Frente a la entrada principal de la Universidad Lancaster, cerré los ojos por unos segundos. El viento suave acariciaba mi rostro como si quisiera tranquilizar mis nervios. Inhalé profundo, tratando de guardar esa sensación de calma… aunque sabía que duraría poco.
De pronto, el bullicio me sacó de ese momento. Voces, risas, pasos apresurados. Abrí los ojos y vi a decenas de estudiantes caminando con mochilas al hombro, algunos hojeando apuntes, otros desayunando a toda prisa. Iban directo a sus clases, con la mente enfocada en sus sueños, en los exámenes, en hacerse un lugar en el mundo profesional.
Pero yo no estaba ahí por eso. No era una más del montón, aunque compartíamos casi la misma edad. Ellos venían a aprender… yo venía a proteger. Esta no era una universidad para mí, era un campo de misión encubierta. Una operación disfrazada de rutina estudiantil.
Apreté el paso hacia la oficina administrativa, enfocada en lo que debía hacer.
—¿Alexa, cierto? —preguntó una mujer de unos cincuenta y tantos años al verme entrar. Llevaba el cabello recogido en un moño y unas gafas que le daban un aire de estricta, aunque su sonrisa suavizaba el gesto.
—Sí, profesora —respondí con firmeza, tendiéndole la mano.
—Bienvenida. Soy la profesora Clara Menéndez. A partir de hoy serás mi asistente. No te preocupes, es sencillo, solo necesito apoyo con el material y algo de organización. Te mostraré un poco el lugar.
Asentí sin decir más. Ya sabía que esa parte solo era fachada. Lo importante vendría después.
Recorrimos los pasillos amplios de la universidad. Me explicó detalles sobre los salones, las aulas especiales y algunas normas básicas. Yo apenas podía escuchar con atención. Mi mente ya estaba en alerta: salidas de emergencia, cámaras de vigilancia, puntos ciegos. Cada detalle importaba.
—Este es nuestro salón —dijo finalmente, deteniéndose frente a una puerta abierta.
Adentro ya habían algunos estudiantes tomando asiento. Mis ojos los recorrieron con rapidez… sin saber aún quién era exactamente Max.
Me senté a un lado de la profesora Menéndez, fingiendo naturalidad mientras mi mirada barría el salón con discreción. Aún no tenía claro quién era Max, pero pronto lo averiguaría. Saqué un cuaderno y lo abrí como si realmente fuera a tomar apuntes, aunque en realidad estaba anotando detalles estratégicos: número de estudiantes, salidas, ubicación de las ventanas. La costumbre.
El timbre sonó segundos después, un sonido agudo que marcaba el inicio oficial de las clases.
La profesora se puso de pie y caminó al frente con una energía que parecía imposible para esa hora de la mañana.
—Buenos días a todos —dijo con una sonrisa amplia—. Bienvenidos al último año de carrera. ¡Lo lograron!
Un par de estudiantes aplaudieron tímidamente. Otros simplemente asentían con sonrisas nerviosas. Yo solo los observaba, tratando de memorizar rostros, actitudes, posibles amenazas.
—Antes de comenzar con el contenido —continuó—, quiero presentarles a alguien que nos acompañará durante el semestre. Ella es Alexa y será mi asistente.
Todos giraron hacia mí al mismo tiempo. Sonreí y asentí con la cabeza, tratando de parecer relajada.
—Viene como parte de un programa de apoyo académico —explicó la profesora—, así que probablemente la verán por aquí ayudando con materiales, dinámicas y todo lo que necesitemos.
Asentí de nuevo. Nada fuera del guion.
Aun así, me mantuve completamente atenta a cada palabra de esa introducción. Debía asegurarme de que no dijera nada que no correspondiera con la historia que habíamos armado. Un solo dato mal dicho podría arruinar toda la cobertura. No podía darme ese lujo.
Y aunque por fuera parecía tranquila, por dentro estaba repasando mentalmente todo el personaje que debía interpretar.
Me puse de pie cuando la profesora me hizo una seña. Respiré hondo y caminé al frente con la mejor actitud que pude reunir.
—Hola, soy Alexa —dije, recorriendo los rostros que me miraban con curiosidad—. Estoy como asistente de la profesora, así que si en algún momento necesitan algo, pueden contar conmigo.
Sonreí, fingiendo una simpatía natural. En realidad, estaba más enfocada en analizar comportamientos que en caerles bien. Cada gesto, cada cruce de miradas, podía decirme algo.
Justo cuando terminé mi presentación y me disponía a volver a mi asiento, la puerta del aula se abrió de golpe.
—¡Perdón! —dijo una voz masculina, agitada. Un chico alto, con mochila al hombro y expresión un tanto preocupada, entró al salón—. Hubo tráfico y… bueno, llegué lo más rápido que pude.
No habían pasado ni cinco minutos desde que inició la clase, pero su entrada fue todo un espectáculo.
La profesora frunció los labios, aunque no se veía molesta del todo.
—Para la próxima, Maximiliano, recuerda que las clases inician a las ocho en punto —dijo con tono firme pero paciente.
¿Max?
Ahí estaba. Mi objetivo.
Tenía el cabello algo alborotado, como si no se hubiera mirado al espejo antes de salir, y la confianza con la que caminaba al frente hablaba de alguien acostumbrado a salirse con la suya. Ni rastro de que notara mi presencia.
—Preséntate, ya que recién llegas —añadió la profesora, señalando al resto del grupo.
Él se giró con una sonrisa ladeada.
—Soy Maximiliano De La Fuente —dijo, casual, metiendo las manos en los bolsillos—. No sé qué tanto hay que decir. Me gusta el fútbol, de hecho soy el capitán del equipo local, me gusta el tenis de mesa y espero que este año se pase volando.
Algunos rieron. Otros rodaron los ojos.
Yo solo lo observé, intentando encontrar algo que me indicara por qué, entre tantos, él necesitaba protección. Hasta ahora, solo parecía un chico normal. Pero sabía que las apariencias engañaban. Y si estaba ahí, era por una razón importante.
Observaba a Max mientras me dirigía a mi lugar, sintiendo cómo mi pulso permanecía tranquilo, a pesar de lo que implicaba mi presencia allí. La profesora Clara comenzó a dar la bienvenida a los estudiantes y a explicar los detalles del curso, pero mis ojos no dejaban de observar a Max de reojo.