Maximiliano, hola… ya sonó el timbre de inicio —dijo una voz femenina con tono amable.
Max reaccionó con un leve sobresalto. Era la profesora Clara quien se acercaba con paso sereno por el pasillo. Él, aún medio distraído, apenas respondió con un gesto y una sonrisa rápida.
—Ah, sí… perdón, no me di cuenta.
—¿Todo bien? —preguntó ella, mientras ambos comenzaban a caminar en dirección al salón de clases.
Max asintió, aunque su mente seguía un poco lejos. Caminaba con el cuerpo presente, pero los pensamientos giraban todavía en torno a algo —o a alguien— que no lograba dejar ir tan fácilmente.
Cuando Max entró al salón, se detuvo por un segundo. Frente al pizarrón, Alexa escribía algo con tiza blanca, concentrada en las letras que delineaba. Al escucharlo llegar, giró apenas el rostro.
—Buenos días —dijo con voz clara, sin perder la compostura.
Max se quedó unos segundos perplejo. Después de varios días sin verla, no esperaba encontrarla así, tan tranquila, como si el tiempo no hubiera pasado. No se veía igual que la última vez: ahora llevaba el cabello recogido en una coleta alta, pero con el flequillo suelto cubriendo levemente su frente. Aún con ese pequeño cambio, su presencia era inconfundible. Tenía ese gesto sereno y firme que siempre parecía controlar el espacio a su alrededor. Sus ojos claros —tan expresivos que parecían decir más de lo que ella admitía con palabras—
aún no salían de la memoria de Max.
Por un instante, pensó que se verían, que dirían algo más, pero ella volvió la vista al pizarrón y siguió escribiendo, como si no supiera que él la había estado buscando con la mirada todo ese tiempo.
—Tome asiento, Maximiliano —dijo la profesora Clara con tono amable pero firme.
Él asintió de inmediato, como si despertara de un breve trance, y ocupó su lugar sin dejar de pensar en Alexa. Sabía que estando en clase no podía hacer mucho más, y aunque su mirada volvió un par de veces al frente, se obligó a concentrarse.
Alexa comenzó la clase con naturalidad, casi como si no hubiera pasado ningún día fuera. Su voz era clara, segura, y sus explicaciones fluían con soltura. Ya no titubeaba como antes, ni parecía insegura. Ahora se notaba más firme, más acostumbrada al ritmo del aula. Con cada palabra que decía, Max no podía evitar verla de una forma distinta. Había algo en ella que no sabía describir, pero que lo mantenía atento, incluso más que al tema de la clase.
Max sintió que los minutos avanzaban más lentos de lo habitual. Cada palabra que escuchaba parecía estirarse en el aire, como si el tiempo jugara en su contra. No era por la clase —aunque tampoco podía decir que el tema lo fascinara—, sino por ella. Tenía justo al frente a Alexa, después de varios días de ausencia, y sin embargo, no podía hablarle, ni siquiera cruzar una palabra que no fuera accidental.
Se removió ligeramente en su asiento, intentando parecer concentrado, pero su mente estaba en otra parte. Quería saber cómo estaba, por qué había desaparecido tan de repente y por qué, al volver, parecía tan serena. La espera lo desesperaba, y no podía hacer más que mirar el reloj de vez en cuando, deseando que el timbre sonara cuanto antes.
El reloj en la pared parecía burlarse de él. Cada segundo se arrastraba con desgano, y aunque trataba de centrarse en lo que decía la profesora Clara quien daba la clase junto a Alexa, su mirada regresaba una y otra vez hacia Alexa.
Ella escribía en el pizarrón con firmeza, con esa tranquilidad suya que le resultaba hipnótica. No era solo su cabello recogido o el tono claro de su voz; era algo más difícil de explicar. Tal vez la forma en que se expresaba, como si realmente creyera en lo que decía. O esa arruga leve entre sus cejas cuando explicaba algo complejo, concentrada.
Max intentó no pensarlo demasiado. Tal vez solo era admiración. O simple curiosidad. Pero entonces Alexa giró brevemente hacia la clase para hacer una pregunta, y sin saber por qué, él bajó la vista de inmediato. Como si lo hubieran atrapado mirando más de la cuenta.
Y en ese instante, lo supo.
Algo estaba cambiando.
Y por más que intentara ignorarlo, ya no podía fingir que no lo sentía.
Finalmente, la clase había terminado, pero el día no. Max no se levantó de inmediato. Se quedó sentado, fingiendo revisar sus apuntes, esperando a que todos salieran, incluso la profesora. Cuando vio que Alexa comenzaba a guardar sus cosas, alzó la mano con gesto indeciso.
—Profesora Clara… tengo unas dudas del tema —dijo, sin demasiada convicción, pero lo suficientemente creíble.
Clara lo miró con una ceja alzada, como si lo evaluara por dentro, y luego volvió la vista hacia Alexa.
—¿Te importa ayudarlo tú, Alexa? Creo que ya dominas bien este contenido.
—Claro, no hay problema —respondió ella con naturalidad, acercándose al escritorio mientras Clara salía del aula con los últimos estudiantes. Sabía que sería sospechosos si decía que no
Max sintió cómo le palpitaba el corazón con más fuerza de la que quería admitir.
Por fin estaban solos.
Alexa giró el asiento frente al que Max estaba sentado y se acomodó sobre él, mirándolo con cierta curiosidad.
—Era mentira —dijo Max con una risa algo nerviosa, rompiendo el silencio.
—¿Um? —Alexa ladeó la cabeza, confundida—. ¿A qué te refieres?
Max se acomodó en su asiento, bajando un poco la voz.
—No tengo dudas del tema. Quería hablar de otra cosa.
Ella lo miró con atención, sin interrumpir.
—Lo que te dije aquella vez... en la fiesta —continuó él—. No me disculpo, porque fue lo que pensé en ese momento. Me lo cuestioné después, claro. Pero ahora... no me arrepiento.
Alexa parpadeó, sin saber bien qué responder. Había algo en su mirada entre sorpresa y nerviosismo.
—Yo de verdad creo que eres hermosa —dijo Max, mirándola directo por primera vez—. Y tenerte así, frente a frente, me lo confirma otra vez.