Helena y Lucas Mattorini ya no tenían paciencia para seguir los juegos de Cocidius. Incluso durante todos esos meses habían buscado a su hija por su cuenta para salvarla de las garras de ese humano, pero a pesar de todo no habían sido capaces de encontrarla. Entre tanto, Cocidius los había mantenido en la palma de su mano entre amenazas. Ya no tenían tiempo ni paciencia para continuar con los juegos de Cocidius.
Esa misma noche acordaron reunirse con Cocidius para acabar de una vez por todas con ese juego del gato y el ratón y exigirle que liberara a su hija de donde sea que la tuviera. Su instinto les decía que intentar negociar con ese hombre era una mala idea y solo le estarían dando exactamente lo que quiere. Pero ya no había de otra alternativa y tampoco había vuelta atrás. Ya habían acordado realizar el encuentro entre lideres en un parque de la ciudad esa misma noche.
Entre tanto, Cocidius estaba muy alegre y con una radiante pero al mismo tiempo algo siniestra sonrisa plasmada en su rostro. Su plan no podría ir mejor. A pesar de que sus hombres no habían logrado capturar al niño Llianco, había logrado capturar a un número bastante grande de traidores; entre ellos Aukan Munua, quien había sido muy cercano a Orión Llianco hace años; e incluso habían logrado capturar a una anciana dragón y habían tendido la trampa perfecta para que la princesa de los dragones llegara hasta ellos por propia voluntad. Pues si no aparecía para aclarar la duda que Cassandra le había dejado, seguramente vendría para salvar a quienes la protegieron; en especial a una de los suyos. Ignorante de lo que le esperaría.
Los reyes dragón habían exigido reunirse con él en uno de los parques de la ciudad. Para Cocidius solo hacía falta realizar un paso en su plan para finalmente cumplir con su objetivo y crear una era de paz para la humanidad. Sin el miedo constante de los suyos a que alguna de esas bestias los atacara. Así que con una sonrisa tranquila, Cocidius aceptó reunirse con ambos monarcas con una facilidad y tranquilidad que al principio preocupó a los reyes pero que aun así, el acuerdo de encontrarse fue hecho.
Cada líder reunió a un grupo de sus mejores guerreros y partieron en dirección al punto de encuentro. Los monarcas de los dragones reunieron a sus tres generales restantes y a un grupo de al menos seis hombres y seis mujeres preparados para enfrentar a Cocidius y a sus hombres y acabarlos en el caso de tener que hacerlo. Por su parte, el líder de los cazadores decidió ir acompañado de la más leal y fuerte de sus cazadores. Cassandra Munua. Y de los cazadores que estaban bajo su mando, pues ya le habían mostrado que eran mas que capaces y ya le habían demostrado su lealtad. Pues, con lo que seguiría, era evidente que había una confrontación.
Eran cerca de las dos de la mañana cuando los lideres de ambos bandos finalmente se encontraron. Las únicas luces que iluminaban el lugar provenían de los altos portes de luz y de las estrellas. Nadie además de ellos estaba en ese parque poco concurrido durante el día. Sin embargo, los reyes quedaron confundidos cuando notaron que los hombres de Cocidius traían a una mujer de edad avanzada esposada de manos y pies. Les costó un poco reconocerla pero finalmente lograron reconocerla. Era Eleonora, una de los dragones que había ostentado el titulo de uno de los cuatro generales dragón durante el reinado del padre de Lucas Mattorini pero que había desaparecido años atrás.
-¡Eleonora! ¿Qué clase de truco barato es éste Cocidius? ¡Libérala de inmediato y dinos dónde tienes a mi hija!- exigió saber el líder de los dragones.
-¿Qué son esos modales, majestad? ¿Ni siquiera nos darás las buenas noches?- dijo Cocidius, burlándose del hombre frente a él.
-Déjate de juegos. ¡Ya dinos dónde tienes a mi hija!- dijo esta vez la reina.
Ante las exigencias de la reina y el rey, Cocidius no hizo otra cosa más que soltar una sonora carcajada. Eso confundió e hizo enojar aún más a los gobernantes. ¿Acaso ese hombre se seguía burlando de ellos? Ellos, a pesar de la situación, seguían siendo dragones. Poderosas criaturas de leyendas que, hasta la actualidad, seguían infundiendo temor y fascinación en los humanos a pesar de que no supieran que eran tan reales como ellos.
-¿Qué es lo que te causa tanta gracia Cocidius?- preguntó llena de indignación Helena.
-Lo que me da tanta gracia, su alteza, es que usted y su esposo aun sigan creyendo tan ciegamente que yo tengo a su hija-
-¿Qué...?-
-Tal y como lo escuchan. La dragón dorado nunca estuvo bajo mi poder. Para mi desgracia, esa pequeña bestia tiene demasiada suerte. Pero me temo que ustedes no tendrán tanta suerte- dijo mientras la sonrisa en su rostro comenzaba a pintarse de tonos siniestros.
-¿Acaso tu...? ¡Maldito humano! ¡Nos engañaste y nos utilizaste todo éste tiempo!- gritó colérico el rey, quien llevaba algunos minutos en silencio.
-Así es. Y fue demasiado fácil. No tenía idea de que los dragones fueran tan ingenuos y fáciles de manipular- dijo Cocidius para luego volver a reírse.
-Pagarás muy caro lo que hiciste Cocidius. Antes estábamos dispuestos a ignorar todos tus crímenes en contra del tratado. Sin embargo, ahora que has dejado claras tus intenciones. Y no te dejaremos salirte con la tuya- exclamó firme Lucas.
-En ese caso, permítanme mostrarles lo que les sucederá a todos aquellos que osen enfrentarme. ¡Traigan a la anciana!-