Entre ruinas y sueño en Atenas

Final – Bajo el mismo cielo

Pasaron los años, y en la isla de Delos, el viento siguió susurrando entre los templos blancos.

El tiempo había encanecido el cabello de Lysandro, y los ojos verdes de Eleni guardaban ahora la serenidad de quien ha amado sin medida.

Su vida había transcurrido en calma, entre libros, oraciones y tardes mirando el mar que una vez los separó y luego los unió para siempre.

Una mañana, cuando el sol nacía dorado sobre el Egeo, Eleni tomó la mano de Lysandro.

—¿Recuerdas, amor mío, cuando pensábamos que todo estaba perdido? —preguntó con voz suave.

Él sonrió, con esa mirada profunda que aún la hacía temblar el alma.

—Sí. Y también recuerdo que fue allí donde aprendimos a escuchar el corazón… no las voces del mundo.

Eleni apoyó la cabeza en su hombro.

El silencio entre ellos no era vacío, sino lleno de memorias, promesas y fe.

El viento jugó con los cabellos de ella, y el mar reflejaba el mismo azul que un día los vio huir de Atenas.

El sol avanzaba lentamente cuando Lysandro tomó el colgante que ella aún conservaba.

La piedra, testigo de su amor y de su fe, brilló débilmente, como si reconociera que su misión había terminado.

Él la besó con ternura y susurró:

—Si alguna vez volvemos a encontrarnos, que sea bajo este mismo cielo.

Eleni sonrió… y cerró los ojos.

Lysandro la sostuvo entre sus brazos, con lágrimas que no eran de tristeza, sino de gratitud.

Poco después, él también descansó, con el rostro sereno, mirando al horizonte.

Al día siguiente, los habitantes de Delos encontraron sus cuerpos recostados juntos, las manos entrelazadas y el colgante brillando con una luz tenue, como un último latido de los dioses.

Nadie los separó. Los enterraron juntos, frente al mar, donde florecieron lirios blancos que solo crecen allí, bajo la brisa del Egeo.

Desde entonces, los pescadores y viajeros cuentan que, al amanecer, dos figuras caminan sobre la orilla, tomadas de la mano.

Dicen que son Lysandro y Eleni, almas unidas más allá del tiempo, recordando que el amor verdadero no muere…

Solo cambia de forma.

Y cuando el sol toca las ruinas del Partenón, los dioses sonríen, porque aún resuena su promesa eterna:

“Bajo el cielo de Atenas, nuestro amor vivirá para siempre.”




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