El viento del verano trajo consigo un aire inquieto a Atenas. Los días eran más
calurosos, y las tensiones en el Consejo de la Ciudad también. Lysandro,
reconocido por su trabajo en el templo de Atenea, fue convocado para
supervisar nuevas construcciones en el puerto del Pireo, un encargo
honorable… pero lleno de trampas políticas.
Eleni lo acompañaba cada mañana hasta los muros de la ciudad. Su corazón se
apretaba al verlo partir, sabiendo que en la ciudad abundaban los enemigos
disfrazados de aliados.
—Prométeme que volverás antes del anochecer —le pedía cada día, con esa
mezcla de dulzura y temor que solo conocen las mujeres que aman
profundamente.
Lysandro sonreía, tocándole el rostro.
—Por ti, Eleni, siempre volveré.
Pero esa promesa estaba a punto de ponerse a prueba.
Entre los miembros del Consejo se encontraba Calias, un hombre viejo,
ambicioso, y amigo cercano de Theron. Ambos habían jurado arruinar la
reputación de Lysandro, convenciendo al Consejo de que él desviaba fondos y
materiales del templo para enriquecerse.
Una tarde, un mensajero llegó al hogar de Eleni con un pergamino sellado.
Decía: “Lysandro ha sido acusado de traición al Consejo. Será juzgado mañana
al amanecer.”
Eleni sintió cómo el mundo se derrumbaba bajo sus pies. De inmediato corrió altemplo, pero Lysandro ya había sido arrestado por los guardias. En medio de la
plaza, la gente murmuraba. Algunos lo señalaban, otros lo miraban con lástima.
—¡Yo he servido a Atenas con honor! —gritaba Lysandro mientras lo arrastraban
—. ¡Esto es obra de hombres cobardes!
Eleni se abrió paso entre la multitud y lo abrazó antes de que los soldados lo
alejaran.
—No temas, mi amor —susurró—. No permitiré que te destruyan con mentiras.
Esa noche, ella no durmió. Encendió una lámpara frente al altar de Atenea y
rezó. Pero no solo pidió justicia… también decidió actuar.
A la mañana siguiente, mientras el Consejo se reunía, Eleni entró en la sala con
paso firme. Llevaba una túnica azul oscuro y el cabello recogido con una cinta
dorada. Su presencia impuso silencio.
—Soy Eleni, esposa de Lysandro —declaró—. Y traigo pruebas de su inocencia.
Sacó un pequeño rollo de pergamino con las cuentas y firmas verdaderas del
templo, documentos que Lysandro había guardado con celo. Los presentó ante
los jueces. Los consejeros se miraron unos a otros, incómodos.
Theron, que se hallaba entre ellos, intentó interrumpirla.
—Mujer, no es tu lugar hablar en asuntos del Consejo.
Pero Eleni lo fulminó con la mirada.
—Mi lugar es junto a la verdad. Y ella no teme al poder ni al veneno de los
hombres.Los jueces revisaron los documentos. Las firmas coincidían. Las cifras eran
claras. Las mentiras de Calias y Theron quedaron expuestas.
Theron palideció; Lysandro fue liberado.
Al salir del recinto, Lysandro tomó la mano de su esposa y, con lágrimas
contenidas, le dijo:
—Fuiste mi voz cuando todos me hicieron callar.
Eleni sonrió suavemente.
—Y tú, mi fuerza cuando todo temblaba.
Esa noche regresaron a casa. Las antorchas iluminaban las paredes de mármol,
y el sonido de las cigarras llenaba el aire cálido.
Pero entre la calma, ambos sabían que Atenas no olvidaba fácilmente…
Y que los dioses, testigos de su amor, aún tendrían más pruebas para ellos.