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La noche había caído sobre la ciudad, y mi apartamento se llenó del aroma del café que habíamos llevado desde la universidad. Estábamos solos… bueno, casi solos: Claudia, como era de esperarse, había prometido quedarse “solo un ratito” para ayudarnos con los apuntes, pero su presencia era más un detector de vergüenza que de ayuda académica.
—Chicos, ¿seguro que no quieren que revise esos apuntes? —dijo ella mientras se acomodaba en el sofá, mirando cada gesto nuestro con atención de periodista sensacionalista—. Porque si veo un roce de manos sospechoso, lo documento.
—Claudia… —susurré a Elian, mientras él se inclinaba hacia mí—. ¿Podemos sobrevivir a esto sin morir de vergüenza?
—Claro que sí —contestó él con una sonrisa pícara—. Solo necesito un poco de práctica… y tal vez un poco de tus labios.
Mi corazón dio un vuelco. Antes de que pudiera reaccionar, su mano se deslizó suavemente sobre la mía, y sus labios rozaron los míos en un beso breve, intenso y cargado de promesas. Sentí un calor que subía por mi cuello hasta enrojecer mis mejillas.
—¡Ajá! —gritó Claudia, como si hubiéramos sido descubiertos en flagrante delito—. Eso sí que es química explosiva, ¡y yo quiero todos los detalles!
Elian rió y me lanzó una mirada que mezclaba travesura y deseo.
—Claudia, ¿puedes hacer el favor de ir a la cocina a prepararte un chocolate caliente? —susurró él, bajito para que solo yo escuchara—. Así podemos experimentar… sin testigos.
—¡Tú… maldito! —susurré, pero sonriendo, mientras me dejaba llevar hacia el sofá.
El resto de la noche se convirtió en un juego de caricias, besos robados y risas contenidas. Claudia, por supuesto, no estaba muy lejos; cada vez que levantaba la cabeza, nos lanzaba miradas burlonas y comentarios ridículos, lo que hacía que cada roce se volviera más divertido, más travieso.
En un momento, Elian me susurró:
—Zoe… si seguimos así, necesitaré un monitor de signos vitales. Tu corazón late demasiado rápido, y creo que mis besos son los culpables.
—Pues será mi culpa… —susurré de vuelta, rozando sus labios con los míos otra vez—. Pero si me vas a cuidar, tendrás que ser muy paciente.
Él rió, tomando mi rostro entre sus manos:
—Siempre, amor. Incluso si Claudia decide tomar notas de cada segundo.
Y así, entre risas, caricias y comentarios de nuestra amiga traviesa, entendí algo importante: con Elian y Claudia a mi lado, la vida universitaria podía ser un caos, pero también un lugar donde la pasión, la amistad y la risa se entrelazaban de formas que jamás hubiera imaginado.
Porque si algo había aprendido, era que amar podía ser divertido, travieso y… extremadamente caliente.
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