_“A veces, volver a casa no es cruzar una puerta… es volver a creer que el mundo puede ser seguro, aunque aún tiemble bajo tus pies.”_
Dos semanas después.
El alta médica había llegado con una mezcla de alivio y ansiedad. Al fin podía salir del hospital, dejar atrás el olor a desinfectante, las luces blancas y los murmullos constantes de enfermeros y monitores. Pero también significaba enfrentar el mundo otra vez. Y el mundo, desde el accidente, ya no se sentía del todo seguro.
Liam insistió en llevarme en silla de ruedas, a pesar de que le había repetido mil veces que podía caminar con las… ¿cómo se llamaban? Muletas. Eso. Las muletas que el médico me había entregado para comenzar a adaptarme a la fractura.
Pero ni él ni su madre cedieron.
—Primero debes acostumbrarte a las muletas —dijo ella con tono firme—. Luego te peleas con el mundo, si quieres.
Liam y Ryan se habían enfrascado en una discusión absurda sobre quién me llevaría a la salida. Ryan alegaba que como hermano tenía prioridad, pero Liam lo fulminó con una sola frase:
—Soy su futuro marido. Es mi deber velar por ella.
Ryan se rindió, aunque no sin refunfuñar.
Cuando cruzamos las puertas del hospital, el sol de la mañana de Seattle me golpeó con una calidez inesperada. Cerré los ojos por un momento, dejando que la luz me acariciara el rostro. Después de tantos días encerrada, el aire fresco y el cielo abierto eran casi un milagro.
Pero junto al alivio, también llegó el miedo.
¿Y si Sullivan estaba ahí? ¿Acechando en algún rincón? ¿Esperando otro momento de vulnerabilidad?
Liam me ayudó a subir al auto con una delicadeza que me hizo sonreír. Me sostuvo por la cintura, cuidando cada movimiento, como si temiera que me rompiera con solo tocarme.
—¿Lista para volver a casa? —preguntó, cerrando la puerta con suavidad.
Asentí. Aunque “casa” ya no era solo su casa. Era nuestra casa.
El camino fue tranquilo. Liam puso algo de música suave, probablemente para aligerar el ambiente. Pero yo iba perdida en mis pensamientos. Mis ojos se desviaban constantemente hacia el retrovisor, hacia el espejo lateral. Buscaba un auto negro. Uno que no debía estar ahí, pero que mi mente no dejaba de imaginar.
La policía había encontrado el Nissan Maxima abandonado en un estacionamiento industrial. Pero Sullivan… él seguía desaparecido. Y eso me tenía en vilo.
Liam, como si leyera mis pensamientos, colocó su mano sobre mi pierna vendada. Su pulgar acarició la tela con suavidad.
—Puedes dejar de mirar sobre tus hombros —dijo con una sonrisa tranquila—. Estoy aquí. Para ti. Para los tres.
Lo miré. Su mirada era firme, segura. Como un ancla en medio de mi tormenta.
Sonreí. Intenté relajarme. Pero no era fácil.
Cuando llegamos al camino de entrada de la casa, algo en mí se aflojó. El lugar tenía esa magia que solo los hogares verdaderos poseen. La casa de Liam era una construcción de estilo colonial moderno, con paredes de piedra gris, ventanales amplios y un porche de madera que parecía abrazar la entrada. Rodeada de árboles altos y un jardín cuidado, el lugar emanaba paz.
El sonido de las ruedas sobre el empedrado me hizo sentir que estaba volviendo a algo más que un espacio físico. Volvía a una promesa.
Liam estacionó el auto y se bajó rápidamente. Rodeó el vehículo y abrió mi puerta, ayudándome a salir con la misma ternura de siempre.
Pero antes de que pudiera dar un paso, otro auto se detuvo justo detrás de nosotros.
Los padres de Liam bajaron de él.
Su madre sonreía con calidez, pero fue su padre quien me sorprendió. Se veía mejor. Mucho mejor. Desde mi visita en el hospital, su recuperación había sido notable. Tanto así que ahora estaba de pie, caminando con ayuda, pero firme.
—Insistió en venir —dijo su madre, mientras lo ayudaba a avanzar—. No quería perderse el regreso de su nuera… ni la boda.
Liam me sostuvo con fuerza, y juntos, acompañados por sus padres, cruzamos el umbral de la casa.
Adentro, el aire olía a madera, a hogar. El salón principal tenía una chimenea de piedra, estanterías llenas de libros, y cortinas que dejaban entrar la luz sin robarle intimidad al espacio. El sofá frente al ventanal parecía esperarnos. Las paredes estaban decoradas con fotografías familiares, algunas antiguas, otras recientes. Todo hablaba de historia, de raíces, de amor.
Y por primera vez en semanas, sentí que podía respirar.
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Editado: 18.07.2025