Café, caricias y caos

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El sol de la tarde se colaba por los ventanales del café universitario. Yo estaba intentando concentrarme en mis apuntes, pero mi atención estaba totalmente secuestrada por Elian, que se sentó frente a mí con su típica sonrisa de “sé que me deseas”.

—Zoe… —dijo, mientras jugaba con la cucharita de su café—. Si seguimos así, vas a necesitar una dosis de cafeína *y otra de mis besos* para sobrevivir al semestre.

—¡Elian! —le advertí entre risas—. No puedes hablar así en público…

—¿En público? —preguntó fingiendo sorpresa—. Este café es prácticamente nuestro laboratorio secreto. Aquí podemos experimentar… —susurró, inclinándose hacia mí y dejando que su aliento rozara mi oído—… con teorías complicadas… como la ley de atracción *muy, muy aplicada*.

Yo sentí cómo se me erizaban los brazos y mis mejillas ardían. Justo cuando intentaba responder, Claudia apareció, con su típica entrada dramática:

—¡Alerta de romance! —exclamó—. Atención, todos los clientes, este café está a punto de explotar por exceso de azúcar… y de amor.

Elian y yo la miramos a medias: yo quería matarla, él la miraba divertido, claramente disfrutando mi incomodidad.

—Claudia… por favor —susurré—. No tienes ni idea de…

—Oh, sí que tengo —interrumpió ella—. Vi todo desde la biblioteca. Y déjenme decirles… que si siguen con esas “experiencias científicas”, yo *necesito asiento en primera fila*.

Elian rió y tomó mi mano bajo la mesa, discretamente. Sentí un cosquilleo que recorrió todo mi cuerpo.

—Claudia, esto es un asunto serio —dijo él—. Estamos probando una teoría muy avanzada… de química humana.

—¿Química humana? —replicó ella con sarcasmo—. ¡Ah, claro! Supongo que los besos cuentan como *reactivos peligrosos*!

Yo solo podía reír, mientras sentía que Elian me atraía más con cada palabra, cada roce de sus dedos sobre los míos, cada mirada que me decía “te deseo, pero aún más quiero hacerte reír”.

Cuando nos despedimos esa tarde, yo llevaba en mi bolso los apuntes y mi corazón latiendo como loco. Claudia se quedó atrás, sacando fotos con su teléfono mientras gritaba:

—¡Estos dos son un desastre andante, y yo estoy aquí para documentarlo todo!

—Claudia… —susurré mientras Elian me abrazaba por detrás—. Algún día nos vas a matar de vergüenza.

—Quizá —respondió él, rozando mis labios con los suyos—. Pero mientras tanto, podemos hacer que sea *divertidamente mortal*.

Y yo solo pensé que, con él y Claudia, la vida nunca sería aburrida… y probablemente tampoco muy tranquila.

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