puños se abrían y cerraban con violencia, como si cada pensamiento lo empujara más cerca del borde. Su mandíbula estaba apretada, los músculos de su cuello tensos, y sus ojos… sus ojos tenían esa mirada salvaje, como si estuviera viendo algo que no podía tolerar. Me recordaba a un felino encerrado, acechando, esperando el momento justo para saltar sobre su presa.
Y yo sabía que, si alguien se atrevía a cruzar esa puerta con el nombre de Sullivan en los labios, Liam no iba a contenerse.
Fue entonces cuando la puerta se abrió y Charlotte y Ryan entraron. Ambos se veían preocupados, con el rostro tenso y los ojos buscando respuestas. Pero al verme despierta, sus expresiones cambiaron por completo. El alivio los inundó como una ola cálida.
Ryan corrió hacia mí sin pensarlo dos veces, y antes de que pudiera prepararme, me envolvió en un abrazo que casi me deja sin aire.
—¡Em! ¡Estás despierta! ¡Estás viva! ¡Dios, no sabes lo que fue esto! —exclamó, apretándome con fuerza.
—Ryan… aire… —logré decir entre risas y quejidos.
Charlotte lo apartó con una mezcla de firmeza y cariño.
—¡Déjala respirar, idiota! —le dijo, empujándolo suavemente.
Pero solo fue para ocupar su lugar. Me abrazó con fuerza, y creo que entre los dos lograron romperme una costilla.
—No vuelvas a hacer esto —murmuró Charlotte, con la voz temblorosa—. No vuelvas a asustarnos así.
—Lo intentaré… —susurré, sintiendo cómo las lágrimas me picaban los ojos.
Ryan se sentó al borde de la cama, sin dejar de hablar.
—¿Recuerdas algo? ¿Viste quién fue? ¿Estás bien? ¿Te duele algo? ¿Los bebés están bien? ¿Te han dicho algo? ¿Cuándo te dan el alta? ¿Liam te ha contado lo que pasó afuera? ¿Sabes que mamá está en camino?
—Ryan… —interrumpí, riendo entre jadeos—. ¿Puedes respirar entre pregunta y pregunta?
Él se encogió de hombros, como si no entendiera el concepto de pausa.
—Le avisé a mamá —añadió, como si fuera lo más lógico del mundo.
Lo miré con incredulidad.
—¿Por qué hiciste eso?
Ryan me miró como si la respuesta fuera obvia.
—Porque es nuestra madre, Em. ¿Qué esperabas que hiciera?
Charlotte soltó una risa suave, y Liam, que hasta entonces había estado en silencio, se detuvo. Su mirada seguía cargada de furia, pero al ver la escena frente a él, algo en su expresión se suavizó. Solo un poco.
Y yo, rodeada de ellos, con el cuerpo roto pero el corazón latiendo fuerte, supe que no estaba sola.
Pero también supe que esto no había terminado. No mientras Patrick Sullivan siguiera respirando.
Las horas pasaban con una lentitud extraña, como si el tiempo se hubiera detenido en esa habitación. Charlotte y yo hablábamos animadamente, intentando mantener el ambiente ligero, como si las paredes blancas y el olor a desinfectante no nos recordaran constantemente lo frágil que era todo.
Ryan, por su parte, no dejaba de insistir.
—¿Pero recuerdas algo? ¿Viste quién fue? ¿No te pareció sospechoso? —preguntaba por tercera vez en menos de diez minutos.
Yo sonreía, desviaba la mirada, fingía que el dolor me distraía. Cualquier cosa para no responder.
Charlotte, que parecía haber captado mi estrategia, intervenía cada vez que podía. No sabía por qué me negaba a responderle a Ryan, pero intuía que era por el bien de todos. Especialmente de Liam.
Liam no había dicho una sola palabra desde hacía rato. Estaba sentado junto a la ventana, con la mirada perdida en algún punto lejano. Su cuerpo estaba tenso, su mandíbula apretada, y sus manos entrelazadas como si contuvieran una tormenta. Sabía que si escuchaba el nombre de Patrick una vez más, algo dentro de él se rompería.
Charlotte lo sabía también. Por eso, aunque no entendía del todo, hacía lo posible por ahogar esa pregunta sin respuesta.
Pero Ryan no se rendía. Y yo sentía que ya no podría esquivarlo mucho más.
Fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe, como si un huracán hubiera decidido irrumpir en nuestra calma.
Macy.
Entró como un tornado, llevándose por delante al médico que venía acompañado de dos oficiales. Ni siquiera se molestó en disculparse. Le lanzó una mirada fulminante a Ryan, que entendió al instante y se hizo a un lado, permitiéndole llegar hasta mí.
Cuando al fin me alcanzó, me envolvió en un abrazo que me dejó sin aire. Literalmente.
Su cuerpo pequeño me estrujó con una fuerza inesperada, aplastando mis costillas y cortándome la respiración. No podía hablar, ni moverme. Solo sentir cómo temblaba contra mí.
Al principio creí que estaba riendo. Su cuerpo se sacudía, y pensé que era su forma de liberar tensión. Pero entonces la sentí sorber por la nariz, y comprendí que estaba llorando.
—Lo siento, lo siento, lo siento —repetía una y otra vez, con la voz quebrada—. No sabía nada. Acabo de llegar de ese maldito viaje. Me olvidé el celular. No vi nada hasta hace unas horas. ¡Tenía 98 llamadas perdidas de Ryan! ¡Treinta y cuatro mensajes! ¡Treinta y cuatro! ¿Qué clase de amiga soy?
Cuando al fin me soltó, sentí cómo mi cuerpo recuperaba el oxígeno. Jadeé, como si hubiera emergido de debajo del agua. Vi las lágrimas que manchaban su rostro, ese rostro hermoso que ahora parecía más frágil que nunca.
—No eres una mala amiga —le dije, acariciándole la mejilla—. Solo tuviste mala suerte.
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Editado: 18.07.2025