Entre secretos y miradas

El sueño que nunca termina

El vestido blanco me roza los tobillos mientras camino lentamente hacia el altar. Las flores, los rostros sonrientes, la música suave... todo debería ser perfecto.
Pero hay algo mal, Muy mal.

La mirada de los invitados comienza a cambiar. Primero curiosidad, luego confusión, y por último ese murmullo incómodo que empieza a expandirse como una marea.
Mi corazón late con fuerza, pero no de emoción.

Mateo no está.
El altar está vacío.

Busco con los ojos entre la multitud, pero no hay rastro de él.
¿Me dejó plantada?
¿Dónde está?
—No... no puede ser... —murmuro, sin saber si me escucho a mí misma o si estoy hablando en voz alta.

Y entonces, la música se detiene.
Una alarma ensordecedora reemplaza los murmullos.
Todo se desdibuja.

Abro los ojos de golpe.
—Otra vez... —murmure, llevándome una mano al pecho
Otra vez ese maldito sueño.

El reloj marca las 6:00 a.m.
Suspiro, llevando la otra mano a mi frente húmeda por el sudor frío.
Me doy unos segundos para volver a la realidad. No hay flores, ni altar, ni vestido. Solo yo, mi cama desordenada y el eco de un recuerdo que se niega a desaparecer.

Me levanto con pesadez.
Me preparo para un nuevo día y consiente de que llego otro día. Otro reporte. Otra ronda frente a los monitores en la oficina.
Pero lo que aún no sabía, era que esta vez... algo estaba a punto de cambiar.

Llego a la oficina y el café huele a quemado.
Siempre huele a quemado en esta oficina, como si la máquina también estuviera cansada de madrugar. Me sirvo igual. Hoy lo necesito más que nunca.

—¿Otra noche complicada, Arellano? —pregunta Julián desde su cubículo, sin apartar la vista de su monitor.

—¿Desde cuándo lo notas? —le respondo mientras me dejo caer en mi silla giratoria.

—Desde que llegaste con ese peinado digno de una película de terror.
Le saco el dedo medio.
Él se ríe.
Yo también. Es nuestro saludo habitual.

Frente a mí, las pantallas se encienden con imágenes en blanco y negro. Cámaras en edificios, accesos, pasillos. Toda esa rutina que forma parte de ser parte de Astoria, la agencia que me enseñó a pelear... pero también a observar.

Y vaya si he aprendido a observar.

La mayoría del tiempo estoy sola en esta sala. Me gusta así. Prefiero el silencio a los falsos buenos días, y los reportes al chisme barato. A veces me pregunto si esto es lo que realmente quiero seguir haciendo. Si la Alexa de ocho años que daba patadas en el patio de su casa estaría orgullosa de esto.

Creo que sí.
Creo que estaría orgullosa de que no me rendí.
De que sigo aquí, aunque a veces duela.

Justo cuando estoy a punto de sumergirme en el siguiente archivo, escucho pasos. Ligeros, apresurados. Julián gira apenas la cabeza.

—El jefe viene. Y trae cara de bomba.

La puerta se abre.
Víctor. Siempre impecable,
De semblante serio, pero con esa mirada que hablaba más que sus palabras, con ese perfume de “algo está por pasar”.

—Arellano. Mi oficina. Ahora.

Mi estómago se revuelve.
Una parte de mí quiere creer que es un ascenso.
La otra... sabe que no.
Lo siguió hasta su oficina sin hacer preguntas. Una vez dentro, él le indicó que tomara asiento.

—Sabemos que has tenido una semana complicada —comenzó, con un tono más suave de lo habitual—. Y créeme cuando te digo que entendemos el peso que llevas dentro. Por eso te dimos espacio aquí, con tareas más livianas.

Bajo la mirada, sabiendo lo que vendría.

—Pero ya ha sido suficiente. No puedes seguir aquí encerrada cuando sabemos perfectamente de lo que eres capaz. Eres una de las mejores agentes que tenemos, Alexa. No podemos darte menos de lo que mereces.

Lo miré, más atenta ahora. Mi corazón se aceleró un poco.

—¿Una nueva misión? —pregunte con una mezcla de esperanza y cautela.

Víctor asintió lentamente y tomó una carpeta negra del escritorio. Me la entregó sin decir más.

—Esto es justo lo que necesitas. Una misión en campo, como las de antes. Perfil bajo, pero vigilancia continua.

Abrí la carpeta y comencé a leer. Las primeras líneas hablaban de un proyecto millonario, un par de arquitectos reconocidos a nivel nacional, una inversión estratégica… y un nombre: Maximiliano de la Fuente, 25 años

Fruncí el ceño.

—¿Universitario? —murmure, pasando las hojas rápidamente.

Víctor se recostó en su silla, observándola con atención.

—Sí. Está en su último año en la Universidad Lancaster. Y sí, sabemos que has protegido a políticos, empresarios y figuras del extranjero… pero esta vez se trata de alguien diferente.

Alce la mirada, confundida.

—¿Y cuál es el punto? ¿Qué puede tener de especial un estudiante?

—Sus padres —dijo Víctor con seriedad—. Están por cerrar un contrato enorme para construir un centro comercial en una zona rural. Las amenazas no han tardado en llegar. Algunas sutiles, otras no tanto. No quieren correr riesgos. Por eso, mientras ellos se encargan del negocio, tú te encargarás de él.

De inmediato solté una risa irónica y cerré la carpeta con fuerza.

—¿Me estás diciendo que voy a ser… su niñera?

—Prefiero llamarlo: supervisión de seguridad encubierta.

Me levanto lentamente. Una parte de mí se resistía. Pero otra… esa parte dormida que amaba la acción, la estrategia, el instinto… esa parte sonreía por dentro.
—¿Y cuáles son las indicaciones? —pregunté, mientras me volvía a sentar y cruzaba una pierna sobre la otra, intentando mantener el control de la situación. Pero la verdad es que mi mente ya estaba corriendo a mil por hora.

Estaba ansiosa. Después de semanas en la oficina, la idea de volver al trabajo de campo me emocionaba más de lo que quería admitir. Sin embargo, no podía ignorar el hecho de que esta misión era… diferente.

—Nunca he trabajado así —confesé, bajando la voz—. En cinco años nunca me había tocado proteger a alguien desde dentro, fingiendo ser otra persona, rodeada de gente… de mi edad. Es un terreno totalmente nuevo.
Siempre estuve al lado del protegido con la cara en alto y no detrás sin ser vista



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En el texto hay: amor amistad

Editado: 29.05.2025

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