Mientras todo el caos se desataba en lo que ahora era un ferviente campo de batalla, Cocidius y Danica se enfrentaban en el patio trasero de la mansión. Ambos estaban bastante heridos por igual, pero la chica le estaba demostrando al cazador que ya no era una niña que necesitaba que la salvaran y la defendieran. Que ahora era una princesa capaz de defenderse y de defender a su pueblo. Ambos sabían que, para conseguir sus objetivos, debían ganar ésta batalla asesinando a su enemigo. Debían ganar ésta batalla a muerte si querían asegurarse de sobrevivir y cumplir sus metas. Cocidius estaba muy confiado en éste aspecto, pues la princesa dragón, a pesar de demostrarle que era habilidosa y poderosa, jamás había asesinado a alguien y él sabía que ella no tenía el coraje de arrebatarle la vida. Al menos no ella misma y todos los que la habían acompañado estaban demasiado ocupados enfrentando a sus leales cazadores. Solo debía resistir hasta que la princesa se cansara y debilitara lo suficiente como para poder darle el golpe de gracia.
Danica, por su parte, sabía que debía ganar esta batalla contra Cocidius a toda costa. Debía ganar para asegurar su propia supervivencia y la de su pueblo. Debía ganar para evitar que Cocidius le robara su poder para ejercer una tiranía que terminaría afectando tanto a humanos como a dragones por igual. Y por último pero no menos importante, debía ganar para vengar las muertes de todas aquellas personas; de todos aquellos humanos y dragones; que se habían enfrentado a Cocidius para acabar con su locura y habían fracasado en el intento.
La apariencia de la princesa de los dragones era imponente. Su piel estaba completamente cubierta de escamas de un brillante color dorado y sus ojos desprendían un salvaje destello de ese mismo color. Sus uñas se habían convertido en gruesas y afiladas garras y sus dientes en colmillos. De su espalda habían brotado un majestuoso e inmenso par de alas que brillaban como el oro. Sin embargo, aun conservaba varías características muy similares a las de los humanos. Como lo eran el tamaño, la caminata erguida y un rostro que; a pesar de verse mucho más salvaje debido a su transformación; aun se veía bastante similar al rostro de un humano. Tenía algunas heridas en sus brazos, en sus piernas, en su hombro derecho y en su abdomen; pero gracias a que su piel era normalmente más gruesa y resistente que la de un humano común, ninguna de esas heridas era demasiado grave.
El líder de los cazadores, por su parte, tenía heridas en su espalda, en sus brazos y en su pecho pero, debido a que Danica no deseaba matarlo; a pesar de saber que era necesario; ninguna de esas heridas era demasiado grave tampoco. El lugar en el que estaban peleando estaba rodeado por un muro de fuego dorado que la misma Danica había creado para evitar que Cocidius escapara o que algún otro cazador se uniera a su combate para ayudarlo. El muro de fuego alcanzaba casi los dos metros de altura y la temperatura superaba casi los dos mil grados, alcanzando incluso a fundir las balas que le dispararan desde afuera del muro.
Sin embargo, a pesar de eso, Cocidius era claramente superior que la chica ya que tenía más experiencia que ella en batalla. Y rápidamente, la derribó mientras apuntaba al cuello de la chica con una espada. Ella no pudo evitar gruñir de rabia mientras Cocidius mantenía una sonrisa triunfal.
-Parece que no eres tan feroz después de todo...princesa...-
-¿Por qué?- fue lo único que preguntó Danica.
-¿Qué?-
-Si me vas a matar, al menos concédeme el saber por qué quieres acabar con los dragones- dijo la chica. Quería saber la respuesta, pero su principal prioridad era ganar tiempo para pensar en cómo salir de esa situación.
-Supongo que puedo concederte eso...es una respuesta sencilla la verdad...Porque si los dragones dejan de existir, la humanidad dejaría de temer y podrían por fin estar a salvo de bestias despiadadas como ustedes- el rencor era evidente en sus ojos.
-¿Por qué nos guardas tanto rencor? Los dragones no hemos atacado nunca a un humano ¡Jamás te hemos hecho absolutamente nada!-
-¿Eso crees, princesa?...¡¿Y qué me dices del dragón que asesinó a mi hermano y a mi madre hace siete años?!-
-¿Qué...?- esa declaración dejó sorprendida a Danica.
-Una bestia despiadada asesinó a mi amada madre y a mi querido hermano hace siete años mientras pasaban un fin de semana en la playa. Ambos eran buenos, y no le hacían daño a nadie. Sin embargo, una bestia despiadada acabó con ellos sin consideración alguna...Los dragones no tuvieron piedad con mi familia...¿Por qué tendría yo que tener piedad con ustedes?-
No lo podía creer. Ahora entendía el por qué Cocidius se había esmerado tanto en acabar con los dragones. Ahora, todo el rencor del hombre frente a ella hacia los suyos cobraba sentido. Su familia había sido asesinada por uno de los suyos y eso despertó el resentimiento en el corazón de Cocidius. Una fuerte presión se instaló en el pecho de la chica y las lagrimas comenzaron a nublar su visión. Y por primera vez, Danica sintió empatía por su enemigo. Se vio reflejada en él de alguna forma; después de todo; ella había perdido a quien era como un segundo padre para ella y a varias personas preciadas a manos de los cazadores. E incluso quería tomar venganza contra Cocidius. Y entendió que ambos no eran tan diferentes después de todo.
Por causa de los sentimientos que comenzaron a inundar a la chica, la altura y temperatura del muro de fuego comenzó a disminuir hasta que la altura del fuego apenas y llegaba hasta el medio metro. Cocidius estaba a punto de asesinar a Danica atravesando la espada en su cuello; cuando de repente, alguien le clavó una daga en el hombro y le arrebató la espada lanzándola más allá del muro de fuego. La princesa reconoció a su salvador apenas logró salir del asombro.