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La tarde había caído y el apartamento de Zoe estaba lleno del aroma a café recién hecho y libros abiertos por todos lados. Elian y yo estábamos revisando apuntes para un examen de anatomía y programación avanzada, pero era imposible concentrarse: cada roce de manos sobre los libros, cada mirada cruzada, hacía que mi corazón se acelerara.
—Zoe… —susurró él, inclinándose hacia mí con esa sonrisa peligrosa—. Creo que nuestros sistemas están colapsando… hay demasiada atracción en esta sala.
—¿Atracción? —intenté fingir ser seria, aunque mis mejillas ardían—. Esto es… solo estudio.
—Estudio… claro —respondió, mientras deslizaba su mano sobre la mía y rozaba mis dedos con cuidado—. Pero me temo que tus signos vitales dicen otra cosa.
Antes de que pudiera contestar, un golpe fuerte nos hizo saltar. Claudia había decidido aparecer justo en el momento más incómodo… y travieso.
—¡Alerta de desastre romántico! —gritó, dejando caer una carpeta—. Estos dos necesitan intervención inmediata de amiga supervisora.
—¡Claudia! —susurré, escondiéndome detrás de un libro—. ¿No puedes…?
—No, no puedo —interrumpió ella con una sonrisa pícara—. Además, creo que encontré mi propio sistema de emergencia… alguien con quien experimentar reacciones químicas peligrosas.
Mis ojos se abrieron al instante. Frente a ella estaba Diego, un estudiante de enfermería del turno nocturno, con esa mirada tímida que contrastaba con su sonrisa segura.
—Claudia… —dijo Elian con una risita—. Parece que no estamos solos en esto.
—Exacto —contestó ella, los ojos brillando—. Y tú, Diego, vas a ser mi laboratorio secreto.
Mientras ellos empezaban a coquetear y reír, yo sentí que Elian se acercaba más. Esta vez no había interrupciones; la tensión que habíamos estado acumulando durante semanas estaba a punto de explotar.
—Zoe… —susurró, rozando mis labios con los suyos—. Esta vez… vamos a hacer nuestro propio experimento, sin libros, sin reglas… solo tú y yo.
Mis manos buscaron las suyas, entrelazando nuestros dedos mientras él me atraía hacia el sofá. Cada beso se volvía más intenso, cada caricia más atrevida. El aroma de su piel y el calor de su cuerpo hacían que mi mente se derritiera.
—Monitoreo de signos vitales —murmuró él, con una sonrisa traviesa—. Tu pulso está por las nubes, y creo que mi “software” también está fallando por exceso de excitación.
Reí entre susurros y mordiscos suaves. La risa contenida de Claudia y Diego, en la otra esquina del apartamento, solo añadía un toque cómico a la situación. Incluso en medio del deseo más intenso, había algo dulce en ver a mi amiga encontrar su propia chispa.
Los besos se volvieron más apasionados, las manos más atrevidas, y por primera vez entendí que con Elian, cada toque era una mezcla de amor, deseo y diversión. Y que con Claudia y Diego a nuestro lado, la vida universitaria podía convertirse en un verdadero laboratorio de corazones y risas… donde todo era posible, y nada era aburrido.
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