_“Ni el miedo más oscuro puede opacar el brillo de una mujer que está a punto de decir sí al amor que la hizo renacer.”_
Me miré en el espejo de cuerpo entero, y por un momento, no supe quién era la mujer que me devolvía la mirada.
El vestido era simplemente… deslumbrante.
Un diseño sirena de encaje francés, con bordados delicados que recorrían mi figura como si la acariciaran. El escote corazón realzaba mi pecho con elegancia, mientras que la espalda descubierta, enmarcada por finos tirantes de pedrería, le daba un toque de sensualidad sutil. La falda se abría justo por debajo de las caderas, con capas de tul que caían como una cascada de luz, creando movimiento y gracia.
Era atractivo, elegante y llamativo. Robaba el aliento.
El maquillaje era perfecto: tonos cálidos que resaltaban mis ojos, un delineado preciso, labios en un rosa suave que no competía con el vestido, sino que lo complementaba.
El peinado recogido en un moño bajo, con mechones sueltos que enmarcaban mi rostro, estaba adornado con pequeñas perlas que parecían flotar entre mi cabello.
Mi madre lloraba a mi lado, con las manos en el pecho.
—Estás… estás tan hermosa, mi amor —susurró entre sollozos—. No puedo creer que este día haya llegado.
La madre de Liam intentaba mantener la compostura, como siempre. Elegante, firme, con la espalda recta. Pero una lágrima se le escapó, y se acercó a mí con una sonrisa temblorosa.
—Emily —dijo, tomando mis manos—. No sé si alguna vez te lo dije con claridad, pero eres la mujer perfecta para mi hijo. Lo haces mejor. Lo haces más fuerte. Y desde hace mucho, ya eres una hija más para mí.
Sus palabras me atravesaron como una flecha dulce.
Intenté no emocionarme.
Lo juro.
Pero no lo logré.
Las lágrimas comenzaron a brotar, y Charlotte y Macy intervinieron de inmediato.
—¡No! ¡El maquillaje! —gritó Charlotte, corriendo hacia mí con un pañuelo.
—¡Fuera todas las madres! ¡Por el bien del delineado! —ordenó Macy, señalando la puerta como una general en plena batalla.
Ambas tomaron a nuestras madres por los brazos y las escoltaron fuera, entre risas y protestas.
—Estás hermosa, Emily —dijeron al unísono antes de salir.
Les sonreí, agradecida.
Y cuando la puerta se cerró, me volví a mirar en el espejo.
La mujer que estaba allí… era yo.
Pero también era alguien nueva.
Alguien que estaba a punto de convertirse en esposa.
Alguien que había sobrevivido.
Entonces, alguien tocó la puerta.
—¿Puedo pasar? —dijo Ryan, asomando la cabeza.
Cuando me vio, se quedó sin palabras.
—Wow… Em… —dijo, con los ojos brillantes—. Te ves… increíble.
—Gracias, Ry —susurré, con una sonrisa tímida.
Él sería quien me llevaría al altar.
El momento se sentía sagrado.
Pero entonces, mi celular vibró.
Un número desconocido.
Pensé que sería un error. Una llamada equivocada.
Lo atendí.
—¿Hola?
La voz al otro lado me congeló.
—No digas nada. No le digas a tu hermano. Finge que soy un conocido felicitándote.
Sullivan.
Mi cuerpo se petrificó.
Ryan lo notó al instante. Me quitó el teléfono sin pedir permiso.
—¿Quién eres? —dijo con voz seria.
Hubo un silencio.
—Eres un maldito desgraciado —escupió Ryan—. La policía ya debe estar por dar contigo. Así que deja de molestar a mi hermana.
Y cortó la llamada.
Me miró con una sonrisa tranquilizadora.
—Nadie debería tener el poder de arruinar tu maravilloso día.
—Ryan… Sullivan es peligroso. No debiste hablarle así.
Él me besó la frente.
—Lo sabemos. Por eso hicimos pública la boda. Supusimos que esa rata se aparecería cerca de la iglesia. Hay policías encubiertos entre los invitados y en los alrededores. Y tu celular… está pinchado. Estábamos esperando que llamara.
Me reí. No pude evitarlo.
El alivio fue tan grande que me temblaron las piernas.
—Así quiero verte —dijo Ryan—. Sonriendo.
Colocó su brazo en jarra, como un caballero.
—¿Lista para casarte?
Pasé mi brazo por el suyo.
—Más que lista.
La música comenzó a sonar, suave y envolvente, como si el aire mismo se hubiera vestido de notas para acompañarme. Cada paso que daba sobre el pasillo alfombrado era una mezcla de vértigo y emoción. Las miradas de los invitados se posaban sobre mí, algunas con lágrimas, otras con sonrisas, todas con una ternura que me hacía sentir como si flotara.
El vestido se movía con gracia, como si supiera que estaba en el centro de un momento irrepetible. A mi lado, Ryan caminaba con paso firme, su brazo sosteniéndome con orgullo. Sentía su fuerza, su amor fraternal, y eso me daba el valor que necesitaba para seguir avanzando.
Al final del pasillo, lo vi.
Liam.
Con su esmoquin negro perfectamente ajustado, camisa blanca impecable, y ese brillo en los ojos que solo él podía tener cuando me miraba. Su sonrisa era amplia, sincera, y sus ojos recorrían cada centímetro de mí como si no pudiera creer que yo estuviera allí, caminando hacia él.
Junto a él, el padre Abelard esperaba con una serenidad que parecía sagrada. Había casado a los padres de Liam, y ahora estaba allí, listo para unirnos a nosotros. Su presencia era como un puente entre generaciones, entre promesas que se habían cumplido y las que estaban por hacerse.
Charlotte y Macy estaban radiantes en sus vestidos de damas de honor. Charlotte llevaba un tono lavanda suave, con un corte elegante que resaltaba su porte. Macy, en un rosa empolvado, tenía un vestido más juguetón, con detalles en encaje que reflejaban su espíritu libre. Ambas sonreían con emoción, sus ojos brillando mientras me veían acercarme.
La música se elevó justo cuando llegamos al altar. Ryan se detuvo, me miró con ternura, y luego se volvió hacia Liam.
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Editado: 18.07.2025