Llegué más temprano de lo habitual. El campus aún estaba tranquilo, con apenas unos pocos estudiantes caminando sin prisa. Aproveché ese silencio para buscar un rincón apartado en la biblioteca. No era la primera clase del día, así que tuve tiempo para repasar una vez más.
Abrí los libros, saqué mis apuntes y me sumergí en ellos, aunque cada tanto mi mente divagaba, recordando que hoy debía estar más convincente que nunca. No podía parecer improvisada. Tenía que parecer una apasionada por el tema, aunque en realidad la arquitectura nunca había sido un área que me llamara la atención.
Sentía un nudo en el estómago, uno de esos que aparecen cuando sabes que algo importante está por pasar. Pero aun así, estaba convencida de que podía hacerlo. No había otra opción. Tenía que hacerlo.
Pasaron un par de horas y el timbre sonó, era hora
Cuando llegué al aula, ya había varios estudiantes acomodándose en sus asientos. Respiré hondo antes de entrar. Tenía que recordar quién era: una profesora en formación, sí, pero también alguien que debía mantener todo bajo control.
La profesora titular me saludó con una sonrisa tranquila y me dio el espacio para empezar. Sentí las miradas sobre mí, algunas de curiosidad, otras distraídas. Busqué a Max entre los rostros. Estaba ahí, conversando bajo con un compañero, hasta que me vio. No hubo ninguna expresión especial en su rostro, solo atención.
Me aclaré la garganta y empecé.
—Buenos días —dije, con la voz lo más firme que pude—. Hoy vamos a hablar sobre los 4 elementos de la arquitectura y su importancia.
Mientras hablaba, pasaba mi vista por los estudiantes. Algunos tomaban notas, otros me escuchaban con aparente interés. No sabía si lo estaba haciendo bien, pero no podía detenerme a pensarlo. Tenía que mantener el ritmo. No dejar que mis nervios me traicionaran.
Y sobre todo, no debía olvidar por qué estaba ahí.
A medida que avanzaba con el tema, sentí cómo poco a poco me iba soltando. Había estudiado lo suficiente la noche anterior como para manejar el contenido con seguridad. Usé ejemplos sencillos, pregunté un par de cosas para mantener la atención y hasta logré que algunos participaran.
No sabía si era por respeto, por curiosidad o porque realmente estaba saliendo bien, pero me escuchaban. Y eso era suficiente para seguir.
Terminé mi exposición justo cuando el reloj marcaba los últimos minutos de clase. La profesora me sonrió con aprobación y dijo unas palabras finales para cerrar. Me senté nuevamente en mi lugar mientras los estudiantes comenzaban a guardar sus cosas.
Sentí una mezcla extraña de alivio y cansancio. Había pasado la prueba. No fue perfecto, pero no me equivoqué, no mostré nervios y logré que todo fluyera.
Era solo una clase. Pero para mí, había significado mucho más.
Apenas crucé la puerta del salón, sentí una mano tomarme del brazo con entusiasmo. Era Valentina, sonriendo como si hubiéramos sido amigas de años. A su lado venía Nico, y justo detrás, Max.
—¡Te vi desde la ventana! —dijo—. ¡Estuviste genial, Alexa! Ven, vamos a almorzar. Nico y Max también vienen.
Me detuve por un segundo. Su tono era genuino, su entusiasmo también. Pero algo dentro de mí sabía que no debía dejarme llevar por la naturalidad de ese momento.
—Gracias, de verdad lo aprecio mucho —le respondí, suavemente—. Pero... creo que es mejor mantener algunos límites.
Valentina frunció el ceño, no por molestia, sino por confusión.
—¿Límites?
Asentí, con una sonrisa que intentaba ser amable, no distante.
—Tú y yo estamos aquí por razones diferentes. Tú como estudiante, yo como... profesora. Aunque tengamos la misma edad, nuestras posiciones no son iguales. Y no quiero que las cosas se malinterpreten.
Ella se quedó en silencio unos segundos, y luego asintió con una expresión comprensiva.
—Entiendo... aunque me caes bien, eso no cambia.
—Gracias por entender —le dije.
Max no dijo nada. Solo me miró un segundo antes de seguir caminando con Nico.
Yo me giré en dirección contraria, sintiendo esa tensión invisible entre lo que quería evitar y lo que parecía inevitable.
Mientras caminaba, una sola idea me recorría: estoy aquí para protegerlo, no para pertenecer a su mundo.
Me alejé con paso firme, aunque por dentro todo era un nudo. Tomé asiento en una de las mesas vacías de la biblioteca. El silencio ahí me ayudaba a pensar... o al menos eso intentaba.
Había algo que no podía sacarme de la cabeza: las palabras de Víctor antes de enviarme aquí.
> “No estás para hacer amigos. No estás para involucrarte. Estás para observar, prevenir y, si es necesario, actuar. Confían en ti porque eres profesional.”
Y lo soy. Pero también soy humana.
Hoy había sentido por un momento la calidez de lo que sería tener un círculo, reír, responder a preguntas simples sin tener que medir cada palabra. Pero ese no es mi rol, y lo sé. No con Max. No con ninguno.
Mi mirada se desvió hacia una de las ventanas. Afuera, algunos estudiantes cruzaban el patio sin preocupaciones. Max no estaba en ese grupo, pero mi mente sí lo traía de vuelta una y otra vez.
No se trataba de él como persona, ni de ninguna conexión emocional. Se trataba de su entorno. De los riesgos que aún no comprendo del todo. De ese “algo” que no me han dicho, pero que justifica que esté aquí cuidando a alguien que, en apariencia, no necesita ser cuidado.
¿Qué proyecto es tan importante como para asignarme a esto?
Apoyé el rostro sobre mis manos, intentando calmar la presión que me empujaba desde dentro. Debo mantener la distancia. No debo olvidar por qué estoy aquí. Y sobre todo, debo estar preparada, porque si algo llegara a pasar… no puede sorprenderme.
Apoyé la cabeza sobre mis brazos, solo por un momento… o eso pensé. Cerré los ojos intentando calmar el torbellino de pensamientos que no me dejaban respirar del todo, y el silencio de la biblioteca me envolvió como una manta.