El lunes amaneció más frío de lo habitual, pero Max apenas lo notó. Iba caminando hacia la universidad con las manos en los bolsillos y la mente en otra parte. La noche del sábado aún le daba vueltas, como si no hubiera terminado del todo. Pensaba en Alexa, en lo que le dijo sin pensarlo mucho… y en cómo ella se fue sin responder.
No sabía si fue un error, si se dejó llevar por el momento, o si simplemente dijo en voz alta algo que prefería no admitir. Pero una parte de él, por más que quisiera negarlo, esperaba verla ese día. Tal vez para aclararlo… o para entenderse a sí mismo.
Apenas cruzó la entrada principal, saludó con un gesto a algunos compañeros, pero su mirada iba de un lado a otro, casi sin querer, buscándola. Se dijo que no lo hacía a propósito, pero lo cierto es que sí lo hacía. Aunque fuera para confirmar que todo seguía igual.
Pasan las horas y Max no logra verla por ningún lado.
Las clases se suceden una tras otra, monótonas, lentas. El clima parecía acompañar su estado de ánimo: el cielo estaba cubierto de nubes grises y pesadas, como si en cualquier momento fuera a llover. Parte de él anhelaba que cayera un buen aguacero. Tal vez así tendría una excusa para quedarse un poco más en la universidad… para ver si Alexa aparecía.
Pero nada.
La buscó con la mirada en los pasillos, en la cafetería, en los rincones donde a veces se sentaba a leer. Incluso dudó en ir al área de administración para preguntar por ella, pero se contuvo. Tampoco tenía clases con la profesora Clara ese día, así que ese canal estaba cerrado. Todo le parecía mal sincronizado.
Cuando finalmente sonó el timbre de salida, Max agarró su mochila sin apuro y se cruzó con Valentina cerca del portón principal.
—¿Valen? —la llamó, casi en voz baja.
—¿Qué pasó? —respondió ella, con su sonrisa habitual.
—¿Sabes si Alexa vino hoy?
Valentina lo miró un poco confundida, luego negó con la cabeza.
—No, no la vi en todo el día. No he preguntado, pero… creo que escuché algo en la mañana, de que se tomó unos días. Nada grave, solo un resfriado, según dijeron.
—¿Un resfriado? —repitió él, bajando la mirada.
—Sí… eso dijeron. Seguro se recupera pronto.
Max forzó una pequeña sonrisa, pero no dijo nada más. Asintió, agradeció con un leve gesto y siguió caminando en silencio. El peso de la mochila no se comparaba con el que sentía en el pecho.
No era solo decepción. Era incertidumbre.
Y, sobre todo, una especie de incomodidad consigo mismo por sentir tantas ganas de verla.
Mientras tanto, en la Agencia Astoria, el sonido de los golpes resonaban con fuerza en una de las salas de entrenamiento. Cada patada que daba Alexa al saco de boxeo iba acompañada de una respiración controlada, concentrada, como si intentara expulsar pensamientos a través del movimiento.
Julian estaba sentado en una de las gradas laterales, observando desde una distancia prudente, con los brazos cruzados y una ceja levantada.
—¿Un resfriado? —murmuró en voz alta, apenas lo suficientemente fuerte para que ella lo escuchara—. Podrías haber dicho que te fuiste de retiro espiritual… que te picó una abeja gigante… algo más digno.
Alexa se detuvo, sin aliento, apoyando los guantes sobre las caderas mientras lo miraba con una mezcla de fastidio y diversión.
—¿Tú crees que estaba en condiciones de pensar una gran mentira?
—No, la verdad no —dijo Julián, encogiéndose de hombros—. Pero igual te juzgo por esa flojera creativa. “Un pequeño resfriado”… te estás oxidando, Alex.
Ella sonrió apenas, aunque sus ojos estaban cargados. Golpeó el saco una vez más, esta vez más suave.
—No quería dar explicaciones. Solo necesitaba estar aquí… y pensar. O no pensar.
Julián la observó un momento en silencio, luego suspiró.
—Bueno, lo que sea que estés sacando a golpes de ese saco… espero que funcione.
Alexa no respondió de inmediato. Se quitó uno de los guantes y se limpió el sudor de la frente con el dorso del brazo.
—No sé si funcione. Pero por ahora es lo único que me mantiene centrada.
Julián dejó caer los pies del asiento frente a él y se incorporó un poco, todavía sin quitarle la mirada a Alexa.
—¿Y ya hablaste con Víctor? ¿Le diste el último reporte?
Ella volvió a colocarse el guante con calma, sin mirarlo esta vez.
—No. Aún no. Igual… no hay nada relevante que decir. Max es tranquilo. No se mete en líos. Nada fuera de lo común.
—Mmm… —Julián alzó una ceja, cruzando los brazos—. ¿Y eso te decepciona… o te alivia?
Alexa lanzó una mirada rápida, casi desafiante.
—¿Por qué debería decepcionarme?
—No sé. Tal vez esperabas acción, drama, peligros mortales…
—Estoy bien sin eso, gracias —respondió seca, aunque la curva de su boca revelaba una media sonrisa.
Julián se acercó un poco más, ahora apoyado contra una de las columnas cercanas al saco de boxeo.
—Fuera de informes y reportes… ¿cómo es él? Me refiero, ahora que lo estás conociendo en persona.
Alexa se quedó un momento en silencio, bajando los guantes. Miró el suelo como si buscara una respuesta que no sonara demasiado sincera.
—Es… distinto a lo que imaginé. Es relajado, simpático. Tiene una manera de decir las cosas que te saca una sonrisa sin querer. Pero también se nota que hay algo más detrás. Como si no siempre dijera todo lo que piensa.
—¿Y eso te intriga?
—Tal vez. —Se encogió de hombros—. Pero no es parte del trabajo saber si me intriga o no. Solo observarlo.
—Claro —dijo Julián, irónico—. Solo observarlo… intensamente… por días… desde cerca… con conversaciones cada vez más largas.
Alexa rodó los ojos y le lanzó uno de los guantes, que él atrapó sin esfuerzo.
—¡Eres insoportable!
—Y tú eres pésima mintiendo —respondió él con una sonrisa ladina—. Pero tranquila, no diré nada. Aún.
—Y dime… ¿cómo es él? Físicamente, digo. Dame una imagen mental.