Había pasado un mes desde la última vez que Danica vio a Nasim. Y tal y como lo había sentenciado su padre, la chica no volvió a saber nada del joven que la había salvado y traído a su hogar. Y cada vez que intentaba preguntarle a su padre o a su madre sobre la hostil reacción que Lucas había tenido hacia el amable joven, ellos solamente evadían el tema o su padre se ponía demasiado a la defensiva.
Danica había comenzado a recibir un riguroso tratamiento psicológico con médicos privados que su padre había contratado. Desde que la habían secuestrado; cosa de la que su padre decidió no hablar en casa, al menos no abiertamente; su padre no la dejaba ni por un minuto sin la supervisión de alguien de su más entera confianza. No es que le molestara, al contrario, el saber que alguien que ésta vez si era enviado por sus padres, estaba con ella le generaba más confianza y la hacía sentir cierto grado de seguridad. Pero su padre les tenía prohibido a sus hombres que hablaran del "incidente" con la joven adolescente. Por lo que las preguntas de Danica sobre la hostil y evasiva actitud de sus padres ante la situación no hacían más que aumentar.
En un momento incluso tomó el valor de preguntarle a su madre sobre el como, aquellas personas, se habían referido a ella como princesa dragón. Incluso Nasim se había referido a ella de esa forma. Pensó que la reacción de su madre ante el tema sería mucho menos hostil que la que de seguro habría tenido su padre si le preguntara a él. Pero para su sorpresa, la mujer, al escuchar las interrogantes de su hija, casi enloquece y juraría que sus ojos incluso habían cambiado. Su madre había reaccionado de una forma mucho más desfavorable e incluso agresiva que su padre. Tanto fue así, que tuvieron que intervenir algunos de los sirvientes de la casa e incluso su propio padre para lograr calmarla.
Luego de eso, su padre le sentenció a nunca más volver a tocar el tema con su madre y que lo que aquellos hombres decían no eran más que desvaríos de un grupo de desquiciados que la habían secuestrado para llegar al dinero de su familia. Aquella respuesta no la había convencido del todo, pero viendo que no obtendría respuesta alguna de parte de ninguno de sus conocidos, decidió no volver a tocar el tema por algún tiempo. Al menos hasta que la cosa se calmara un poco más.
Por recomendación de su psicóloga, Danica había comenzado a llevar todo lo que sentía en su día a día en un diario. Según la doctora, eso la ayudaría a desahogarse y a canalizar todas aquellas emociones negativas que pudieran haber quedado como consecuencia de aquel "incidente". Y la verdad es que funcionaba bastante bien, aun más ahora que la relación con sus padres se había vuelto más distante de lo normal. Le ayudaba a canalizar todo el miedo y la ansiedad que le habían comenzado a generar ciertas situaciones. A veces escribiendo, otras dibujando lo que sentía y otras simplemente garabateando en el diario y centrando su atención en otra cosa. La música también se había vuelto una muy buena amiga, la ayudaba a centrarse en otra cosa cuando sus pensamientos y recuerdos la llevaban a aquellos días en aquella fría y húmeda celda.
Sus calificaciones habían bajado considerablemente, pero sus profesores eran muy pacientes y comprensivos con ella debido a que entendían que había pasado por una situación muy difícil y traumática. Pero cada día la alentaban a que continuara estudiando y mejorando. Le repetían que centrarse en los proyectos y socializar con sus compañeros la ayudaría a despejarse de los pensamientos relacionados con su trauma. Danica intentaba seguir los consejos que le daban, pero el haber sido secuestrada por más de una semana el mismo día en el que había estado atrapada en un incendio la había vuelto mucho más distante y aislada del resto. El verse rodeada de personas la ponía nerviosa y la hacía sentir nuevamente encerrada así que prefería sentarse bajo un árbol del patio a escribir o dibujar en sus tiempos libres.
Ahora mismo estaba recostada en la cómoda cama de su habitación. Apenas pasaba del medio día y la ventana que daba al patio estaba ligeramente abierta. Eduardo, quien era quien permanecía todo el tiempo a su lado por ordenes de su padre, la había tenido que traer a casa debido a que había tenido una crisis a mitad de una clase de historia. Pues estaban viendo un documental sobre los prisioneros de guerra y uno de sus compañeros; uno con el cual no se llevaba muy bien; había hecho un comentario muy desagradable sobre lo que ella había vivido. Sus padres ya habían sido informados y Eduardo la había llevado a casa más temprano que tarde. Estaba escuchando música mientras dibujaba y garabateaba en su diario cuando unos suaves golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos.
-Adelante- dijo la joven tras sacarse sus auriculares.
-Señorita Danica, esperamos que ya se encuentre mejor. Le trajimos su comida favorita- Era Penélope siendo seguida de cerca por Eduardo.
-Gracias Penélope pero no tengo mucha hambre ahora- dijo la chica, forzando una sonrisa para no preocupar a los dos adultos.
Ambos adultos intercambiaron miradas preocupadas y la mujer, luego de dejar la bandeja con el plato de comida apoyada en su mesa de noche, se sentó en el borde de la cama y acarició lentamente el brazo de la chica en un intento de confortarla. Seguido de eso, abrió sus brazos y estrechó a la joven adolescente entre ellos con un cariño casi maternal; por otro lado, Eduardo se acercó y acarició con suavidad la espalda de la chica de una forma muy paternal. Ante las muestras de cariño de quienes la habían cuidado desde pequeña, la chica rompió en llanto y se aferró al abrazo de Penélope. Los tres se mantuvieron en esa posición durante algunos minutos hasta que la joven Danica finalmente se logró calmar. A pesar de que ya había pasado un mes desde lo sucedido, incidentes aislados como los de ese día, revivían el trauma de Danica como si aun lo estuviera viviendo. Así que ante la distante actitud de Helena y Lucas Mattorini, Penélope y Eduardo intentaban acompañar, ayudar y confortar a la más pequeña de los Mattorini.