Cocidius, quien hasta el momento se había mostrado muy calmado, por primera vez se manifestaba su verdadero sentir. El hombre no podía creer que sus hombres fueran tan incompetentes y no fueran capaces de encontrar a esos chicos. Estaba sentado en su escritorio. Por primera vez, su cabello no parecía pulcro y en sus ojos podía verse un ligero toque de locura. Los papeles del escritorio estaban dispersos por el suelo junto con los pedazos de lo que alguna vez fueron delicados adornos de cerámica.
-¡No puede ser! ¡¿Qué tan difícil puede ser encontrar y atrapar a dos adolescentes?!- dijo golpeando con fuerza su escritorio mientras miraba con ira al hombre frente suyo, quien acababa de entrar a la oficina.
-Pero señor, quien los ayudó a escapar es..-
-¡No me interesa quién los haya ayudado! ¡¿Cómo es posible que dos adolescentes, de los cuales una no sabía absolutamente nada hace menos de un año, sean más inteligentes que ustedes?! Escuchen bien...quiero que encuentren a los traidores y quiero a la dragón Dorado. Y ya no toleraré más errores. ¡¿Quedó claro?!-
-En...entendido señor- dijo el hombre para salir de la oficina de su líder tan rápido como entró.
Cocidius salió a la terraza a beber una copa bien cargada del más caro vino. En definitiva algo no anda bien. Sabía que el chico Llianco era tan habilidoso como su hermano, pero no dejaba de ser un adolescente con casi nula experiencia y con la chica pasaba exactamente lo mismo. Cualquiera pensaría que con el ex cazador que los ayudaba podrían escapar y sabían ocultarse; pero con las heridas que de seguro sufrió en su pelea contra Cassandra, apenas y sería capas de moverse. Mucho menos sería capaz de desplazarse por la ciudad escondiéndose de ellos constantemente. Algo más estaba sucediendo y debía descubrir rápido de qué se trataba, o ya no sería capas de engañar a los reyes dragón y todo su plan correría el riesgo de irse por la borda.
Vio nuevamente su adorado jardín. Esas flores eran uno de sus tesoros más preciados pues eran lo único; además del cuadro que tenía colgado en su oficina; que aún le recordaba a su hermano. Ambos tenían el sueño de crear un mundo de paz para los humanos, solo que su hermano era demasiado blando e ingenuo para ver la crueldad de las bestias a las que sus ancestros se enfrentaron en el pasado y terminó pagando las consecuencias. Orión Llianco solo fue una piedra en su camino de la cual tubo que deshacerse por traicionarlos y conspirar en su contra.
Volvió a servirse otra copa de vino cuando escuchó el ruido de la puerta de su oficina abriéndose, para escuchar la voz de una mujer. Una mujer que a pesar de fallarle hace algunos meses, ahora traía noticias que de seguro subirían el animo del hombre.
-Mi señor-
-Espero que luego de tu humillante y decepcionante última misión tengas buenas noticias para darme Cassandra- dijo, sin siquiera voltear a verla.
-Por supuesto que si, mi señor. Mis hombres por fin han descubierto dónde es que se encuentran los traidores y la chica-
-¿Y bien? ¿Dónde están? ¡Habla mujer!- dijo Cocidius, finalmente volteando la vista a la mujer.
-Están escondidos en una vieja iglesia abandonada en las afueras al norte de la ciudad. Ya he preparado un grupo de nuestros mejores hombres y estamos esperando sus instrucciones, mi señor-
Cocidius sonrió ante esto. Y de repente, una idea surgió en su mente. Una idea que mantendría el tablero a su favor
-Bueno Cassandra, parece que después de todo no eres tan patética. Ve por esos traidores y y tráemelos con vida. En cuanto a la chica, quiero que le envíes un mensaje de mi parte y la dejes escapar-
-Disculpe señor pero ¿Quiere que deje escapar a la chica?- preguntó Cassandra, muy confundida.
-Así es. Si todo sale bien; y se que lo hará; la chica vendrá a nosotros ella sola...-
Algunos minutos después, Cassandra salió de la oficina y fue hasta donde la esperaba un grupo de al menos cuarenta hombres y mujeres armados. Listos para subirse en lo que fácilmente parecería un simple camión repartidor. No querían llamar demasiado la atención.
Luego de al menos dos horas de viaje, llegaron a la vieja iglesia y entraron. Listos para enfrentarse a quienes estuvieran ahí ocultando a los traidores. Después de todo, sabía de buena fuente que aquí se ocultaba un buen número de traidores que buscaban derrotar a su líder Cocidius hace años. Pero desconocía cuántos eran exactamente y por eso había llevado a un grupo tan grande de cazadores. No podía darse el lujo de dejar escapar a alguno de esos traidores.
Una vez dentro de la iglesia, se sorprendieron bastante cuando notaron que aparentemente no había nadie ahí. El lugar parecía completamente deshabitado. Pero Casandra no se dejaría engañar tan fácilmente, seguramente estarían bien escondidos o estarían usando algún tipo de truco. Pero ella estaba completamente segura de que esos traidores debían estar escondidos en algún lugar de esa vieja iglesia.
-Revisen todo el lugar. Tienen que estar por aquí...y recuerden las ordenes del señor Cocidius. Capturen a los traidores con vida.-
-Si, señorita Cassandra- respondieron los cazadores.
Los cazadores se separaron en pequeños grupos y comenzaron a inspeccionar todo el lugar. Detrás de cada estatua de cada santo, en cada rincón del lugar sin resultados. No podía ser posible. Cassandra estaba segura de que estaban allí. Amenos que ya hubieran engañado...estaba por darse por vencida en buscar por ese lugar cuando desde la sombra que proyectaba una estatua de uno de los santos le pareció ver un par de ojos verdes brillar con gran fuerza. Entonces lo entendió.