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El semestre estaba en pleno apogeo y el estrés universitario comenzaba a sentirse. Zoe y yo nos encontrábamos en la sala, rodeados de libros de enfermería y pantallas de programación, tratando de coordinar nuestro proyecto más ambicioso: un simulador de emergencias médicas que también integrara algoritmos de sistemas para la práctica interactiva.
—Zoe… —susurré mientras ajustábamos unos sensores—. Creo que este proyecto es peligroso… no por la dificultad académica, sino porque tú y yo seguimos afectando mis signos vitales.
—Elian… —murmuró ella, mordiendo el labio con esa sonrisa traviesa—. Concéntrate en los pacientes simulados, no en mí… aunque no prometo que sea fácil.
Claudia y Diego entraron al apartamento, trayendo café y galletas, pero con esa chispa de travesura que siempre los caracterizaba.
—¡Alerta de caos académico! —gritó Claudia—. Este laboratorio de amor y estudio necesita supervisión… y yo soy la científica principal de la diversión.
—Claudia… —susurré entre risas—. ¿Por qué siempre tienes que hacer esto más difícil?
—Porque si no, la ciencia pierde emoción —contestó ella, guiñando un ojo a Diego, que estaba claramente disfrutando su propia química con ella.
Mientras trabajábamos en la programación y Zoe ajustaba simulaciones de signos vitales, los roces de manos y las miradas cómplices entre nosotros hacían que cada tarea se volviera un juego peligroso y divertido. Cada vez que Zoe revisaba los cables o acercaba su rostro para leer algo en mi pantalla, sentía que la tensión crecía, mezclando risas con suspiros y besos robados.
—Signos vitales fuera de rango —murmuré entre carcajadas—. Diagnóstico: exceso de química y pasión en laboratorio.
—Tratamiento inmediato —susurró Zoe con una sonrisa pícara—. Procedimiento: caricias, besos y… un toque de travesura.
Claudia y Diego, viendo nuestro “experimento”, no pudieron resistirse a imitar nuestra cercanía, jugando con gestos cómicos mientras intercambiaban sus propios besos y risas, convirtiendo toda la sala en un verdadero laboratorio de amor y diversión.
Al final del día, entre risas, caricias y códigos de programación, entendimos que la universidad no solo nos enseñaba conocimientos académicos, sino que también nos preparaba para enfrentar la vida con pasión, humor y complicidad.
—Creo que este semestre será recordado —dije, abrazando a Zoe—. No solo por los proyectos, sino por todo lo que hemos descubierto… y lo que aún nos espera.
—Sí —respondió ella, apoyando su cabeza en mi hombro—. Y no solo nosotros… Claudia y Diego también están comenzando su propia historia, llena de risas, travesuras y química.
Esa noche, mientras los cuatro compartíamos una pizza y recordábamos nuestros momentos más cómicos y apasionados, comprendimos que estábamos viviendo un verdadero laboratorio de amor y diversión, donde cada desafío académico solo hacía que nuestra complicidad creciera aún más.
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