Entre secretos y miradas

Entre silencios y luces

Habían pasado varias semanas desde aquel vibrante partido de fútbol. La efervescencia que dejó en la universidad se fue disipando poco a poco, dando paso a la rutina académica y a los compromisos de los estudiantes. Alexa, fiel a las indicaciones de Víctor, se mantuvo firme en su propósito. Nada de acercamientos innecesarios, nada que pusiera en riesgo el motivo por el cual estaba allí. Su vida ficticia había calado bien, y su papel como joven profesora en prácticas era creíble.

Por fortuna, las semanas estuvieron cargadas de actividades. Evaluaciones, exposiciones, maquetas… El grupo en general se mostró comprometido, y Alexa se volvió una figura respetada en las aulas, distante pero amable, profesional y clara en cada explicación. Valentina, por su parte, no volvió a insistir con almuerzos o invitaciones. Solo acudía a ella con dudas sobre los temas vistos en clase, algo que Alexa agradeció en silencio.

Máx, por otro lado, parecía ajeno a todo. Su comportamiento no había cambiado en absoluto: era aplicado, puntual y responsable. Si bien había ocasiones en las que se tomaba las cosas con más calma, no dejaba de cumplir. Era evidente que tenía claro lo que quería. Su presencia en clase era tranquila, su voz firme cuando participaba, y su sonrisa, aunque discreta, era constante.

Sin embargo, lejos del aula, Max tenía otro espacio que comenzaba a frecuentar con más regularidad: el patio trasero de la facultad, donde algunas mesas desgastadas por el sol servían para practicar uno de sus pasatiempos favoritos: el tenis de mesa. No era tan apasionado como el fútbol, pero lo disfrutaba. Le permitía liberar tensiones y enfocar su energía cuando no estaba entrenando con el equipo.

Aquel viernes por la tarde, el sol se filtraba entre los árboles altos que rodeaban la universidad. Max sostenía la raqueta con una mano, mientras el sonido rítmico de la pelota al rebotar llenaba el espacio con un eco suave. Jugaba con Nico, su mejor amigo desde la infancia. Ambos hablaban de todo y de nada mientras intercambiaban golpes.

—¿Y el proyecto de historia? —preguntó Nico, lanzando la pelota con un giro que sorprendió a Max.

—Ya casi lo termino. Creo que esta vez me lucí —respondió entre risas, devolviendo el golpe con agilidad.

—¿Y la profe nueva? —Nico levantó una ceja—. Todos dicen que es exigente pero buena onda.

—Sí… —Max dudó un segundo—. Es profesional, seria… No es fácil hablar con ella. Y eso está bien, supongo.

—¿No te llama la atención?

Max se encogió de hombros sin responder directamente. En realidad, no tenía una respuesta clara. Alexa tenía algo en su forma de observar, de hablar, que le generaba curiosidad.

No era como los demás docentes jóvenes que buscaban conectar fácilmente. Había algo en ella que parecía… ajeno. Como si siempre estuviera analizando todo desde una distancia segura.

Después de unos minutos más de juego, decidieron sentarse bajo la sombra. Max sacó una botella de agua de su mochila, mientras el ambiente volvía al murmullo habitual de la universidad. Desde una de las ventanas de la biblioteca, sin que lo notaran, Alexa lo observaba por unos segundos. No por interés personal, se decía a sí misma, sino porque debía hacerlo. Aun así, había algo reconfortante en ver que, por el momento, todo estaba en calma.

Mientras Alexa hojeaba unas hojas sueltas en la biblioteca, su celular vibró. Una sonrisa se dibujó en su rostro al ver el nombre en la pantalla: Julián. Contestó de inmediato, con esa familiar emoción que le provocaba escucharlo. Hacía días que no lo veía, pero se mantenían en contacto por mensajes. Hablaron unos minutos, poniéndose al día con lo que había ocurrido durante la semana. Nada extraordinario, solo la rutina.

—¡Julián! —contestó en voz baja, pero con entusiasmo.

—¿Alexa? Al fin contestas —se escuchó del otro lado con tono divertido.

—Lo siento, esta semana ha sido una locura. ¿Cómo estás?

Hablaron durante unos minutos, poniéndose al tanto. Nada extraordinario había pasado, solo tareas, desvelos y una que otra anécdota que compartieron entre risas. A Alexa le reconfortaba ese pequeño respiro, esa familiaridad que solo Julián sabía brindarle. Pero justo cuando colgó, un grito desde afuera la sacó de ese momento de calma.

Se asomó a la ventana y su estómago se tensó al ver a Max en el suelo, junto a una patineta. Varias personas se habían detenido a mirar.

Se había atrevido, al parecer, a hacer una maniobra arriesgada.

—¡No te muevas! —gritó Alexa desde la ventana sin pensarlo dos veces.

Salió de la biblioteca casi corriendo y, en segundos, estaba junto a él.

—¿Dónde te duele? ¿Te golpeaste fuerte? —preguntó, agachándose con preocupación.

—Estoy bien… creo, solo me duele la muñeca derecha —respondió Max, sorprendido al verla.

—¿Dónde más te duele? ¿Fue solo la muñeca? ¿Te golpeaste la cabeza?

—No, no. Solo la muñeca. La patineta se me fue... ya sabes, cosas de idiotas con ego grande.

Max la miró, sorprendido por su reacción. Durante unos segundos se quedaron en silencio, cruzando miradas, como si el bullicio a su alrededor se apagara por completo.

—Ya, ya, no es para tanto —interrumpió Nico, riendo mientras se acercaba—. ¡Eso pasa por creerte Tony Hawk!

—Solo fue la muñeca… creo que me la torcí un poco —respondió Max, aún sin dejar de mirar a Alexa—. Pero mira el lado bueno… ya tengo excusa para no hacer la tarea.

Ella soltó una risa nerviosa, aliviada de que no fuera algo más grave.

—Para la próxima, ten un poco más de cuidado, ¿sí? —le dijo Alexa mientras lo ayudaba a sacudirse la tierra del suéter.

—Lo intentaré… —respondió Max con una leve sonrisa—. Gracias, profe.

Ella asintió con una mirada firme pero amable, y empezó a alejarse por el pasillo.

Max se quedó observándola unos segundos más, hasta que Nico se acercó con un gesto burlón.

—¿Todo bien, capitán?



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En el texto hay: amor amistad

Editado: 29.05.2025

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