Entre secretos y miradas

Líneas que no debo cruzar

Finalmente llegó la hora de salida. Sentí un alivio que sabía que duraría solo lo que me tomara llegar a casa, porque al llegar debía seguir estudiando el tema para mañana. Caminaba por el pasillo principal rumbo a la salida cuando, de pronto, sentí que alguien me tomaba del brazo con suavidad, de forma amigable. Me giré de inmediato —siempre alerta, por reflejo— y vi a la estudiante que me había saludado en la biblioteca. No venía sola. Estaba con su grupo de amigos… incluyendo a Max.

—¡Ahora sí podemos hablar! —dijo sonriendo—. Ya no estás estudiando.

Me sorprendió su energía, pero no quise parecer cortante. Mantuve una expresión amable, aunque por dentro ya analizaba la situación. Era incómodo. Tenía que mantener un perfil bajo, pero tampoco podía parecer esquiva. Lo peor: Max estaba ahí, y aunque no me miraba directamente, claramente estaba escuchando.

—Claro, ¿qué tal? —respondí intentando sonar natural.

La chica, que se presentó como Valentina, me preguntó de dónde era, cómo me sentía en la universidad y qué clase iba a dar al día siguiente. Algunos de sus amigos también se mostraron curiosos, aunque otros solo conversaban entre ellos. Max seguía callado, observando de forma casual… o al menos eso aparentaba.
A los pocos segundos, Valentina propuso ir todos por un café al local frente a la universidad. Miré a Max instintivamente. Él no dijo nada, solo se encogió de hombros, como dando a entender que por él estaba bien.

—¿Vienes? —preguntó Valentina con una sonrisa sincera.
Vacilé un instante. No solo tenía que estudiar el tema para mañana, sino que lo principal era mantener cierta distancia con Max. Estar en un grupo con él fuera del aula podía complicar las cosas. Cada acercamiento social lo hacía más difícil de observar con objetividad.

—No sé, tengo que estudiar bastante todavía —respondí, intentando ser amable pero firme.

—¡Vamos! No será mucho rato —insistió Valentina, con ese tono natural de alguien que no acepta un "no" fácilmente—. Además, no pareces mucho mayor que nosotros… hasta podríamos ser amigas.

Me quedé callada por unos segundos. Su insistencia no parecía tener una segunda intención. Ella solo quería incluirme. Y tenía razón: nuestras edades eran casi las mismas. Técnicamente, no estaba rompiendo ninguna regla. Y rechazar la invitación también podía levantar sospechas.

—Está bien, pero solo un rato —
Acepté con una sonrisa breve, aclarando que solo podría quedarme un rato. “Tengo que estudiar para mañana”, dije, esperando que eso bastara para marcar límites. Valentina pareció emocionada con mi respuesta y de inmediato me tomó del brazo con familiaridad sonrió satisfecha, y los demás empezaron a caminar hacia la salida.
Max iba un poco más atrás, conversando con uno de los chicos lo escuché hablar sobre un diseño que estaba desarrollando para una maqueta. Su voz era segura, conocía bien lo que hacía. Por un momento, me pregunté si siempre había sido así de apasionado con lo suyo, pero enseguida sacudí la cabeza. No podía permitirme eso. No debía importarme.
No miró hacia mí. Pero yo ya estaba atenta a cada gesto, cada movimiento. Era parte del trabajo.
Nos detuvimos en una cafetería cercana. El lugar tenía un ambiente relajado y juvenil, con luces cálidas y música de fondo. Me senté en una de las esquinas de la mesa, desde donde podía observar sin parecer fuera de lugar. Pedí una limonada y me mantuve tranquila mientras el grupo hablaba de temas de clase, proyectos, etc.

—Oye, Alexa... nunca nos dijiste de dónde eres preguntó Valentina. ¿Siempre quisiste ser profesora?
Por un segundo me congelé. No porque no supiera qué decir, sino porque fue un recordatorio de que cada palabra debía estar medida, cada gesto calculado. Me obligué a respirar con naturalidad y a sonreír con la seguridad que habíamos ensayado una y otra vez en la agencia.

—Ah, sí —respondí, como si recién recordara la conversación anterior—. Soy de Santa Bruna, una ciudad pequeña. Estoy terminando mis horas sociales como parte de mi formación... y por eso estoy aquí, haciendo prácticas como profesora asistente. Fue algo inesperado, pero lo tomé como un reto.

Valentina asintió con entusiasmo, creyendo cada palabra.—¡Qué interesante! Se nota que tienes vocación.
—Gracias —dije, forzando una risa ligera—. Aunque a veces me abruma un poco, sobre todo con temas como arquitectura... no es precisamente mi fuerte. Valentina, con su eterna energía, se acercó un poco más, con una sonrisa curiosa en los labios.

—Y dime, Alexa… ¿Tienes novio? —preguntó de forma casi casual, como si fuéramos amigas de toda la vida.

Sentí el nudo en el estómago antes de poder evitarlo. Ese tipo de preguntas eran terreno peligroso, incluso para una historia ficticia como la mía. Me preparaba para dar una respuesta educada pero evasiva, cuando Max, que hasta ahora había estado callado, intervino:

—Valen… no la abrumes —dijo, con tono tranquilo, pero firme—. Es nuestra profesora, ¿recuerdas?

Sus ojos se encontraron con los míos por un segundo. No era una mirada intensa ni incómoda, pero sí directa. Luego agregó, casi con una sonrisa leve:

—No tienes que responderle.

Le sonreí también, con suavidad.

—No te preocupes por eso —le dije, manteniendo el tono relajado—. Estoy bien, gracias.

Valentina levantó las manos en señal de paz.

—Ok, ok, ya no pregunto más. Pero si un día quieres contarnos algo, aquí estamos.
Asentí, manteniendo la cortesía, aunque por dentro deseaba terminar esa conversación cuanto antes.
Justo cuando pensaba que la conversación ya había dado todo de sí, uno de los chicos —alto, con aire bromista— se giró hacia mí.

—Profe Alexa —dijo con tono juguetón—, este viernes es el partido del semestre. El clásico de la universidad. Si no tienes clases, estás más que invitada. ¡Nos vendría bien una hinchada extra!

Antes de poder responder, Valentina añadió con entusiasmo:



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En el texto hay: amor amistad

Editado: 29.05.2025

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