Entre ruinas y sueño en Atenas

Capítulo II – Las lenguas del ágora

Los días siguientes trajeron una calma aparente. Lysandro y Eleni caminaban juntos por los jardines al amanecer, compartiendo pan, vino y risas que poco a poco devolvían el calor a su hogar.

Pero en Atenas, la paz nunca duraba demasiado.

El ágora, el corazón palpitante de la ciudad, bullía de comerciantes, filósofos y curiosos. Allí, entre los puestos de cerámica y las voces que discutían sobre política y poesía, Theron —el mismo hombre que había iniciado los rumores— observaba desde las sombras. Su sonrisa era fina como la hoja de un cuchillo.

—El amor de Lysandro es fuerte —dijo uno de sus socios—. No podrás separarlos tan fácilmente.

Theron bebió un sorbo de vino y respondió con frialdad:

—Todo amor tiene una grieta. Solo hay que encontrarla.

Mientras tanto, Lysandro trabajaba en la restauración de un templo dedicado a Atenea. Los dioses parecían haberle devuelto el propósito. Eleni lo visitaba cada tarde, llevando consigo dulces y flores frescas, iluminando con su presencia el cansado ánimo de los obreros.

Pero un nuevo problema se gestaba en silencio.

Una mañana, Eleni recibió una invitación para asistir al Festival de las Musas, una celebración de arte y poesía. La invitación llevaba el sello del Consejo de la Ciudad, pero lo que ella no sabía era que Theron había manipulado el pergamino.

El plan era simple: hacerla aparecer en público junto a él, bajo el disfraz de una reunión oficial, para volver a manchar su nombre.

Eleni, sin sospechar, aceptó la invitación. Se vistió con una túnica blanca adornada con cintas azules y dejó su cabello rojo suelto sobre los hombros. Cuando llegó al festival, notó que las miradas caían sobre ella como piedras.

Theron la recibió con una sonrisa calculada.

—Mi señora Eleni, qué honor que haya aceptado mi humilde invitación. —Le ofreció su brazo con fingida cortesía.

Eleni lo observó con desconfianza, pero decidió mantener la compostura.

—Pensé que el Consejo estaría presente —respondió.

—Lo estará, más tarde —mintió él, guiándola hacia el centro del foro.

No muy lejos, un amigo de Lysandro vio la escena. Corrió hacia el templo, donde Lysandro trabajaba, y le contó lo ocurrido.

La furia ardió en su pecho. Dejó las herramientas, montó su caballo y cabalgó hacia el ágora.

Cuando llegó, la multitud murmuraba. Theron hablaba con Eleni, intentando rozar su mano frente a todos. En ese instante, Lysandro irrumpió entre la gente.

—¡Apártate de mi esposa! —rugió.

Los murmullos se convirtieron en silencio. Eleni retrocedió, avergonzada, mientras Theron levantaba las manos fingiendo inocencia.

—Solo hablábamos, buen Lysandro. No hay crimen en la cortesía.

Lysandro lo empujó con fuerza, y los guardias intervinieron para separarlos. Eleni, con voz firme, alzó la cabeza:

—¡Basta los dos! —exclamó—. No seré el premio ni el escándalo de ningún hombre.

La multitud se calló. Sus palabras, llenas de dignidad, resonaron como un trueno.

Theron intentó hablar, pero ella lo detuvo con una mirada gélida.

—Si vuelves a usar mi nombre para tus juegos, juro por Atenea que los dioses mismos serán tus jueces.

Luego tomó la mano de Lysandro y, sin una palabra más, se marcharon.

Esa noche, en casa, Lysandro la miró con una mezcla de culpa y admiración.

—Perdóname, Eleni. Una vez más dejé que el fuego del orgullo me cegara.
Ella sonrió con tristeza.

—Aprenderemos, Lysandro. Amar no es solo sentir… también es resistir juntos.

Afuera, la luna iluminaba el Partenón, y el viento parecía susurrar bendiciones antiguas.

Pero, en algún rincón oscuro de Atenas, Theron no había renunciado.

Y el destino aún tenía pruebas guardadas para ellos.




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